(Artículo cedido por su autor y publicado originalmente en su blog, Cartas en el olvido)
Toma ya: una mezcla insospechada. Veamos.
Hace poco más de un mes vimos en casa Men in Black, esa película tremenda protagonizada por Tommy Lee Jones y Will Smith, y me di cuenta de un detalle.
Cuando todavía no ha salido a escena la asombrosa multitud de marcianos y demás criaturas del universo, se puede escuchar el siguiente diálogo. Al acabar una pequeña misión, un caza-extraterrestres mayorcillo ya para tanto trote le dice en un suspiro a Tommy Lee Jones:
– Son hermosas, ¿verdad?
– ¿El qué?
– Las estrellas. Ahora nunca las miramos.
Es un momento de lirismo en una cinta cargada de tiros y tonterías. Delicioso.
Avanzada la película, uno se da cuenta de que la frase pierde casi toda su poesía: los Men In Black, que trabajan con marcianos, ya no lo ven como nosotros. Ven su lugar de trabajo. El acostumbramiento normal.
Sin embargo, imaginemos que no estamos en la película: que la frase sea bonita de verdad y que se refiera a lo que parece en un primer momento. Sigue siendo verdad. Las estrellas son hermosas. Y pocas veces las miramos. Y la causa de tal descuido no está en la polución de la atmósfera, me parece.
Necesitamos tiempo y calma y volver a mirar sin necesidad de pantallas. Tiempo para no sólo ver, sino mirar. Y no sólo mirar, sino contemplar: ese mirar lleno de asombro y reflexión.
Eso mismo hizo -y aquí entran la segunda y tercera partes del post- un soldado. Uno de tantos, uno desconocido. Pasó toda la noche en el cráter que una bomba había hecho en el sucio suelo, esperando a entrar en batalla. Murió aquella noche, no se sabe cómo, pero se encontró en los pliegues de su chaqueta este hermoso poema: una exquisita oración. Las últimas palabras escritas de un hombre.
…
Escucha Dios… yo nunca hablé contigo.
Hoy quiero saludarte, ¿cómo estás?
Tú sabes… me decían que no existes,
y yo, tonto de mí, creí que era verdad.
Yo nunca había mirado tu gran obra,
y anoche, desde el cráter que cavó
una granada vi tu cielo estrellado,
y comprendí que había sido engañado.
Yo no sé si tú, Dios, estrecharás mi mano,
pero voy a explicarte, y comprenderás,
es bien curioso, en este infierno horrible
he encontrado la luz para mirar tu faz.
Después de esto, mucho que decirte no tengo.
Tan sólo que… me alegro de haberte conocido.
Pasada media noche habrá ofensiva,
pero no temo, sé que tú vigilas.
¡La señal! bueno Dios, ya debo irme…
me encariñé contigo… quiero decirte,
que como tú sabes, habrá lucha cruenta
y quizá esta noche, aún llamaré a tu puerta.
Aunque nunca fuimos amigos,
¿Me dejarás entrar si hasta a ti llego?
pero… si estoy llorando, ¿ves Dios mío?
se me ocurre que ya no soy impío.
Bueno Dios, debo irme… buena suerte.
Es raro, pero ya no temo a la muerte.
…
¿Qué decir?
Poco.
Que la Creación es hermosa.
Que nos puede llevar de la mano a su Creador.
Que no sirve decir que uno no sabe rezar: todo hombre sabe dirigirse a su Creador.
Que no hacen falta grandes preparaciones para eso.
Toma ya.