Sinopsis
Joe Connor ha llegado para dar clases en Ruanda porque cree que puede marcar una diferencia. Cuando la escuela se convierte en un refugio para miles de ruandeses que escapan del genocidio, Joe promete a su alumna más brillante, Marie, que los soldados de la ONU la protegerán de la multitud de militares extremistas en busca de sangre. Pero cuando la ONU abandona a los refugiados, Joe y el director de la escuela, el padre Christopher, se enfrentan a un angustioso dilema: marcharse o quedarse con los ruandeses. Mientras los camiones de la ONU toman su camino a través de los aterrorizados refugiados, Joe mira la cara llena de lágrimas de Marie… ¿Qué debe hacer él?
Crítica
Genocidio y martirio
[Decine21]
El escocés Michael Caton-Jones es un director eficaz, que tiene en su haber títulos más o menos correctos, como Memphis Belle, Condenado, Chacal (1997) y sobre todo Vida de este chico. Es cierto que dirigió la nefasta Instinto básico 2. Adicción al riesgo, pero el año anterior había hecho con capital británico este valioso drama, que si no ha tenido una mayor repercusión es por una razón concreta: que repite el tema del genocidio ruandés de Hotel Rwanda, un film con el que comparte muchos elementos.
El contexto histórico es el mismo, la sangrienta guerra civil iniciada en 1994 por las facciones más radicales de la minoría hutu, que tras asesinar al presidente del país inició el genocidio de la etnia tutsi. Como en el film de Terry George, esta película se desarrolla en Kigali, en el momento de mayor locura, cuando un grupo de tutsis, ciudadanos extranjeros y soldados de la ONU se refugian en unas instalaciones. Aquí los protagonistas no acuden a un hotel, sino que intentan sobrevivir en una escuela que llevan misioneros católicos.
Otro punto en común, es que ambos trabajos se basan en personajes reales. Esta vez, el personaje más importante es Christopher, un sacerdote franciscano inspirado en el misionero bosnio Vjeko Curic, uno de los dos curas no africanos que permanecieron en el país durante la matanza. En el guión ha participado David Belton, reportero que cubrió la guerra para BBC, y que quedó deslumbrado por la figura de Curic. A él le debe la vida, pues el párroco convenció a unos milicianos borrachos, que le detuvieron en la carretera, para que no le asesinaran. Belton es también uno de los productores del film. Christopher ?el alter ego de Curic? se describe a través de los ojos de Joe, un joven maestro recién llegado a la escuela, que promete a Marie, una alumna brillante, que las fuerzas de la ONU les protegerán. Sin embargo, éstas parecen no hacer nada…
El film describe minuciosamente el conflicto, una de las mayores tragedias de finales del siglo XX. Caton-Jones no oculta que fue un genocidio particularmente sangriento, marcado por los feroces machetazos que asestaban los hutus a sus víctimas, pero muestra las secuencias violentas con elegancia y contención. Critica la pasividad de la ONU y de la comunidad internacional, al tiempo que describe de forma minuciosa y exalta la fe del párroco protagonista, como factor que da sentido a sus valiosos sacrificios, un rayo de luz y de esperanza en un momento de máxima convulsión. El veterano actor John Hurt aprovecha sobradamente el atractivo del personaje, y entrega uno de sus mejores trabajos de los últimos tiempos.
Sensación de fracaso
El periodista David Belton reconoce que puso en marcha este film porque sentía una gran frustración. «Creo que comparto una gran sensación de fracaso con todos los ciudadanos occidentales que vivieron la masacre. La mayoría fueron evacuados y tuvieron que dejar allí a sus amigos ruandeses, que fueron asesinados», explica Belton. «Teníamos allí una fuerza de la ONU que se marchó cuando podía haber detenido la matanza. El Consejo de Seguridad mostró una gran cobardía moral». Contrasta ante esa situación, el ejemplo de su amigo, el padre Curic: «La última noche que pasamos con él los miembros del equipo de la BBC, nos llevó a su pequeña cocina para ofrecernos unas copas de whisky. Allí nos confió su secreto. Estaba dando refugio a muchos tutsis que huían de las milicias, y los sacaba en secreto del país, en los bajos de su camión», recuerda el periodista.
[Julio Rodríguez Chico. Labutaca.com]
La cámara de Michael Caton-Jones mira a Ruanda en los momentos más sangrientos de su historia reciente: la guerra civil entre etnias de 1994, y el genocidio de los tutsies a manos de los hutus. Es una mirada llena de dolor, de crítica y también de agradecimiento. De dolor por tantas víctimas que fueron masacradas a golpe de machete, sin ninguna consideración hacia niños ni mujeres. De crítica por la cobardía moral de la ONU para parar la matanza, y por el racismo hipócrita del «mundo desarrollado» que únicamente protegió sus intereses blancos. De agradecimiento a quienes, con su ejemplo y entrega, permitieron que algunos sobrevivieran para contarlo, aun a costa de su vida. Nada de esto resulta extraño si sabemos que David Belton, co-productor y co-guionista del film, fue uno de los reporteros de la BBC que salvaron la vida gracias a la heroica acción del franciscano Vjeko Curic, a quien ahora rinde tributo.
Una historia similar fue llevada al cine recientemente por Terry George en «Hotel Rwanda«. Ahora, el nuevo testimonio nos traslada del hotel a una Escuela Técnica Oficial, también convertida en campo de refugiados. El héroe ?real y humano, no del cómic ni de la mitología? pasa a ser un misionero católico, el padre Christopher ?Curic en la realidad? que se quedó y murió entre los ruandeses para salvar a cuantos fuese posible. Entre el inicial golpe de Estado y la posterior evacuación de extranjeros y tropas de la ONU, nos encontramos con actos salvajes llenos de odio y sangre junto a actuaciones memorables de solidaridad y perdón, al joven profesor Joe que se debate en un espinoso dilema moral, y a unos periodistas o militares que se mueven entre la ambigüedad y el fracaso por un trabajo poco comprometido.
El escocés Caton-Jones pretende mostrar de manera realista lo allí sucedido, y por eso rueda en los mismos lugares de la tragedia, incorpora al equipo artístico y técnico de la película a algunos de los supervivientes, e ilustra con títulos de crédito iniciales y finales lo que pasó en el país africano. Su puesta en escena se acerca más al estilo documental de lo que hiciera Terry George ¿no dejando de ser una realidad ficcionada?, y opta por no apartar el objetivo en los momentos más crudos y dramáticos, como las escenas en que los hutus matan a golpes de machete a mujeres y niños, o cuando el sacerdote visita el convento donde las monjas han sido violadas y asesinadas. Acciones cruentas y cuerpos despedazados que aquí buscan evidenciar la verdad de lo sucedido, idéntica motivación que empuja al realizador a mostrar la figura del misionero en su realidad más profunda, a no quedarse únicamente en su acción humanitaria: por eso, en varias ocasiones, el director hace hincapié en su sentido sobrenatural y trascendente, en su intento por dar un sentido cristiano al sufrimiento de esas gentes y ponerlo en relación con el valor de la misa que el sacerdote celebra para los refugiados, poco antes de ser abandonados a la muerte segura.
En el trabajo del guionista se aprecia también una voluntad por alcanzar el dramatismo por medio de los mismos hechos de la historia real, más que a través de la puesta en escena, ahora más televisiva que su antecesora. El desarrollo es previsible por ser conocido en sus líneas generales, se reducen las subtramas para centrase en la principal, y no se alcanzan los clímax de «Hotel Rwanda«. Sin embargo, las imágenes tienen el valor del testimonio verdadero y de la honestidad de su representación, con momentos conmovedores y un interesante dilema moral que se plantea en la persona del profesor inglés. La ambientación apuesta en algunos momentos por el tono realista, mientras que una estupenda banda sonora recurre a coros africanos para trasmitir esa doble realidad de la calle enloquecida y de unas almas que buscan la paz al sentirse comunidad. Las calles polvorientas y los caminos sembrados de cadáveres son el escenario trágico para que John Hurt dé vida al padre Christopher con un rostro contenido y grave que trasmite paz y hondura interior, mientras que a Hugh Dancy le queda el reto de encarnar a un inquieto Joe que tiene que evolucionar del entusiasmo juvenil al doloroso descubrimiento de la realidad y de sí mismo.
Buenas interpretaciones para una historia personal y colectiva en la que, una vez más, algunos miraron hacia otro lado porque sólo debían realizar un «seguimiento de la paz» pero no colaborar con ella. El director no se ceba con esas irresponsabilidades históricas porque su objetivo es de carácter más positivo, y mirar en exceso a las fuerzas internacionales hubiera distraído de la presencia de «algunos hombres buenos», circunstancia mucho más interesante. Película, por tanto, nada complaciente ni dulce, y tampoco maniquea en el retrato de personajes: verosímil en las distintas actitudes que el hombre puede adoptar ante la muerte y la tragedia, según sus resortes interiores, el film queda resuelto con corrección a modo de «crónica de un genocidio y un martirio» que el mundo debía conocer. Gustará a quienes hayan disfrutado con»Hotel Rwanda«, aunque han de ir precavidos ante una historia que se repite con pocas variantes, que pierde sutileza y complejidad narrativa para ganar en verosimilitud y crudeza.
[Juan Orellana. Revista FAST]
El pasado 13 de abril se estrenó en España una de esas películas «imprescindibles». Quizá no sea un éxito de taquilla, pero sin duda es impactante y conmovedora. Una película que te mueve, te cambia, te cuestiona, te obliga a hacer un juicio, a preguntarte sobre las deciciones que tomas. Una película que te transforma la mirada. Se trata de Disparando a perros, un film sobre el genocidio de Ruanda.
No es una obra maestra, ni tiene detrás a ninguna de las majors de Hollywood, no es una superproducción, ni tiene efectos especiales más allá de los convencionales. Pero guarda en su seno tanta autenticidad, tanta verdad, que supera todas sus posibles carencias para llevarla al selecto ámbito de las películas inolvidables. Como en otras producciones recientes de similares características («Diamantes de sangre», «El último rey de Escocia«), también está basada en referentes reales, y cuenta con la participación de supervivientes en el reparto. En este caso el refugio no es un lujoso hotel (como en «Hotel Ruanda«, 2004), sino la «Escuela Técnica Oficial Don Bosco» de los de los salesianos de Kicukiro (Ruanda) ?que actualmente tienen suspendidas todas sus actividades? y que sirvió como sede para las fuerzas de pacificación de la ONU. También en esta ocasión se refleja la indiferencia de Occidente, abandonando a su suerte 2.500 refugiados, ante las luchas entre hutus y tutsis y los intereses internacionales en juego.
Disparando a perros es una aproximación veraz a unos acontecimientos que conocieron indirectamente los productores del film. Producida por la BBC y dirigida por Michael Caton-Jones, recrea los sucesos acaecidos en la mencionada Escuela Técnica. Dentro de sus amplios recintos estaba también la sede de la misión del sacerdote bosnio Vjeko Curic, que en el film aparece como el Padre Christopher (John Hurt). Allí también se estableció un cuartel de los Cascos Azules de Naciones Unidas, que protegían a la comunidad religiosa y a los alumnos internos de la Escuela. La tragedia empieza cuando unos centenares de tutsis, atenazados por el pánico al extremismo hutu, solicitan refugiarse en los terrenos de la Escuela.
Sin tenerlo previsto, y sin recursos suficientes, aquel recinto se convierte en una «reserva» de tutsis, rodeada de cientos de hutus armados con sus machetes. Armados y sedientos de sangre mientras esperan el día en que los Cascos Azules se retiren. Porque los hutus saben que ese día llegará. La película nos cuenta los cinco días de abril que van desde el asesinato del presidente de Ruanda hasta la retirada de los Cascos Azules de esa Escuela.
El título de Disparando a perros no es metafórico. Alude a una decisión del capitán Charles Delon de los Cascos Azules de disparar contra unos perros que hurgan entre cadáveres y que pueden transmitir infecciones a la población. Esa decisión, aparentemente inocua, es sin embargo decisiva en el discurso crítico del film, por razones que preferimos no desvelar.
El Padre Christopher es lo más interesante del film: él constituye el referente moral de cuantos le rodean, y su autoridad nace de su fe y de su entrega incondicional. Él nunca cae en tentaciones revanchistas, y su trabajo se centra en la catequesis, en hablar del amor de Dios y en explicar el sentido de la Eucaristía, y de la entrega total de Jesús. Y lo hace porque entiende que el sentido último de aquello que explica está muy relacionado con lo que todos viven a su alrededor. Sabe que Dios está precisamente con aquellos que más sufren, y que él debe amarlos hasta el final. Dios siempre ha estado con ellos, ¿por qué va a abandonarlos en los momentos más difíciles?
Otro personaje es Joe (Hugh Dancy), un joven voluntario de una ONG, que en el film representa en cierto modo el punto de vista del espectador occidental. Por otra parte, el capitán belga Charles Delon de los Cascos Azules (Dominique Horwitz) encarna la posición de Naciones Unidas ante el conflicto, una posición absentista que deja mucho que desear. Hay un cuarto personaje interesante, la joven alumna tutsi Marie (Clare-Hope Ashitey), que representa la esperanza de los ruandeses puesta en los europeos, esperanza que casi todos frustrarán, excepto el Padre Christopher. Por último están los reporteros de la BBC, que encarnan la perspectiva de los productores del film, y que son los encargados de que la opinión pública occidental conozca el genocidio y pueda experimentar una cierta mala conciencia.
El origen del guión de David Wolstencroft está en las experiencias ruandesas de David Belton, productor del film, y que conoció bien al padre Vjeko Curic, que le salvó la vida protegiéndolo de los hutus. Él era un reportero de la BBC que en 1994 viajó a Ruanda a cubrir la guerra. El sacerdote le acompañó y le protegió en numerosas ocasiones, y gracias a él muchos supieron de los horrores de aquel genocidio. Cuando tiempo después, en Washington, Belton supo del asesinato del padre Curic, decidió escribir el argumento junto al documentalista Richard Alwyn y producir la película. Como el propio Belton ha reconocido, planteó el film como un acto de contrición tardío en la medida en que él, como periodista y temiendo por su vida, había abandonado la zona.
En conclusión: una película tan dura como imprescindible, un testimonio de fe martirial oportuna y necesaria. No te la pierdas.
Ficha técnica

- Dirección: Michael Caton-Jones
- Guión: David Wolstencroft; basado en un argumento de Richard Alwyn y David Belton
- País: Reino Unido y Alemania
- Año: 2005
- Duración: 115 min.
- Género: drama
- Interpretación: John Hurt, Hugh Dancy , Dominique Horwitz, Clare-Hope Ashitey, Nicola Walker, Louis Mahoney, David Gyasi, Jack Pierce, Steve Toussaint, Victor Power
- Música: Dario Marianelli
- Fotografía: Ivan Strasburg
- Estreno en España: 13 de abril de 2007
Aquesta película tracta sobre el terrible genocidi que va tenir lloc al 1994. Es pot veure com tractaven els tutsis, com si no fossin humans. Els mataven a tots sense pietat. Es pot veure també, com el protagonista (Joe)no sap que fer, si elegir la seva vida o la de milers de persones, quedantse a Rwanda ajudant, amb la possibilitat de morir. Es molt trista, per reflexa la realitat: desgraciadament els drets humans no es compleixen a tot arreu.