Cuando somos niños, miramos a las estrellas para hacer preguntas. Ya adultos, las preguntas siguen ahí, pero esta vez son las estrellas las que parecen aportar alguna respuesta. O, por lo menos, el cine que viene de ellas.
(Ojo: esta selección tiene mucho de análisis, así que -desde luego- van a haber spoilers o destripamientos de la trama. Quedan avisados)
La llegada
La metáfora: Bajo toda su ampulosa pretensión, la última película del director de Sicario es, en el fondo, una historia de amor materno. En La llegada, aprender el lenguaje de los extraterrestres permite acceder al futuro -lo que desencadena una reflexión muy interesante sobre el poder del lenguaje para cambiar nuestra estructura mental que no toca desarrollar ahora-.
Sin embargo, esto se traduce en una certeza terrible para la protagonista, Louise: al mirar hacia delante descubre que su hija, la que aún no ha tenido, morirá de una enfermedad incurable. El drama de la película se concentra en esta situación, y se resuelve en su decisión firme de seguir adelante a pesar de todo.
La realidad: La vida vale la pena vivirla aunque sea poco tiempo. Con su decisión de tener a su hija, Louise desvela al espectador que cada instante de vida vivido con amor es un regalo, y que todo el sufrimiento del mundo no logra pesar lo suficiente en la balanza. Estoy casi seguro de que La llegada no es una película que Dennis Villeneuve concibiese como pro-vida, pero lo cierto es que de sus fotogramas emana una lección vital que se puede aplicar a tantos casos de mujeres embarazadas de hijos enfermos. ¿Abortar o vivir? Louise resuelve la difícil disyuntiva con firme convicción.
Blade Runner
La metáfora: Mientras escribo estas líneas, Internet se está llenando de alusiones a la obra maestra de Ridley Scott. Los de Sony acaban de liberar el primer trailer de la secuela, Blade Runner 2049, y eso hace que proliferen las alusiones al replicante que no quería ver sus recuerdos diluidos como lágrimas en la lluvia y al humano que le perseguía. Porque Deckard era humano, ¿o no?
La realidad: De Blade Runner se ha escrito tanto –aquí, aquí y aquí, por ejemplo- que intentar añadir algo nuevo es tarea reservada a unos pocos elegidos. Como el mesianismo no es algo que practique y un párrafo apenas da para cavar muy profundo, reproduciré el breve apunte que hizo de esta película nuestra colaboradora Marta García Outón en su reflexión sobre las utopías en el cine:
“Más allá de ser materia industrial, estos androides acabarán presentando una esencia que, en palabras de su creador, les convierte en “más humanos que los humanos”, al poseer unas cualidades que han perdido aquellos que los persiguen: una conciencia muy desarrollada, un gran sentido de la moral, un afán de relaciones, el deseo de la inmortalidad y la búsqueda insaciable de su creador”
(En resumen, que no es la simple inteligencia ni la capacidad de usar herramientas lo que nos hace humanos: es el deseo de infinito)
Star Wars: Episodio IV
La metáfora: La historia la sabemos todos. Un joven granjero, un viejo maestro, un arma noble para tiempos más civilizados, un imperio nazi galáctico y una rebelión exitosa. El viaje del héroe de Joseph Campbell trocado en una space opera llena de monjes samuráis y granujas que disparan primero y preguntan después. De halcones milenarios, estrellas de la muerte y una constante: la Fuerza. Un campo de energía que, como recuerda cierto anciano verde con por hablar desordenadamente una extraña predilección presenta, “nos rodea, nos penetra y mantiene unida la Galaxia”.
La realidad: Que Star Wars da para una docena larga de Cinefórums y lecturas espirituales no es nada nuevo. Desde el propio argumento –aquí lo analiza muy bien Roderick Vonhögen– a sus protagonistas –lo de la conversión de Alec Guiness es simplemente conmovedor-, la película que inició el universo más famoso de George Lucas es una mina. Y la veta principal es aquella que relaciona la Fuerza con el llamado interior de cada uno.
Luke Skywalker es llamado, y lo rechaza. Sufre por ese rechazo hasta que, decidido, acepta su misión y se realiza a través de ella. Lejos queda su “¡no iré a Alderaan!” cuando lo vemos volar directo al corazón del orbe fatal, de esa Estrella de la Muerte comandada por el que seguramente sea el padre más icónico del cine. El camino de la luz no es sencillo para el joven Skywalker -no lo es para ninguno de nosotros-, pero finalmente se le revela como el más auténtico.
Mad Max: Fury Road
La metáfora: Pongámonos en situación: un camión de guerra huye por el desierto intentando poner su carga a salvo de un ejército de fanáticos. La conductora es Imperator Furiosa -difícilmente conseguirá Charlize Theron un personaje tan carismático como lleno de testosterona-; la mercancía, cinco modelos de lencería, y los perseguidores, los Media Vida. Una guerrilla de jóvenes enfermos que se abalanzan a toda velocidad contra el enemigo buscando la muerte y el Paraíso que ésta trae consigo.
La realidad: El paralelismo entre los ficticios Media Vida y los muy reales fanáticos de la Media Luna sale solo. Sin embargo, nuestro colaborador Marc Fernández realizó un análisis de esta metáfora más sutil que simplemente equiparar a los yihadistas que se inmolan con los seguidores de Inmortan Joe:
“La pasión de Nux [un Media Vida] por una gran muerte sólo tiene sentido en un ámbito social. “¡Sed testigos!” gritan los Media Vida antes de lanzarse a la muerte, como si de no haber nadie presente su sacrificio no hubiese servido para nada. Pese a ser esclavos de su señor sólo se sirven a sí mismos, y aun así necesitan a los demás para escapar de la mediocridad de su miserable existencia. Esta situación es fácilmente extrapolable a cualquier joven que cae en una obsesión insana y egoísta, en las drogas o en una frívola sexualidad, en que él es el único fin y todos los demás son puros medios para lograr lo que se propone.
Sin embargo las cosas no salen como tenía planeado, y tras rozar la gloria en nada menos que tres ocasiones, un Nux avergonzado y derrotado se acurruca en la parte trasera del camión y pretende no existir. Ahí yace hasta que una de las esposas lo encuentra y le dedica unas dulces palabras de consuelo. ¿Le había hablado alguien con dulzura antes que ella? ¿Había conocido acaso otra vida que no fuese la guerra y la servidumbre al ego? Decide entonces ayudar a los fugitivos, y mientras Max redescubre lo que significa pertenecer a una causa, para Nux es algo totalmente alienígena y fascinante, por lo que pasa la mayor parte del viaje admirando en silencio la situación”
Marte
La metáfora: Matt Damon pone su mejor cara de apaleado por el destino en esta traslación de Robinson Crusoe -aquí, Mark Watney- al espacio. En concreto, a Marte, como se encarga de anticipar el sucinto título. Una tormenta de arena, las prisas por recoger y un oportuno fade out desmayo mediante arrancan la trama de Marte: por delante, solo eternos paisajes de roca rojiza.
La realidad: En este caso la moraleja es bastante evidente. Marte puede leerse fácilmente como una oda a la perseverancia y al optimismo bien entendido. Ése que no se sustenta en fantasías sino en la confianza en la propia capacidad de vencer el desaliento. Lo que Watney lanza al espectador en cada salida ingeniosa, en cada parche DIY con que sustenta su existencia en la base marciana, es una interpelación. “La próxima vez que tengas un problema, ¿lo vas a encarar con buen ánimo o vas a patalear?” dice cada acción del astronauta.
(Luego, y no menos importante, está la segunda moraleja: que estudiar y formarse es importantísimo. Al fin y al cabo, saber cómo se plantan esas patatas en el suelo rojo es lo que puede llegar a salvar tu vida. Marte es esa buena respuesta que los profesores de Matemáticas añoran cuando un alumno se queja de que las ecuaciones y las fracciones no tienen ninguna aplicación real)
Seguro que conoces muchas más metáforas a través de las que la ciencia ficción nos habla directamente: ¡cuéntanoslas en los comentarios!
Estupendo artículo
¡Genial!