El documental Las letras de Jordi es al mismo tiempo un retrato espiritual de su protagonista -Jordi, un hombre de 51 años con parálisis cerebral- y un vistazo a la amistad que forjan él y la cineasta, Maider Fernández. La película es una delicia –Mª Ángeles Almacellas habla en su crítica de “una pequeña joya de humanismo”-, y por eso agradecemos la oportunidad de sentarnos con su directora para hablar sobre ella.
Tras ver la película, se te queda grabada la personalidad de Jordi, ¿cómo le conociste?
En realidad, yo estaba haciendo una película diferente a cómo ha sido finalmente: quería rodar un documental en relación al santuario de Lourdes. Yo no soy creyente, y me interesaba explorar la experiencia de una persona que viviese su fe de un modo singular. Me puse en contacto con un grupo de peregrinos, y entre ellos estaba Jordi. Lo vi un tío muy auténtico, me pareció reconocer en él lo que estaba buscando.
¿Y la película cambió?
Sí, porque en principio iba a ser un retrato sobre la fe, con el foco puesto en la espiritualidad de Jordi y su peregrinación a Lourdes, pero al final se ha convertido en un documental sobre la amistad que conseguimos él y yo, y sobre la importancia de la comunicación.
El valor de la palabra, sí.
La comunicación no es solo la palabra, es todo, incluso cómo vestimos, pero sí: la palabra es muy importante. Creo que en la película se constata su valor, precisamente al mostrar a una persona como Jordi, que vive aislada, y el esfuerzo que requiere -por su parte y la del interlocutor- establecer una conversación con él. La comunicación es hablar y escuchar, y creo que en Las letras de Jordi se ve el valor que esta tiene para encontrarnos, para generar comunión.
También es muy interesante lo contrario: los prejuicios que aparecen con la falta de comunicación. Como cuando Jordi explica que va en el autobús y la gente le toca la cabeza y dicen “Ay, pobrecito”…
Desde luego. Mucha gente me dice tras ver la película que ha aprendido cosas en relación a las personas con parálisis, o con diversidad funcional, como esta experiencia que dices de tratarles como si no entendieran las cosas. Los prejuicios aparecen porque no hay momentos reales de encuentro con estas personas, viven aisladas, en las residencias o con sus familias.
Se mantiene el desconocimiento.
Y sobre la anécdota que decías del autobús, sobre esos que le dicen a Jordi que “qué horror de vida”, o “qué pena”… ¿Quiénes somos nosotros para juzgar la calidad de la vida de otra persona? Creo que en la película se ve que sí, la vida de Jordi es diferente, pero tiene con los mismos problemas a nivel emocional o existencial que el resto. Quizá sea que la sociedad no está adaptada para atender a este tipo de personas.
Leía que antes de estudiar cine, cursaste Educación Social, ¿ves relación entre ambas disciplinas?
¡Y antes de eso, hice tres años de Biología! Al final, no sabes dónde acabarás… pero yo no soy una persona cinéfila. Mi interés viene por la imagen, y creo que tanto el cine como la Educación Social me interesan porque hay una voluntad por mi parte de descubrir cosas en relación al ser humano. Me gusta tener contacto con las personas, y a través de la cámara puedo hacerlo “protegida”, por decirlo de alguna forma.
Y, aun así, la película -aunque parece muy sencilla- está muy trabajada: vas abriendo el plano a medida que conocemos a Jordi, o construyes tu “personaje” con el montaje… ¿cómo fue este proceso?
Sobre lo primero, tenía muy claro que Las letras de Jordi tenía que comenzar mostrándole a él a través de la palabra: comenzar con planos cerrados de sus manos, e ir abriendo. Sobre mi presencia, al principio quería intentar aparecer a toda costa, y luego con Virginia García del Pino -la montadora- fuimos trabajando varias versiones de mi “personaje”. ¡Había una en la que yo era un poco más capulla, por decirlo de alguna manera! Pero al final todo tendió más a lo que realmente fue mi relación con Jordi: cercana, respetuosa y con cariño.
Por último, no sé si puedes contarnos en qué andas trabajando ahora…
Estoy realizando un documental en un instituto con dos compañeros cineastas, Laura Herrero y Aldemar Matías. Planteamos y filmamos un taller sobre la autorrepresentación de los adolescentes. También voy a rodar un corto sobre un comité médico que hay en Lourdes para analizar si las curaciones espontáneas se pueden considerar milagro o no. Me interesa explorar el uso de la ciencia como herramienta ideológica.