Considerada por la inmensa mayoría, y no sin razón, la gran obra maestra de M. Night Shyamalan, El Sexto Sentido es algo más que un drama sobre un niño que ve muertos. El director hindú construyó un relato muy interesante sobre una de las bases del ser humano: la comunicación y la sinceridad como elemento principal de las relaciones.
Recordemos la sinopsis: Malcolm Crowe (Bruce Willis) es un psicólogo infantil que vive obsesionado por el recuerdo de un joven al que fue incapaz de ayudar. Cuando conoce a Cole (Haley Joel Osment), un aterrorizado y confuso niño de ocho años, ve que se le presenta la oportunidad de redimirse haciendo todo lo posible para ayudarlo. Sin embargo, el doctor no está preparado para descubrir la terrible verdad sobre el chico: recibe visitas de espíritus atormentados que lo asustan.
Cuando se estrenó, Shyamalan ya tenía en su haber una película, Praying with Anger de 1992. No se preocupe el lector si no lo sabía, el éxito y la fama de su ópera prima es muy, muy escaso, lo normal es que al decir Shyamalan uno piense en la película que protagoniza este artículo, o en Señales, o El bosque. Al llegar a las salas el filme protagonizado por un magnífico Bruce Willis en un papel muy distinto al habitual suyo, la acción, fue un tremendo éxito de crítica, público y taquilla que, a día de hoy, perdura como gran ejemplo de que un guion inteligente acompañado de una dirección soberbia llega a todos.
Analicemos entonces por qué ese guion, más allá de su temática sobrenatural, era un fenomenal tratado de lo que une (o debería unir) a las personas: la comunicación. Los comienzos nos presentan a Malcolm Crowe, un brillante psicólogo que es súbitamente disparado en su casa, delante de su mujer, por un paciente al que no logró ayudar. La secuencia nos deja con Malcolm malherido en la cama acompañado de su mujer, y con el sonido del paciente disparándose a sí mismo.
Más tarde Crowe se pone en marcha para intentar redimirse: Cole, un niño de ocho años, está siempre temeroso y apenas habla, ni siquiera con su madre. Curiosamente el primer encuentro entre ambos se produce en una iglesia católica: Shyamalan se educó en un colegio católico durante 10 años y en una entrevista reconoció que le gusta introducir elementos de dicha religión en sus películas, sin complejos.
Una de las escenas más importantes se produce entre Cole, Lynn (su madre) y Malcolm. Al llegar a casa, Cole se encuentra con su madre y Malcolm juntos en el recibidor, en silencio. Su madre se dirige a él y le dice así: “Hola cariño… ¿qué tal el día? ¿Sabes que puedes contármelo todo?”; Cole afirma con la cabeza pero no dice nada. Su madre le cuenta su día y él responde con el suyo, muy feliz pero lleno de mentiras ya que, en realidad, en el colegio todos le llaman “pirado” y le ignoran. Y ahí tenemos la primera clave: su madre le anima a abrirse y él lo hace, pero llenado sus declaraciones de mentiras, por tanto es una comunicación en vano, inútil a todas luces.
Acto seguido se produce otro encuentro con Malcolm y ambos establecen un “juego” en el cual Malcolm hace afirmaciones y, si acierta, Cole avanza hacia él, pero si no, retrocede. El niño al principio avanza, entre ellas con la afirmación de “tienes un secreto pero no quieres contármelo”, una de las más importantes de la película. El final de la escena es muy triste pero coherente: Cole acaba retrocediendo y yéndose a su cuarto con una dura afirmación: “Me cae bien… pero no puede ayudarme”. El niño sabe la verdad de Malcolm y no está dispuesto a abrirse a él hasta que haya sinceridad. Tampoco con su madre porque no está preparado aún.
Posteriormente acudimos a un incidente en un cumpleaños del que Cole sale herido y es ingresado en el hospital. Entonces se produce el diálogo más importante de la película y que además origina una de las frases más famosas de la historia del cine:
Cole: Cuénteme un cuento sobre su tristeza.
Malcolm: ¿Crees que estoy triste? (El chico asiente). ¿Por qué dices eso?
C: Me lo dicen sus ojos.
M: Yo no debería hablar de temas como ese…
Cole gira la cabeza y le niega la mirada, enfadado porque su psicólogo no se abre cuando quiere que él sí lo haga. Malcolm es consciente y entonces, en forma de cuento, le relata su drama: tras el fatal encuentro con el paciente que le disparó y luego se suicidó, la vida del profesional nunca volvió a ser la misma, incluyendo una crisis matrimonial con su mujer. Él espera ahora redimirse ayudando a Cole, quien sabiendo que dice la verdad, vuelve a mirarle y, por fin, decide serle sincero:
Cole: Quiero contarle mi secreto.
Malcolm: Vale.
C: En ocasiones veo muertos.
M: ¿En tus sueños?
Cole niega con la cabeza.
M: ¿Estando despierto?
Cole afirma con la cabeza.
M: ¿Ves muertos en tumbas y ataúdes?
C: Andando como personas normales, no se ven unos a otros, solo ven lo que quieren ver, no saben que están muertos.
M: ¿Los ves a menudo?
C: Todos los días, están en todas partes. No le contará a nadie mi secreto, ¿verdad?
M: No, lo prometo.
Cole se ha abierto porque hay sinceridad, ambos han compartido su secreto, aunque Malcolm como psicólogo no puede creerle y cree que sufre alucinaciones, paranoia y esquizofrenia infantil. En la segunda parte de la película este conflicto verá su desenlace.
Pero aún queda la parte materna ya que su madre apenas habla con él. Cole y ella comparten una cena y hablan: un colgante que cambia de sitio y eso provoca malestar en la madre. El diálogo es el siguiente:
Lynn: He rezado pero tal vez no rece bien. Cada uno tendrá que responder a las plegarias del otro. Si no podemos hablar estamos perdidos. Venga, dímelo, cielo, no me enfadaré cariño. ¿Cogiste el colgando del abejorro?
Cole: No.
Lynn: “Ya has comido bastante, levántate… ¡¡¡Largo!!!”
Su madre, obviamente, no le cree ya que en la casa solo viven ellos. Pero todo va a cambiar. Malcolm está a punto de renunciar al cuidado de Cole porque la relación con su mujer va de mal en peor, pero entonces rescata una grabación de un paciente suyo y descubre la verdad: ese paciente podía ver a los muertos, exactamente como dice Cole. Entonces vuelve a ver al chico al colegio y tiene lugar una conversación que supone un punto de giro:
Malcolm: ¿Qué crees que pretenden cuando hablan contigo? Quiero que pienses en ello, con detenimiento, ¿qué crees que quieren?
Cole: Solo ayuda.
M: Exacto. Eso es lo que creo yo, solo ayuda, incluso los que asustan, y me parece que sé cómo hacer que se vayan.
C: ¿Cómo?
M: Hazles caso.
C: ¿Y si no buscan ayuda, y si están enfadados y quieren hacernos daño?
M: No creo que ocurra eso.
C: ¿Está usted seguro?
M: No lo sé.
Evidentemente la película no va a darnos la respuesta definitiva ahora. Y así hace Cole con el primer fantasma al que ve tras esa conversación. Gracias a no huir y hablar con ella (“¿Has venido para contarme algo?”) descubre que se trata de una chica que fue envenenada por su padre. La comunicación y la sinceridad han sido las claves.
Cole mejora tanto que empieza a encajar en el colegio, tiene mejor relación con su compañeros y profesores y, por supuesto, se entiende perfectamente con Malcolm, así que le da un gran consejo: “Se me ha ocurrido cómo puede hablar con su mujer. Espere a que esté dormida, entonces le escuchará, aun sin saberlo”. Luego llega otro momento crucial:
Cole: ¿No voy a verle más no?
Malcolm: Nos hemos dicho todo lo que había que decir, quizás ha llegado el momento de que hables con alguien más próximo a ti.
Una vez que han sido sinceros y que ha habido comunicación ambos están preparados para seguir sus vidas. Malcolm ya no siente miedo al ver fantasmas y se siente normal, tranquilo e integrado, así que después, cuando está con su madre en el coche en un atasco provocado por un accidente, tiene lugar la conversación más importante entre ellos:
Cole: Estoy listo para comunicarme contigo.
Lynn: ¿Comunicarte?
C: Contarte mis secretos.
L: ¿Qué secretos?
C: Ese accidente de ahí delante, hay víctimas, una señora, ha muerto.
L: Dios mío, puedes verla?
C: Sí.
L: ¿Dónde está?
C: Está junto a mi ventanilla.
L: Estás asustándome.
C: Ellos también me asustan a mí.
L: ¿Ellos?
C: Espíritus
L: ¿Ves espíritus?
C: Quieren que haga cosas por ellos.
L: ¿Y hablan contigo? ¿Te dicen que hagas cosas?
C: Son los que me hacían daño, ¿qué piensas mamá, que soy un pirado?
L: Escúchame bien, nunca pensaría eso de ti, ¿entendido?
C: Entendido.
L: Déjame pensar…
C: La abuela te saluda, dice que siente haberse llevado el colgante del abejorro, pero es que le gusta mucho.
L: ¿Qué?
C: La abuela viene a visitarme a veces.
L: Cole, eso no puede ser, murió, lo sabes.
C: Lo sé, quería que te dijera que…
L: Por favor…
C: ¡Quería que te dijera que te vio bailar! (…) Pensabas que no fue pero sí lo hizo, se escondió al fondo para que no la vieras, dijo que parecías un ángel, que fuiste al cementerio donde la enterraron y le preguntaste algo y su respuesta es “todos los días”. ¿Qué le preguntaste?
L: ¿Te sientes orgullosa de mí?
El abrazo que se dan pone punto y final al cambio de ambos. Confían plenamente el uno en el otro y es porque ha habido comunicación y sinceridad.
Respecto a Malcolm, su final es igual de satisfactorio: se comunica con su mujer dormida y se da cuenta de su estado. Finalmente puede despedirse de ella: “Creo que puedo irme ya, solo necesitaba hacer un par de cosas, tenía que ayudar a alguien, creo que lo he hecho, y necesito decirte algo, nunca te he relegado, jamás, te quiero, ahora duerme, todo será diferente por la mañana. Adiós, cariño”.
La conclusión es clara y absolutamente positiva: somos libres y mejores cuando nos comunicamos con los demás y, además, somos sinceros.