Son días complejos: la alerta sanitaria por la expansión del coronavirus COVID-19 ha llevado a la cancelación de eventos -sin ir más lejos, los programados por CinemaNet– y al confinamiento forzoso en casa de millones de personas. Hay, eso sí, otra cara de la moneda: este tiempo difícil está llevando a muchos a redescubrir el sentido de comunidad y está haciendo aflorar gestos de solidaridad y generosidad -algunos ejemplos aquí, aquí o aquí-.
En todo esto pensaba yo ayer mientras veía Kubo y las dos cuerdas mágicas, una película preciosa para estos días de resurgimiento de la bondad y perfecta para ver en familia en casa -está disponible en Netflix-. En CinemaNet ya hablamos de esta pequeña delicia en un artículo que reflexionaba sobre la vocación matrimonial, pero hoy quiero fijarme en otro detalle de la cinta: el ojo izquierdo de Kubo.
Antes de entrar a fondo, una breve introducción: Kubo y las dos cuerdas mágicas es la penúltima pieza de orfebrería stop-motion del estudio Laika, y nos sitúa en el Japón feudal. Allí, un joven mago tuerto cuida a su madre mientras entretiene a sus vecinos con papiroflexia y música de shamisen, una suerte de banjo japonés de tres cuerdas. Toda su vida dará un vuelco cuando un espíritu del pasado vuelva para atormentarle.
El ojo izquierdo de Kubo: mirar al prójimo
Este ser maligno no es otro que su abuelo, el Rey Luna. A lo largo de la película se revela que fue quien arrancó el ojo derecho a Kubo, y pretende hacer lo propio con el izquierdo. En el clímax, el protagonista nos deja caer la clave de por qué: “sin este ojo no puedo ver a los demás”.
El Rey Luna se nos presenta como el villano porque su ideal de paraíso es la indiferencia: quiere cegar a Kubo para llevarlo a un lugar donde no se preocupe por las necesidades de otros. Su reino es el cielo estrellado, quieto e inmutable, que contempla la miseria de los seres humanos -en un momento de la película él dice que la vida en la Tierra es “un infierno”- sin mover un solo dedo.
Por el contrario, Kubo se define por su disposición hacia el otro. Su ojo siempre abierto le sirve para ver la carencia del prójimo, y su corazón dispuesto le lleva a la acción. Esto se ve claramente en la confrontación final, pero está presente desde el inicio de la película, cuando Kubo cuida con amor y ternura de su madre o se entrega durante horas a la multitud con sus juegos y relatos.
“Ya eras un héroe antes de partir en esta búsqueda”, le dice a Kubo uno de sus acompañantes. Su heroísmo es el cotidiano, ese amar al prójimo como a ti mismo que predica Jesús y -también- ese que está en boca de todos en estos días de coronavirus. Kubo y las dos cuerdas mágicas me recordaba a nuestra situación por cómo pone en valor la preocupación por los demás, y cómo gestos pequeños y sencillos -lavarse las manos, hacer la compra por otros, llamar a los familiares aislados- son, también, manifestación de heroísmo.
Desde luego un mensaje perfecto para los tiempos que corren. Recuerdo que en Wall-E también había bastante enseñanza detrás del guión 🙂