SABER VER
La historia del cine es también la historia de sus espectadores, de una evolución de vivencias, sentimientos e identificaciones que ha ido sufriendo el espectador en la sala oscura; tal sucesión de estados anímicos permite comprender, de un modo distinto, el encabalgamiento de escuelas y de autores, así como las pretensiones de los pioneros en este campo.
Sobre la figura del padre y de la madre existen cientos de películas, de guiones originales y también tradicionales. Imágenes y planos muy interesantes; argumentos variados. Esta vez nos detenemos en siete películas que valen la pena, dos de ellas son cortos. En cada caso, se citan en parte las incidencias que conlleva la vida -pero sin desglosar el argumento- pues lo que interesa es resaltar la belleza eterna y necesaria que conlleva ser padre, ser madre.
Mia madre (Nanni Moretti, 2015)
Este film, en parte, responde a situaciones por la que ha atravesado el director, Moretti. Relata la situación de una anciana enferma, cuya hija, una mujer madura, Margherita, comprometida políticamente, desea cuidarla; pero su vida no es fácil, dado que junto a su absorbente, está en un proceso de divorcio, tiene una rebelde hija adolescente a la que debe atender. Sufre y ama. Se refleja, a través de las tres generaciones familiares – con peso específico de los protagonistas de cada una de ellas, y muy particularmente Margherita-, las realidades, a veces difíciles que la vida depara: enfermedad, divorcio, rebeldía adolescente. Aunque le falla la dimensión trascendente, abre un horizonte constructivo, creíble del sentido y significado filial y maternal que tanto bien procuran cuando se descubren y se viven.
The Father Effect (John Finch, 2015)
Se trata de un cortometraje con testimonios de personas que se criaron sin padres, incluido el propio Finch. La tragedia le golpeó cuando era niño, pues su padre se suicidó cuando él tenía once años. De modo casi ingenua muestra los problemas de crecer sin su padre y el impacto que esto tiene a lo largo de la vida; desde la infancia -«si mi papá no está conmigo, algo malo tengo»- a la madurez. Defiende que nunca se está preparado para ser buen padre -¡cómo puedo tener tanta influencia en una existencia tan pequeña!-. Transmite, también, un mensaje de perdón hacia los que no han ejercido la paternidad, pues explica que el que no puede perdonar a otro rompe el puente por el que debe caminar, y de esperanza; y da una visión esperanzada a los que pueden desarrollar esta misión bella, exigente y esencial. La versión original en inglés ha recibido más de 40.000 visitas. La versión española ha triplicado ese número.
La bicicleta verde (Haifaa Al-Mansour, 2012)
Con sencillez y sin florituras la películas nos introduce en el mundo femenino islámico, en el que destaca la atractiva personalidad de la adolescente Wadja; es un aniña lista, pilla y respetuosa; querida por sus padres, admirada por sus amigos y, en parte, temida por sus profesoras. Es capaz de trazarse los planes que haga falta para lograr un objetivo no fácil, tener una bicicleta. Pero la película, a mi modo de ver, aporta otras visiones, de la que escojo como junto a todos los formulismos y formalismos impuestos en la cultura, la madre -abandonada por su marido por no poder concebir un hijo varón- es capaz de educar a su hija a través de la vida cotidiana con mucho tacto, y sabe quererla como lo hacen las madres. Un final encantador.
Comer, beber, amar (Ang Lee, 1994)
El título de la película alude a la naturaleza esencial del ser humano que se nutre y realiza por el amor y a través de la comida y de la bebida. Nos encontramos ante una conmovedora comedia de mil sabores. Los sabores que Chu, un excelente cocinero de la gastronomía china oriental, como maestro y heredero de cientos de años de conocimientos en esta disciplina, utiliza para reunirse con sus tres bellas y rebeldes hijas. La película tiene calado, en tanto que señala el sentido de lo tradicional, manifestado en la comida, y la apertura a nuevas formas sociales que reconocemos en el sucesivo comportamiento, divergente, de cada hija. La película tuvo un gran éxito al mostrar lo mejor de la tradición que puede reconciliarse con los nuevos retos de la modernidad. Y este tema es más fácil si para ello se cuenta con un buen padre que, a su vez, es un magnífico y abnegado cocinero.
Vida (Artavazd Pelechian, 1993)
Al visionar este cortometraje sobre un parto de una bella y anónima mujer armenia, en el que sólo aparece su rostro, se descubre que en seis minutos y medio -es su duración- tienen cabida el arte, la ciencia y la filosofía, armónicamente y compenetrados como una espléndida manifestación de la hondura de la vida humana y su trascendencia. La banda sonora es el Requiem de Verdi que, junto al agua que lava al bebé, y las lágrimas de la madre, bendicen y acogen benévolamente a la nueva vida. Madre e hijo unen sus caras en paralelo frente al objetivo inescrutable de la cámara. La recreación entrañable dibujada en sus rostros, refleja la felicidad y la esperanza superando el dolor de la parturienta. El espectador, conmovido, se convierte también en protagonista, interpelado de belleza y verdad.
Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962)
Decía su protagonista, Gregory Peck (Atticus), que era su película favorita pues se identificaba plenamente con su papel, en el cual encarnó, como nadie en la pantalla, la figura de un padre que enseña valiosas lecciones de integridad humana con un cariño, con su dedicación. Toda la película está bañada por una sensación de honrado fracaso, cuyo mensaje final es el que transmite Atticus a su hija Scout: «que los asesinos de la inocencia, los que matan los ruiseñores, son también dignos de lástima». Mary Badham (Scout) comentaba que al ir haciéndose mayor se acordaba de las lecciones de vida que había recibido de Atticus. Si, Atticus es tan real como el sueño de todo niño pensando en su padre. Y la historia es sencilla, conmovedora; asequible a miles de padres e hijos en veranos pobres y emotivos.
Las uvas de la ira (John Ford, 1940)
Los Joad sobreviven como jornaleros recorriendo California en una destartalada camioneta en busca de tierras en la que recoger las cosechas. Previa a la marcha, Tom habla con su madre. No hay gestos. El rostro inquieto y embrujado está encerrado en un plano corto y fijo. Ma Joad escucha emocionada. Es la última vez que va a estar con su hijo. Los ojos de Tom no se apartan de los de su madre que le acaba de preguntar por el camino que va a seguir: «Estaré aquí, en la oscuridad, estaré en todas partes. Adonde mires; donde haya una lucha, para que la gente hambrienta pueda comer, allí estaré. Donde haya un policía golpeando a un muchacho, allí estaré. Estaré en el modo en que los niños ríen cuando tienen hambre y saben que la cena está lista, y cuando la gente como lo que ha cultivado y vive en las casas que ha construido; allí también estaré…» Nadie fue capaz de llenar una pantalla con tanta verdad y con tanta emoción.