Una pareja de amigos ancianos que se relajan en un balneario es el vehículo que utiliza Paolo Sorrentino para reflexionar sobre el deseo, la belleza, el sentido y el arte. Sucesora espiritual de «La gran belleza», «La juventud» nos devuelve lo mejor y lo peor del director italiano.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: Youth – La giovinezza |
SINOPSIS
Fred, un compositor jubilado, y Mick, un director de cine ultimando su testamento en forma de película, pasan las vacaciones en un apacible balneario de los Alpes Suizos junto a una caterva de personajes variopintos entre los que se cuentan un escalador enamorado, un monje budista de quien se dice que levita o una antigua estrella del fútbol viviendo su decadencia. Entre conversaciones, paseos y observaciones se teje una trama que avanza casi sin querer, más preocupada por el camino que por el destino.
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CRÍTICAS
[Guille Altarriba. Colaborador de Cinemanet]
Es muy difícil ver “La juventud” sin recordar la obra previa del director, “La gran belleza”. Como si fuera su sucesora espiritual, la nueva película de Paolo Sorrentino recupera el aire decadente y el punto místico de su antecesora. Más allá de una estética similar en los planos y del gusto por epatar, por sorprender, en ambas cintas encontramos personajes desencantados con la vida dibujados con un aire de patetismo. En ambas cintas, la trama principal -en esta, la relación de dos viejos amigos que de alguna forma toman el testigo del dandi Jep Gambardella- se ve enriquecida por un mosaico de pequeñas historias con entidad propia que enriquecen el collage final y refuerzan el trasfondo de la cinta.
Como su predecesora –pero también considerada en sí misma-, “La juventud” es una película basada en la búsqueda de sentido. En última instancia, y de forma bastante explícita en la propia cinta, el deseo es el motor que mueve a todos los personajes. No un deseo únicamente sexual, sino un ansia de colmar la insatisfacción que les invade. Sorrentino despliega ante el espectador un racimo de actitudes vitales en las que el deseo, el amor, la búsqueda del infinito, está presente, sea como algo presente –Mick buscando culminar su obra maestra para la mujer que en realidad ama- o como un anhelo vivido desde la derrota –el Maradona que pasa el día soñando con sus días de gloria.
Desde esta perspectiva, resulta curiosa la paradoja entre el título de la película y el contenido, habitado por ancianos cínicos y descreídos. Sin embargo, “La juventud” que da nombre al film cobra sentido al identificarse con este ansia: los personajes verdaderamente viejos son los que ya no aman, los que ya no buscan. El director parece hacerlo explícito para el espectador por boca de James, un actor que prepara su próximo papel en el balneario, cuando este le comenta a Fred que en el debate entre el deseo y el horror él ha aprendido del resto de huéspedes a tomar partido por lo primero.
Desde el punto de vista más cinematográfico, las dos interpretaciones principales llevan el peso de la trama con soltura. Michael Caine parece nacido para emocionarnos con su Fred cansado pero menos cínico de lo que parece a primera vista, y Harvey Keitel aporta a su Mick el punto canalla ideal para el personaje. Respecto al ritmo, es una película calmada, de diálogos y situaciones, con un estilo algo pretencioso que puede no conectar con todo el mundo pero que te mantiene pegado a la butaca si empatizas con la propuesta de Sorrentino. Valga como conclusión una conversación escuchada a la salida de la sala: -“¿Qué te ha parecido?” –“Bueno, es rara” –“Sí, es rara pero bonita”.
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