[ Mª Ángeles Almacellas – Cinemanet]
Walter Mann va por fin a tener la oportunidad de su vida como protagonista de una obra de teatro. Está concentrado en su trabajo, ilusionado y esperanzado. Su vida privada ha sido y sigue siendo muy dolorosa. Jamás se sintió ni comprendido ni amado por su padre, que despreciaba su vocación a la escena. Tampoco su matrimonio ha sido feliz, y se lamenta de que su mujer no sea ni una esposa ni una madre ejemplar. Tiene una hija, Berta, a la que quiere con el alma pero con la que no tiene cercanía a causa de su afición desmedida al alcohol, tal vez como evasión de la presión que siente sobre él. Justo en vísperas de su debut, los seres más cercanos a Walter alteran tan violentamente su vida que no puede llegar a estrenar. Y empieza para él un camino de soledad, sufrimiento y degradación, hasta que, finalmente, descubre que era más amado de lo que creía y, sobre todo, experimenta la capacidad sanadora del perdón.
Lo más interesante de la película es que, bajo la línea argumental, como reflejado en un espejo, aparece un tema de gran hondura, una mirada profunda al interior del hombre. Walter Mann –el ser humano– es poliédrico. Las distintas facetas de su personalidad toman forma en la película, se superponen al personaje total que las encarna todas. El hombre, todo hombre, tiene en sí “todo lo que necesita” para forjarse a sí mismo, posee ciertas capacidades que debe aprovechar para llegar a crear la figura de hombre que está llamado a alcanzar. Pero no está “programado”, como un animal regido por los instintos, sino que es él quien debe erigirse como el protagonista de su vida. Dentro de sí experimenta sentimientos, pulsiones, pasiones, que le inclinan a actuar de una manera u otra, a optar por un camino entre varios para ir trazando su itinerario vital. Debe, pues, luchar por alcanzar la libertad, no la mera libertad operativa, sino la auténtica, que estriba en tener señorío sobre todos esos vectores y actuar como le dicten su inteligencia y su conciencia, de acuerdo con un código ético valioso, en el que primen la verdad, el amor, la belleza, el perdón, el coraje de vivir…
En un momento, el actor coge un rosario, lo besa y lo introduce en su bolsillo antes de salir a escena. Sin embargo no es una película religiosa, no habla de Dios sino del hombre. El gesto con el rosario no se entiende sin el simbolismo de la luz final en el valle de Pineta, el refugio para el hombre herido y el gracias emocionado de Walter arrodillado en la ermita cuando, por fin, es capaz de perdonar y de perdonarse. Es una mirada hacia lo alto, sin la cual no es posible que el hombre se comprenda a sí mismo. El ser humano sólo puede encontrar el sentido de su vida si es capaz de salir de sí mismo y abrirse a la inmensidad de lo que lo trasciende.
El director se luce con la cámara, que logra la máxima expresividad con el movimiento, las superposiciones de personajes, la luz, las sombras… Juan del Santo está espléndido encarnando los cinco distintos personajes que conforman a Walter: esposo humillado y padre de Berta; Walter Mann, actor; John Merrick, el hombre elefante, que reivindica su derecho a ser tratado con la dignidad que le corresponde y no como un monstruo; Robert de Niro convertido en Al Capone; Marlon Brando o, mejor, Vitor Corleone. Del Santo conecta con el espectador, conmueve y emociona. Los personajes, a los que se oye pero no se llegan a ver, resultan cercanos y familiares al espectador, como si estuvieran presentes en la escena. Muy acertado el que haya voces tan reconocibles como las de Emilio Gutiérrez Caba y Concha Velasco. La música y las canciones apropiadas. Berta Solanas muy bien, muy creíble.
“Flow” es una historia humana, una reflexión sobre el hombre como protagonista de su propia biografía. La interpretación de del Santo es sensacional. Los cinco personajes a los que da vida el mismo actor –porque forman parte de él mismo, son dimensiones de su personalidad– dan intensidad y dramatismo a la narración, pero sin caer nunca en la exageración. No hay efectos especiales (si exceptuamos una curiosa animación de plastilina), sólo una gran actor ante la cámara, amor, dolor y perdón. El resultado, una buena película que deleita e invita a la reflexión.
No se conoce todavía la fecha de estreno de “Flow”, pero debemos estar atentos porque es una película que, sin duda, dará que hablar.