Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio parece un videojuego, y eso es genial. Hace poco pude ver esta adaptación de los personajes de Hergé que estrenó Steven Spielberg en 2011 y durante el visionado la idea me iba repicando las sienes. “Esto parece un videojuego, tendría que jugarse en una Playstation o una XboX”, recuerdo que pensaba mientras los protagonistas saltaban y disparaban.
No lo digo por el estilo de animación –un look que traduce la línea clara característica del dibujante belga en el hiperrealismo 3D propio de las superproducciones de Sony o Microsoft-, sino por cómo están rodadas las secuencias de acción. En concreto, fijémonos en esta:
Como vemos, Tintín y Haddock persiguen al villano de turno por las calles de una ciudad de Marruecos para conseguir unos documentos que van pasando de mano en mano durante toda la persecución. Más allá de la virguería técnica –está rodado de modo que resulta un plano secuencia de los que desencajan la mandíbula-, me gustaría fijarme en los dos elementos que me hacían pensar en un videojuego. Y, desde luego, en qué reflexión personal creo que podemos sacar de ellos.
Desde luego, decir “videojuego” es tan amplio como decir “película”: es un medio muy extenso en el que caben todo tipo de géneros, pero aquí me refiero a una saga en concreto. La leyenda del Unicornio me recordaba a los títulos de Uncharted, una serie de videojuegos de acción y aventuras protagonizada por el arqueólogo Nathan Drake en la que encontramos set-pieces parecidas a las protagonizadas en esta película por el reportero del flequillo.
El modo en que los personajes fluyen por el aire sin que nada se detenga a su alrededor, los edificios derrumbándose mientras un tanque los atraviesa, la ligereza de Tintín/Nathan saltando a un jeep en marcha… Elementos comunes que nos remiten a la idea de kinestética: un término usado en el ámbito de los videojuegos para hacer referencia a la sensación que producen las acciones de los personajes en el jugador.
La satisfacción que causa el mero movimiento de Tintín, Milú y Haddock durante la escena de la persecución es equiparable a la que fluye de Nathan Drake mientras trepa, rueda o dispara. Con una diferencia fundamental: no controlamos a Tintín.
Sí, es obvio, pero examinemos esto un poco más de cerca.
El control sobre las acciones del personaje –o avatar- es lo que separa un videojuego de una película. No en vano, el primer medio se conoce como “arte interactivo”: lo fundamental es el papel activo del jugador. Es lo que en inglés se llama agency: la capacidad que posee un agente -una persona u otra identidad- para actuar en un mundo.
En el mundo de Uncharted, tenemos agency: podemos mover a Nathan Drake a dónde queramos, hacer que salte o dispare… y con ello estamos configurando su historia, paso a paso. Con Tintín, por parecidos que puedan ser el plantemiento, nudo y desenlace de la escena de la persecución, no ocurre esto: los protagonistas de El secreto del Unicornio viven en su propio mundo al otro lado de la pantalla.
Desde fuera, los espectadores asistimos al espectáculo de heroísmo que desprenden sus protagonistas. Vemos desde fuera la alegre ingenuidad que impulsa a Tintín, su manera casi infantil de afrontar los retos. Vemos cómo se lanza a la aventura sin miedo, cómo recibe los desafíos con ánimo naif pero decidido. Cómo persigue a los villanos como si la vida le fuera en ello… desde el otro lado de la pantalla. Un mundo aparte, separado por la pantalla…
¿O no?
Resulta que existe un tercer lugar donde ambos planteamientos se juntan. Un espacio donde la inspiración de Tintín y la agency de Nathan Drake se combinan: la vida real. Puede que a nuestro alrededor no se caigan los edificios ni malvados piratas busquen tesoros hundidos, pero puede que no sea tan distinto. Cada minuto que vivimos es una oportunidad de poner en juego nuestra agency, nuestra capacidad de actuar en el mundo que nos rodea.
La libertad es un don precioso, pero inútil hasta que se pone en práctica. Un don que puede orientarse en múltiples direcciones, pero que encuentra su plenitud cuando se dirige hacia el bien: y aquí es donde entra Tintín. La actitud del reportero belga es toda una lección de vida. Un ejemplo de alguien que afronta la vida por un ideal –en el caso de esta película es la verdad, pues al fin y al cabo el protagonista es un reportero- y que encara cada desafío que se le presenta como una aventura.
Esta es la reflexión que creo que podemos extraer de El secreto del Unicornio y de su comparativa con un videojuego. Una reflexión sencilla que se resume en una sola frase: estamos a los mandos de nuestra vida, de cada uno depende vivirla con actitud decidida y dirigirla a algo grande.