El canto de cisne del gran director Isao Takahata es una obra maestra de la animación, con un apartado visual magnífico. Se trata también de un film con moraleja, como todo buen cuento. Porque de eso se trata: de una historia narrada de manera exquisita.
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ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: Kaguya-hime no Monogatari |
SINOPSIS
Un humilde y anciano matrimonio de cortadores de bambú encuentra en el bosque a una hermosísima niña y deciden adoptarla y cuidarla. La llegada de la niña irá acompañada de presagios y hechos milagrosos y extraños. Pronto la chica crecerá y se verá atrapada entre sus deseos y los de aquellos que tienen poder sobre ella. Esta situación desatará un final inesperado tanto para ella como para sus seres queridos y la sociedad que los rodea.
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CRÍTICAS
[Álvaro Díez. Colaborador de Cinemanet]
Una película de animación supone siempre un reto. Es algo totalmente diferente a rodar una película con personas reales en lugares reales. La capacidad expresiva de los personajes, la iluminación, la cámara… todo queda en manos de técnicos artísticos y gráficos. No hay actores, tan sólo sus voces. Es por eso que a la hora de juzgar una película de animación, su aspecto formal sea absolutamente esencial. Vivimos en un período de gran auge del anime y de los dibujos animados, e intentar hacer en este contexto una buena película de animación es arriesgado. Resulta difícil no ser repetitivo. Pronto veremos que nos encontramos ante una película extraordinaria. Una de las mejores películas de animación del siglo XXI.
Se trata de una obra bellísima que bebe profundamente de la estructura de los cuentos tradicionales. Está inspirada, de hecho, en la leyenda del cortador de bambú, una vieja historia japonesa. El film consigue aprovechar de manera brillante esta leyenda, y la lleva mucho más allá. Su director, Isao Takahata, es un hombre con una gran experiencia que ha rodado otras importantes películas de animación como La Tumba de las Luciérnagas (1988). Takahata coge la historia original y la utiliza como base para construir un complejo relato cuajado de contenidos y valores muy interesantes. El primero y más obvio es el del mito de la Arcadia. El mundo agrario representa todo aquello positivo, como la inocencia, la honestidad, la libertad y la felicidad.
Por el contrario, la ciudad encarna de manera grotesca la hipocresía, la esclavitud a las normas sociales y la mala educación e infelicidad de sus habitantes. Aunque no es una película del género histórico, está ambientada en el arquetípico medievo japonés, y se muestran costumbres del Japón feudal, como el ritual de transformación de la niña en mujer, la jerarquía del poder, o los pasos que se deben dar para ser aceptado en la ciudad si se proviene de las clases bajas. La película muestra la difícil posición de las mujeres en el Japón tradicional y el enorme peso de la educación en la sumisión femenina y el formalismo de ese Japón ya desaparecido.
Al usar la estructura del cuento, la historia contiene diversas moralejas. Muchas de las ideas de la película no se entienden hasta el final. La más importante de ellas es la necesidad de seguir nuestros deseos y tomar nuestras propias decisiones. Alguien cursi diría: «Seguir el corazón», pero es algo más. A lo largo de la película la princesa se verá obligada a elegir entre su propia felicidad y la de los demás, y sus decisiones tendrán un precio. En relación con este consejo está el de ser auténtico, el de la sinceridad. El de ser fiel a nuestro Deseo. Debemos estar atentos a las cosas, no debemos «dejar pasar al tren». Hay una triste historia de amor casi platónico que empapa toda la narración. En el fondo es una película muy dura, aunque hasta que no avanza la historia no nos damos cuenta.
Por último, el otro gran mensaje de la película es el de la lucha entre libertad y destino. Me remite a una épica sentencia de la Trilogía de la Fundación, de Isaac Asimov: «Acepto el desafío. Será una mano muerta contra una voluntad viva». En esta película este dilema tiene una doble dimensión. Primero, la del combate interno. Por mucho que luchemos contra nuestra naturaleza, ésta acabará predominando. Si no aceptamos cómo somos, nos convertimos en «un saco de contradicciones», como el saturado protagonista de Taxi Driver (1976), y el dique se rompe… Por otro lado, está el combate del individuo contra su destino, un clásico de la literatura universal que bien podría ser en nuestro film una metáfora de la resistencia a la muerte. La princesa luchará cada vez con más fuerza contra la mano muerta de las circunstancias. ¿Fracasará? ¿Lo conseguirá?
Desde el punto de vista técnico y cinematográfico, esta película es alucinante. Destaca en todos los aspectos. Su poco covencional estilo de dibujo es increíblemente delicado y bello, y nos remite al arte Ukiyo-e, del que seguramente todos conozcamos la obra «La Gran Ola de Kanagawa», que incluso existe como emoticono en el WhatsApp. Los paisajes son en sí mismos una obra de arte, y algunos fotogramas podrían estar perfectamente expuestos en museos de arte, tal es su nivel de belleza y detalle. La expresividad de los personajes está logradísima, y resulta difícil no sentirse cautivado por una princesa Kaguya que… ¡no deja de ser un dibujo! En efecto, estos dibujos son de un gran ternura, y está muy lograda la evolución de Kaguya desde que es un bebé hasta que alcanza la edad adulta.
El doblaje al español es también de una gran calidad y, a nivel personal, creo que la voz escogida para la princesa es perfecta. Sólo las canciones flojean un poco en la traducción y en la interpretación. A nivel de fotografía, la película es preciosa y está llena de metáforas visuales y símbolos que enriquecen el mundo que el film nos está transmitiendo. Hay algunas secuencias de la película que son impresionantes, breves estallidos de energía en una trama que se caracteriza por el equilibrio y la represión de sentimientos y frustraciones por parte de los personajes (especialmente en el ambiente de la ciudad).
Mención aparte merece la extraordinaria banda sonora creada por Joe Hisaishi. Acompaña de manera increíble a la película, y nos encontramos ante el típico caso en el que la película no sería lo mismo sin su música. Hay varios elementos a destacar. Primero, la gran orquestación y el estilo etéreo que tiene la obra. Recuerda claramente al impresionismo musical de la Belle Époque y al neoclasicismo de años posteriores. Del mismo modo, la banda sonora está plagada de temas orientales, y se emplea constantemente la escala cromática de música oriental que se usa en Occidente para recrear ambientes exóticos, algo también muy típico de la música de 1900. Se usan no solo instrumentos clásicos como el piano -que tiene aquí un enorme peso-, sino que encontramos también sonidos claramente asiáticos. Las escenas se ven fortalecidas y enriquecidas por la música, y el impacto emocional en el espectador se ve totalmente acentuado por la banda sonora.
En resumen, nos encontramos ante una absoluta obra maestra del género de la animación. Esta grandeza está construida sobre varios pilares. Primero, una historia bien estructurada que se basa en una leyenda popular. Es un relato interesante y está bien explicado. Por otro lado están los contenidos y valores de este relato, que son muy interesantes y se entienden bien. Desde el punto de vista más cinematográfico, los dibujos de la película son originales y atractivos. Las personas tienen expresividad, y los paisajes casi parecen de cuadro. La banda sonora está muy adaptada a la película, y por sí misma es una obra de arte. Es intensa y muy bella, pero sobre todo es versátil, tanto como la trama de la historia lo ha requerido. La ambientación es, pues, sublime. Si hemos de quedarnos con una sola cosa de este film, quizá sea con su delicadeza y belleza, con su valor como obra de arte visual en movimiento. Pero bueno, esto es lo que en el fondo deberían ser todas las grandes películas: obras de arte.
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