El actor mexicano Eduardo Verástegui ha declarado a CinemaNet que la película “Little boy” pretende ser “una explosión de amor”, un darle la vuelta a la primera bomba atómica lanzada sobre Hiroshima. Añadió que en el film “hay tres pilares, tres virtudes básicas, Fe, Esperanza y Amor”.
“Little boy” es la nueva película de la que Verástegui es productor y ahora están promocionando en España, donde se estrena el 30 de octubre. Verástegui reside habitualmente en Los Ángeles y trata de promover valores humanos y cristianos en Hollywood y, en general, en el mundo cinematográfico. Explica el origen del film: El director, Alejandro Monteverde, vio un documental sobre la Segunda Guerra Mundial y se enteró de que a la primera bomba atómica le pusieron el nombre de Little boy. “Que algo tan destructivo llevara un nombre tan tierno le llevaría a querer hacer una película con la misma denominación pero en base a dar amor”, explica.
Verástegui precisa que el film es una historia americana, pensada para el mundo entero y hecha por mexicanos. La trama se desarrolla en un pequeño pueblo de California, y es protagonizada por un niño pequeño, de 8 años, pero que parece tener 4 por su pequeña estatura. No tiene amigos. En el colegio, en la calle, sus compañeros le maltratan, se burlan de él por su baja estatura y le someten a ‘bullying”, pero no está frustrado porque se siente arropado por su familia, sobre todo por su padre, con el que está unido de forma muy especial. Al niño se le parte el corazón cuando al padre ha de marchar a la guerra, la Segunda Guerra Mundial. El pequeño está dispuesto a hacer cualquier cosa para acabar la guerra, para que regrese su padre, que ha caído prisionero de los japoneses. “La película es un homenaje a un padre presente aunque esté lejos, un padre pendiente de sus hijos, de su esposa, de su familia. Los hijos extrañan su ausencia. Es un gran mensaje hacia los padres de familia. Hoy en día los padres dan muchos regalos a sus hijos, pero lo que no les dan es lo que estos más necesitan, que es tiempo dedicado a ellos”, añade Eduardo Verástegui.
El actor y productor cinematográfico dijo que hay que ir hacia políticas de formación de las personas que “inspiren a amar más, a perdonar más, de forma que no quede espacio para el odio”. La película es un ejemplo de ello, porque con el fin de conseguir que su padre vuelva el niño se esforzará por vivir de forma muy explícita las bienaventuranzas aplicadas a aspectos concretos de su vida. Muestra de esta superación del odio es la relación del pequeño con un japonés que reside en la población, al que todos rechazan y hostigan.
Rescatar la inocencia de los niños
Verástegui manifestó que “hay que rescatar la pureza e inocencia de los niños. Perdonar en grande, tener su capacidad de asombro. Dejemos que el amor gobierne nuestras vidas y volvamos a ser niños. Su vivimos de esta forma no hay espacio para los miedos ni los odios”.
Explicó que uno de los aspectos más complicados de la elaboración del film fue la selección del niño protagonista: “Pasaron por casting más de 1.000 niños. Y el que seleccionamos al final, Jacob Salvati, en realidad no venía para hacer la prueba, sino acompañando a su hermano un año mayor que él, Joshua, que era autista”.
“Resultó muy emocionante. Cuando seleccionamos al pequeño, su hermano se puso a llorar desconsoladamente. Pensamos que sería quizás por celos, porque no le habíamos seleccionado a él, pero luego supimos que era de alegría, de felicidad. La madre nos confirmó que era así, porque los niños vivían un período de gran tensión por las dificultades económicas extremas que estaba pasando la familia, que estaban a punto de perder la casa, y que el niño trabajara en la película les salvaría”, detalla Verástegui.
La película se filmó en los estudios mexicanos de Rosarito, los mismos en que años atrás se hizo “Titanic”. El protagonista realizó un trabajo extraordinario en este film. Está protagonizada por un niño pero pensada para toda la familia.
Financiación para películas con valores
Al ser cuestionado si resulta muy difícil obtener financiación para películas de este tipo, con valores, Verástegui afirmó que en este caso ha sido fácil y en cinco meses habían conseguido reunir de empresarios mexicanos los 28 millones de dólares que costó la película. “Las películas más taquilleras son las que tienen valores. Lo vemos en las de Pixar o algunas de Disney, donde el bien triunfa sobre el mal. Se trata de que sean películas redondas, ricas en mensaje y que sean comerciales, en el sentido de que la gente las pueda digerir fácilmente en un mercado global. Actores de primer nivel actúan en películas de estos tipos”.
Verástegui añadió que “nosotros somos cineastas independientes, lo cual nos obliga a hacer todo, desde el guión y la selección de actores hasta la producción, posproducción, marketing, etc. Tiene la ventaja de que controlas los contenidos, pero obliga a un ritmo lento. Hemos tardado cinco años en esta película. No tenemos la infraestructura de Holywood”.
Sentenció que “el cine tiene potencial para sanar heridas, y esto es lo que pretendemos nosotros«.