Bayona vuelve a las salas tras «Lo imposible» con una nueva descarga emocional construida para hacer caer las lágrimas: «Un monstruo viene a verme» o te emociona hasta el llanto o te deja indiferente, pero en cualquier caso tiene un fondo profundo y conmovedor. Ah, y un monstruo.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: Un monstruo viene a verme |
SINOPSIS
Tras la separación de sus padres, Connor (Lewis MacDougall), un chico de 12 años, tendrá que ocuparse de llevar las riendas de la casa, pues su madre (Felicity Jones) está enferma de cáncer. Así las cosas, el niño intentará superar sus miedos y fobias con la ayuda de un monstruo (Liam Neeson), pero sus fantasías tendrán que enfrentarse no sólo con la realidad, sino con su fría y calculadora abuela (Sigourney Weaver).
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CRÍTICAS
[Guille Altarriba. Colaborador de Cinemanet]
Si Almodóvar es el genio internacional del cine español, J.A. Bayona es algo así como su niño prodigio. Mimado por la crítica y aplaudido por el público. Autor de indiscutible calidad técnica –desde “El orfanato” a la lacrimógena y ambiciosa “Lo imposible”-, ahora el barcelonés continúa su particular asalto a Hollywood con su nueva película, “Un monstruo viene a verme”.
Ante tanto revuelo mediático, conviene templar un poco los ánimos: una vez vista, la cinta tiene varios puntos muy interesantes sumados a un buen puñado de defectos. Vayamos paso a paso, y comencemos por lo positivo: en el apartado introspectivo, “Un monstruo viene a verme” es muy buena. El trabajo del guionista y escritor Patrick Ness al adaptar su propia novela al cine es notable. Muy bueno, incluso. Resultan reconfortantes la profundidad y el cariño con que aborda el proceso de madurez de Connor, el núcleo del film.
En este tronco central es donde la película exhibe auténtico músculo emocional y resulta food for thought, “alimento para la mente” que dicen los ingleses. El mensaje de la película –sin spoilers- es claro: madurar implica aceptar la verdad sobre uno mismo, por dolorosa que ésta sea. Alrededor de esta idea, Bayona arma una serie de reflexiones sobre el papel indispensable de los mayores, el amor en la familia y el sufrimiento ante la enfermedad.
A todo esto, llevamos tres párrafos y todavía no hemos mencionado al monstruo del título. Bien, hay un monstruo. Uno enorme, para ser más exactos. Una especie de troll de madera, un árbol viviente gigantesco -como una mutación del Groot de “Guardianes de la galaxia”– que ejerce el papel de mentor y guía emocional de Connor. Esta criatura, entre imaginaria y real, resulta uno de los principales aciertos del film, tanto a nivel técnico –el bicho se mueve maravillosamente- como narrativo.
A pesar de su aspecto terrorífico, el monstruo con la voz profunda de Liam Nesson sirve de faro al confundido Connor. Lo hace a través de tres fábulas que, de hecho -y esto es un juicio puramente personal y subjetivo-, resultan las mejores escenas del film. Como ya ocurría en la primera parte de “Harry Potter y las reliquias de la muerte”, los cuentos se relatan en forma de pequeños cortos animados, casi independientes de la narración central.
Esto es engañoso, porque los cuentos están construidos de forma muy inteligente, subvirtiendo la tradición clásica: más que cuentos de hadas al uso con buenos y malos, transitan por la escala de grises. Su moraleja refuerza el mensaje central: la vida no es un lugar sencillo, sino uno en que un príncipe puede ser a la vez un asesino y alguien querido por su pueblo, en que un boticario puede ser al tiempo avaro y justo.
Hasta aquí todo bien, el problema viene en los momentos de la película libres de monstruo: el drama familiar que ocupa el resto del metraje –en el que intervienen la madre moribunda, la abuela autoritaria y el padre ausente- es previsible y aburrido. O, mejor dicho, lo es si no conectas de entrada con él: un cine tan basado en el melodrama se vuelve risible si no entras en el juego.
Hablo de forma personal, porque en la misma sala en que vi la película confluyó gente que salió con lágrimas en los ojos y otros a los que, como a mí, les había dejado fríos. El problema es que Bayona –siguiendo la línea que inició en “Lo imposible”– echa mano de todos los recursos típicos, como obligando al espectador a conmoverse: banda sonora de piano, ojos llorosos, discursitos sollozantes… Lo dicho, todo muy evidente y que funcionará en según qué espectador.
Para ellos, será una experiencia en la que habrán de ir con cuidado para que el llanto no les distraiga del mensaje profundo que articula la película. Para los otros, aquéllos a los que el drama forzado de “Un monstruo viene a verme” resulte artificial, la película será un constante esperar a que vuelva a aparecer el monstruo y suba el nivel.
[Josan Montull. Colaborador de CinemaNet]
La esperada y nueva película de Juan Antonio Bayona viene a cerrar una trilogía sobre la relación maternofilial que inició con “El orfanato” y continuó con “Lo imposible». Bayona presenta ahora “Un monstruo viene a verme” cuyo guión está inspirado en una novela ilustrada de Patrick Ness.
Connor (Lewis MacDougall) tiene trece años (“Demasiados para ser un niño y pocos para ser un hombre”). Siete minutos después de cada medianoche tiene una pesadilla en la que una voz le llama desde un cementerio próximo que se divisa desde su ventana. Junto al cementerio hay una pequeña iglesia y un árbol milenario que se transforma en monstruo ante los ojos atónitos de Connor. Acompañado de esa criatura de apariencia monstruosa, Connor vivirá la aventura de reconocer sus propios miedos, enfrentarse a ellos y afrontar su peor pesadilla, su propia verdad, la que siempre oculta y a la que no hace frente.
No le faltan al chico motivos para andar aterrado ante su vida: sus padres están separados, su madre está muy enferma de cáncer, todo indica que deberá ir a vivir con su abuela, adusta y fría; además en el colegio vive un permanente acoso que le lleva al miedo y a encerrarse en sí mismo, en sus dibujos y en las historias fantásticas que han quedado en su corazón y que el monstruo le recuerda.
Estamos ante una película intimista y profunda que se mueve con habilidad entre el melodrama y la fantasía. Todo el aspecto melodramático está muy bien conseguido; la interpretación es excelente, contenida e intensa. Brillan especialmente Sigourney Weaver dando vida a una abuela exigente y distante, Felicity Jones, en el papel de la madre enferma; de una manera particular hay que subrayar el trabajo del joven Lewis MacDougall en el papel del pequeño Connor. MacDougall tiene un extraordinario magnetismo en la pantalla y los registros de tristeza, miedo, rabia, impotencia y ternura van y vienen con la misma intensidad con la que se viven en la adolescencia.
En ese intimismo del relato cobra un papel extraordinario la fotografía. Los claroscuros exteriores se convierten en metáfora de la vida, que siempre es ambigua y regala alegría y penas; el diseño de los interiores es magnífico, las casas, los relojes, los dibujos, los recuerdos, los objetos cobran protagonismo por sí mismos y hablan de todo lo que acumulamos en nuestra existencia; vivir se convierte en hacer acopio de objetos que nos recuerdan lo que fuimos, lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Connor aprenderá que destruir los objetos no nos hace huir de nuestros miedos.
Bayona también se maneja de una manera extraordinaria con las escenas fantásticas: el monstruo, la destrucción, los efectos especiales están muy bien, y siempre al servicio de la historia.
Hay, por otra parte, un tema incesante en el film: la narración de historias como elemento de construcción de la propia personalidad; el monstruo recuerda cuentos que ya conocía el muchacho y en esas historias (que en la pantalla aparecen como dibujos de acuarela animados) no hay héroes o villanos, los personajes que presentan tienen una conducta moral frágil, como frágil es la vida; el monstruo le recordará que no hay buenos o malos químicamente puros, todos los seres humanos somos débiles y ambiguos, capaces de lo mejor y de lo peor.
La enfermedad de la madre va a llevar al muchacho (y por ende al espectador) a recordar lo duro que es enfrentarse a la muerte de los seres queridos; es tan inevitable que tarde o temprano hay que afrontarla. Vivir es ir perdiendo personas a las que amamos e ir acumulando objetos que nos las recuerdan. Y en esos momentos sublimes de la muerte de los seres queridos nos enfrentamos a la más profunda verdad de nosotros mismos, a la verdad más monstruosa.
Esa verdad, nos dice Bayona, nos dice que el amor puede dar sentido a la vida. Necesitamos decirnos que nos queremos, necesitamos darnos, necesitamos descubrir lo que tenemos en común con las personas que nos son distantes para romper intolerancias.
Por su fuera poco, toda esta reflexión abierta a mil sugerencias está admirablemente musicada por Fernando Velázquez, que ha compuesto una inspirada banda sonora absolutamente genial. Hermosa, original, lírica y sugerente, “Un monstruo viene a verme” se convierte en una propuesta cinematográfica más que interesante. Un film con alma.
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