Título original: Harry Potter and the Deathly Hallows: Part I. |
SINOPSIS
Harry, Ron y Hermione parten en su peligrosa misión de localizar y destruir el secreto de la inmortalidad y la destrucción de Voldemort, los Horrocruxes. A solas, sin la ayuda de sus profesores ni la protección del Profesor Dumbledore, los tres amigos deben confiar en ellos mismos más que nunca… Pero existen fuerzas oscuras que amenazan con separarlos. Mientras tanto, el mundo de la magia se ha tornado en un lugar peligroso para todos los enemigos del Señor Oscuro. La temida guerra ha dado comienzo y los Mortífagos de Voldemort controlan el Ministerio de Magia e incluso Hogwarts, aterrorizando y arrestando a todo aquel que se les oponga.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín, COPE ]
Los buenos seguidores de la saga fantástica de Harry Potter saben muy bien que su autora, J.K. Rowlings, conoce y admira todas las mejores obras de la moderna fantasía británica, desde Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll, a El Señor de los Anillos, de J.R.R. Tolkien, pasando por La bruja novata, de Mary Norton; Peter Pan, de Sir James Barrie, o Camelot, de T.H. White. Pero saben también que su saga favorita, y su principal punto literario de referencia, son las Crónicas de Narnia, de C.S. Lewis, compuestas por siete novelas, igual que la serie de Harry Potter.
Sin embargo, en cuanto a su evolución narrativa y dramática, la saga del joven mago se acerca más a El Señor de los Anillos que a las Crónicas de Narnia, sobre todo en el progresivo endurecimiento de su tono con el fin de encarar conflictos morales cada vez más complejos y adultos. Un proceso que decanta en su séptimo y último libro, Harry Potter y las reliquias de la muerte. En él, precisamente, uno de los recursos dramáticos que emplea la escritora inglesa es la atracción hacia el mal y la desolación interior que provocan en el trío protagonista los horrocruxes, esos mágicos fragmentos del pasado del malvado Voldemort. Efectos muy similares a los que provoca el Anillo Único en Frodo y Sam en la recta final de El Señor de los Anillos.
En este séptimo relato, tras la traición de Snapes y la muerte de Dumbledore, Voldemort y sus sicarios están a punto de lanzar su ofensiva final contra el mundo de los magos y de los muggles. A la desesperada, todos los amigos de Harry Potter protegen su vida de mil maneras para que él, con la ayuda de Hermione y Ron, pueda llevar a cabo su misión final: encontrar y destruir los horrocruxes. La situación se complica con la perplejidad de Herminone, cuyo corazón parece dudar entre Harry y Ron.
En cuanto a la película en sí, esta penúltima aventura fílmica de la saga de J.K. Rowling es bastante más sólida que la entrega anterior, y refleja mucho mejor esa citada evolución de los relatos hacia un mayor dramatismo, en detrimento de la pirotecnia mágica. Aquí también la hay, y el inglés David Yates (Harry Potter y la Orden del Fénix, Harry Potter y el misterio del príncipe) la resuelve con espectacularidad y sentido narrativo, aunque sin demasiada originalidad. En todo caso, resultan más sugerentes los pasajes dramáticos y sus contrapuntos cómicos, sobre todo en la segunda mitad del filme, más fluida y sustancial que la primera.
Por su parte, el apabullante reparto cumple con creces, sobre todo Daniel Radcliffe, Rupert Grint y Emma Watson que, contra muchas previsiones, han aguantado muy bien el paso de los años. También cabe destacar esta vez la fotografía de Eduardo Serra —más oscura y realista que la de las anteriores entregas— y la banda sonora de Alexander Desplat, que subraya con fuerza la acción en todo momento. Una acción que queda inacabada en un momento cumbre, a la espera de la octava y última entrega, cuyo estreno está previsto para julio del 2011.
[Lourdes Domingo, TAConline]
El poder de Voldemort está dominando no sólo el mundo mágico, sino también el muggle. Miles de personas huyen despavoridas a esconderse del Señor Oscuro. Harry y sus amigos deciden esconderse en un lugar seguro que, en poco tiempo, deja de serlo. Entonces, Harry, Ron y Hermione emprenden el viaje para conseguir los Horrocruxes que faltan y destruirlos. Es el modo de acabar con el que no debe ser nombrado.
David Yates, director de las dos últimas entregas de la saga Harry Potter, ha contado con el guionista de las cuatro primeras y la sexta (El príncipe mestizo). En esta ocasión, estamos ante la adaptación del séptimo y, esperemos, definitivamente último libro del joven mago (J.K. Rowling ha hecho algún conato de querer proseguir con sus aventuras).
Harry Potter y las reliquias de la muerte se ha divido en dos partes cinematográficas para poder abarcar el largo desenlace de la lucha entre el Bien y Mal. Quizá este factor pesa demasiado en la estructura del guión –como ya sucedió en otras producciones grabadas simultáneamente como Piratas del Caribe o Matrix-, lo que produce una sensación de largo capítulo televisivo. En este sentido, la película, tan cerrada en su propia mitología, personajes y códigos, se convierte en algo poco descifrable, y cuanto menos aburrido, si no se ha leído su base literaria o no se han visto sus previas cinematográficas.
Con todo, el legado de fans tendrá un acción bien dosificada a lo largo de la trama, conflictos personales bien mezclados con el humor y unos efectos especiales omnipresentes pero efectivos. El retrato del adolescente y sus inseguridades sigue vigente, pero es ahí donde Yates se despega más del libro y tira hacia una figuración más comercial. Seguramente su desenlace llegará en julio de 2011.
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«¡AVADA KEDAVRA!», muere la saga y se entierra bajo tierra para siempre.
Una historia emocionante tirada por los suelos por una adaptación penosa, dirigida con poca imaginación y de forma completamente sistemática. La última película en concreto me ha demostrado lo fácilmente que una productora y un director suplen la falta de imaginación con cantidades ingentes de recursos. ¿Para qué? Para no solo cambiar felizmente la trama original, sino también quitarle toda la emoción a un final de por si, increíble.