[José Manuel López – Equipo de CinemaNet]
A la excepcional calidad de los últimos productos televisivos como Lost o Breaking Bad, a crisis del cine supuesta por muchos se le suma las disputas legales en torno a la piratería y descargas ilegales. Imaginando un juicio en el que se reunen ambas partes – consumidores e industria – surgen algunas cuestiones de relevancia que pasan por alto, quizá, porque a quien pone el dinero le interesa más un producto «fast food» que una solución a largo plazo.
Entre la audicencia asistente a un juzgado tan metafórica como real se formula una pregunta: ¿está el cine en crisis? Como es tradición en este país, antes de encontrar una causa – o las que fueren – se busca un culpable. La ciega y equitativa justicia se pone manos a la obra. El abogado de la industria (acusante) y el del consumidor (acusado) se enzarzan en una acalorada discusión, obcecados en el elevado coste de los productos. Se revuelven «panza arriba» en busca de la solución-a-la-piratería.
La supervivencia del séptimo arte, claman.
Toma la palabra la fiscalía. En un crucigrama de despachos, sobre mesas de caoba, nuestra Ministra de Cultura, guionista y directora de cine, firma medidas judiciales – esto es, cierre y a otro asunto – de las páginas web que permitan la descarga ilegal. Medidas que no hacen otra cosa que agitar y unir a la comunidad virtual como nunca antes se había visto. Y es que, además, la señora Ministra llega un pelín tarde. Lo que pasa es que ahora, con el paragüas de la crisis económica, se hacen pequeños males que no lo son tanto.
Menudo momento para juzgar el opio del pueblo, cuando quizá más lo necesite.
El cine tiene la responsabilidad de poner su granito de arena en la situación actual. Y no me refiero tan sólo a la creación de puesto de empleo – más quisiéramos – ni a la venta gratuita e indiscriminada de productos cinematográficos. Hablo de su objetivo como arte de narración de historias, generador de emociones, válvula de escape o vía de evasión. Entonces, en este sentido, los creativos tipo Cameron y el selectivo gueto de productores del Olimpo fraguan la panacea que cure la monotonía visual. La que creen causa de la enfermedad que vacía las salas de los multicines. Y para ello: suben los precios. ¡Suben!
El abogado defensor presenta la primera de las pruebas: «Nuevos estudios médicos advierten sobre la experiencia sensorial de las tres dimensiones». Al parecer, no todo el mundo está preparado para tamaña práctica. Y hablamos de público potencial, recuerda el licenciado. Por otra parte, tenemos a los puristas y empresas sin el suficiente capital como para comprar unos juguetes – cámaras, editoras y especialistas en creación tridimensional – que supondrían un coste desorbitado. Murmullos en la sala. Sobre todo de los representantes del cine español, que preguntan desconcertados qué es eso del 3d. Un timo, uno muy grande y bonito, eso es lo que es.
El juez llama al orden.
Un guionista entre el público asistente escucha atónito la declaración de intenciones y se dice: «ni las salas están más vacías ni subir los precios, aunque la taquilla me contratiga por ahora, no me parece solución a largo plazo».
Los que van por libre – léase Woody Allen, los hermanos Coen, Clint Eastwood y demás – charlan entre copas en el bar enfrente. Quizá porque este juicio ni les va ni les viene. Al fin y al cabo, ellos forman parte de la verdadera solución al problema: la creación de historias. El otro día escuche en un interesante video una pregunta sobre la responsabilidad del guionista. La crisis del cine es tan profunda como la propia crisis existencial, y eso no se soluciona colgando adornos de nuestras orejas. Los fuegos de artificio suben, explotan entre luces de colores y vuelven a bajar convertidos en polvo. Aunque haya quien se lance a propuestas más interesantes que la tridimensionalidad. De la verdadera esencia, la narración mediante imágenes, es de donde surge la verdadera crisis: el guión. El trabajo de un guionista muestra su sistema de valores, es decir, humaniza temas. Hablamos de una sobrepoblación en el mundillo audiovisual y, sin embargo, ¿qué sucede con el guión?
Muchas veces, como sucede con la moda, convertirse en un gran profesional y atraer al público con tus productos no consiste en adivinar tendencias futuras o indagar en percepciones futuristas acerca de la contemplación del medio (en el cine, cualquier virguería tecnológica ahora tan famosas; en la moda, no sé, las chanclas con ruedas, por ejemplo) sino en rescatar tendencias del pasado que son susceptibles de volver con fuerza en el presente.
El cine es por naturaleza un superviviente nato: competir en precio y contenidos con la caja tonta es una hazaña loable. Sin embargo, en lo que se refiere a la ficción, los productos de la pequeña pantalla están ya varios metros por delante. Por poner un ejemplo, la repercusión mediática de la serie Lost no tiene precedente alguno. La calidad y éxito en todos y cada uno de los aspectos de su producción ha hecho historia. Al igual que el altísimo nivel narrativo – con los pilares en el guión, por lo que es muy poco probable que salga una mala historia – de series como The Shield, Breaking Bad, In Treatment, The Wire, The Pacific o Supernatural. Que sí, que hay muy buenas películas; Que aunque no todo el monte es orégano, se hace buen cine. Pero, en mi humilde opinión, algo está removiéndose en la televisión que no va a resultar beneficioso para el cine. El listón está alto.
En la sala del juicio, siguen a lo suyo, dando palos en el aire. El taquígrafo echa humo: debate. ¿Es válido – lo suficiente como para sufragar su coste – el 3d en todos y cada uno de los géneros cinematográficos? ¿Pueden llegar a aportar lo suficiente, no sólo en las historias de guerra, terror o aventura, como para desembolsar los diez euros de entrada, colocarse las futuristas gafas y, además, reconocer la inversión en calidad?
¿Mejoraría siquiera un gramo Blade Runner en tres dimensiones respecto a la obra original? ¿Soportaría alguien la indigestión de ver a Bogart en 3d caminando entre la bruma tras aquella célebre despedida?
El guionista se levanta y, mientras camina hacia la salida, piensa: «Permítanme al menos dudarlo».