La última apuesta de Thomas McCarthy hunde sus garras en el periodismo de papel para sacar de ella el corazón y exponerlo a la audiencia: una historia de reporteros íntegros enfrentados a viento y marea por sacar la verdad a la luz.
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ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: Spotlight |
SINOPSIS
En 2002, cuatro periodistas del grupo de investigación del Boston Globe conocido como Spotlight destaparon centenares de casos de abusos a menores por parte de sacerdotes de la archidiócesis que habían sido ocultados durante años. La cinta sigue las dificultades que tuvieron estos reporteros en su lucha por hacer que la verdad sobre estas atrocidades saliera a la luz pública.
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CRÍTICAS
[Guille Altarriba. Colaborador de Cinemanet]
Decía el célebre reportero Ryszard Kapuściński que los cínicos no sirven para el oficio de periodista, y “Spotlight” hace suya esta sentencia: en los protagonistas de la película no hay un ápice de cinismo o distancia irónica con su trabajo. Kapuściński estaría orgulloso de estos reporteros que ponen todo su corazón al servicio de lo que están haciendo y que creen en el sentido de su labor.
La historia de los cuatro periodistas del Boston Globe sigue la estela de “Todos los hombres del presidente” o “Buenas noches y buena suerte”: relatos ficcionados de hechos verídicos que suponen en realidad clases magistrales de auténtico periodismo. Este es aquel que tiene su razón de ser en la firme creencia de que una sociedad informada es una sociedad mejor y de que entrar en los fangos más oscuros de la sociedad para sacar a la luz la verdad allí escondida es un oficio tremendamente noble si se realiza sin cinismo.
La traducción de “spotlight” es “foco”, y eso es precisamente lo que hacen tanto los personajes de la película –iluminar lo que estaba oscuro- como la película en sí –dar luz a periodistas auténticos en un mundo cada vez más líquido, más consumido por la instantaneidad, las prisas y la guerra encarnizada por la atención del lector. La actividad que desarrollan los miembros de Spotlight es impecable desde el punto de vista deontológico: los periodistas del Boston Globe contrastan la información, se toman el tiempo necesario para preparar la historia con garantías, trabajan duro haciendo minería con lo escondido y respetan tanto la verdad como la intimidad de las fuentes. Este último punto es especialmente importante teniendo en cuenta el centro de interés de la película: la pederastia en el seno de la Iglesia, un tema horrible que tanto los personajes como la propia película abordan con delicadeza.
La película prefiere sugerir a mostrar, y el horror de las violaciones no se enseña explícitamente en pantalla, sino que lo conocemos a través de las reacciones de los personajes. El tono frío y aséptico, casi clínico en ocasiones, que adopta el director le va como anillo al dedo al mensaje que se quiere transmitir. En este sentido, tono y mensaje van de la mano: la película, como un buen periodista, toma la elegante decisión de no capitalizar la narración recargando la imagen de recursos estilísticos ni barroquismos y deja que los hechos hablen por sí mismos.
Desde un punto de vista cinematográfico, la cinta tiene el ritmo de un thriller, y mantiene el interés al tratar la investigación de Spotlight como una historia de detectives. Los actores principales –Michael Keaton, Rachel McAdams o un magnífico Mark Ruffalo– dotan de cuerpo y alma a unos personajes tridimensionales que, pese a su esforzada dedicación e intención noble, no se sienten como estereotipos sino como seres humanos reales. “Spotlight” no es una cinta de superhéroes que salvan el mundo, sino de hombres y mujeres que, ante una situación terrible, ponen en juego todas las herramientas de las que disponen para intentar cambiar las cosas. Uno de los mensajes de la cinta es que no basta con estar en el lugar y el momento adecuado, ni con tener las capacidades para hacer el bien: hace falta ponerlo en juego y desterrar el cinismo. “Spotlight” muestra también que una sola acción espectacular no cambia nada, sino que el bien llega con perseverancia de hormiga. En definitiva, y como le espeta uno de los protagonistas, abogado de casos de menores abusados, al personaje de Mark Ruffalo: “siga haciendo su trabajo”.
[Sergi Grau. Colaborador de Cinemanet]
Estrenadas con pocos meses de diferencia, las semejanzas y diferencias entre «La verdad» y «Spotlight» ilustran bien la diferencia entre una película que habla sobre periodismo, caso del primer título citado, y una película periodística, que es la que nos ocupa. Ambas son obras políticas, pues a través de sus tramas exponen una determinada visión de lo que podríamos llamar “el estado de las cosas”, pero sus argumentarios disienten en la definición de drama. Ambas se centran en el día a día de investigación periodística, ambas están protagonizadas por un grupo de reporteros o periodistas (aunque unos sean una productora televisiva y otros, redactores de un periódico, el Boston Globe) y ambas dramatizan acontecimientos reales que tienen que ver con noticias de alcance y trascendencia en la opinión pública (aunque sin duda lo que nos narra «Spotlight», cómo ese equipo de reporteros del Boston Globe llegó a destapar los escándalos de pederastia cometidos durante décadas por curas del estado de Massachussets, resulta de mayor relevancia que los antecedentes biográficos de George W. Bush referidos en «La verdad»).
Sin embargo, si en la muy recomendable «La verdad» el drama se centraba en buena medida en los periodistas, especialmente en la jefa de producción encarnada por Cate Blanchett sometida al escarnio público por cuestionamientos dudosos sobre ética periodística, en «Spotlight» los cuatro personajes centrales del relato –ese equipo investigador, al que dan vida con convicción Michael Keaton, Mark Ruffalo, Rachel McAdams y John Slattery, el primero especialmente inspirado– no le roban nunca el protagonismo al objeto de su investigación, de forma parecida a lo planteado en «Todos los hombres del presidente» o, aunque más matizable, «JFK, caso abierto».
El aquí guionista-director Thomas McCarthy acoge en su quinta película esta fórmula inédita en su cine precedente, que hasta la fecha se balanceaba entre enunciados temáticos de trasfondo social y maneras fílmicas asimilables al cine indie industrial en su definición aún vigente. Con «Spotlight», McCarthy filma sin duda su obra más redonda al revelarse capaz de avanzar en la misma órbita narrativa precedente (me permito la auto-cita, de la crítica de «Win Win, ganamos todos», donde le definía como «un realizador sin duda funcional (que es lo mismo que decir limitado, aunque también podría definirse como alérgico al riesgo), que no parece pretender otra cosa que ilustrar sus historias de forma sencilla y fácilmente asible por el espectador medio, en el convencimiento de que es sobre el papel, en el apartado de guión, donde habitan las aspiraciones de toda índole (dramáticas, discursivas, comerciales) de la película, y que por tanto sólo se trata de no malbaratarlas»). No obstante, el director toca aquí su mayor o menor inspiración para definir tipologías de personajes por un escrupuloso estudio del funcionamiento de la investigación periodística, una crónica del cómo bien trenzada.
Vengo a decir que Thomas Mc Carthy vendría a tener en los personajes citados de la película suertes de alter ego de su labor de manufactura de guion, periodística en tanto que basada en la selección y ordenación de información –redacción pensada para ser relatada en imágenes en lugar de leída– para que el espectador penetre en ella, la asimile y quede invitado a una pertinente reflexión en lugar de ser adoctrinado o adoptar una pose pueril. Es una sabia decisión (esa puerilidad brilla por su ausencia más allá de algún breve subrayado dramático y los inevitables rótulos finales) que sorprende hasta cierto punto en este cineasta caracterizado a menudo por su afición a enfatizar quizá en demasía el contenido explícito de las fábulas morales que encontramos en sus relatos. Digamos, en fin, que en este cine periodístico, no sobre lo periodístico, el director ejerce de periodista, y si me permiten la anécdota, McCarthy tras las cámaras es mucho más honesto y valioso periodista de lo que era el personaje que el director-actor encarnaba en la quinta temporada de «The Wire», el trepa que trataba de seducir al editor con “apuntes dickensianos” que no eran otra cosa que el eufemismo de una aproximación a la noticia superficial y sensacionalista.
Nada de eso, felizmente, concurre en este viaje al levantamiento del velo de los abusos sexuales a menores cometidos por curas de la zona de Boston. El cineasta se toma a pecho, muy en serio, la radiografía histórica que escoge narrar, y la primera elección (el cine periodístico) encuentra coherencia y sentido en una armónica, muy reseñable, armazón de datos, pero sobre todo, pues hablamos en definitiva de cine, por la destreza en el manejo de la herramienta crucial de «Spotlight»: el montaje, cuya ejecución corre a cargo de Tom McArdle, fiel escudero de McCarthy en esa faceta técnica, montador de sus cinco películas. Quizá si la labor del realizador en la puesta en escena fuera más brillante, «Spotlight» sería otra película, que tal vez –mera hipótesis, aunque la secuencia-prólogo invita a pensar en ella– hubiera sacado partido a lo geográfico, a Boston como escenario de una verdad incómoda oculta, a lo simbólico que puede ofrecer ese escenario urbano de las miserias que se esconden bajo el palpitar social y cultural (no olvidemos el arraigo de lo católico en la capital de Massachussets).
Pero McCarthy es consciente de que ése no es su fuerte, y centra su ambición, como en su cine precedente, en la manufactura de guion. Aquí, y por eso es su mejor película, unida a un ensamblado en imágenes muy preciso, que mantiene claras las ideas en exposición y que sostiene un ritmo incorruptible. Como el de un texto bien escrito en un periódico, de esos, menos habituales hoy que ayer, que uno lee con afición porque están bien escritos, por su clarividencia en exponer de forma limpia lo complejo, y esa forma, prudente, certera, logra que el lector se empape del contenido. «Spotlight» sería un trasunto cinematográfico de esa clase de textos. Y no precisamente de un artículo de opinión, sino de uno de los que ofrecen información objetiva. Pero el mérito no es inferior en este segundo caso, no nos engañemos.
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