Hay pocos directores que logren romper el molde con cada nueva película sin perder su esencia: los hermanos Coen son parte indiscutible de esa estirpe.
[Álvaro Méndez. Colaborador de Cinemanet]
Romper con los cánones de lo establecido es algo que, aunque pueda ser perturbador en numerosas ocasiones, nunca deja de ser alentador de igual forma. En la cultura es algo que se ve constantemente: Bob Dylan decidió usar guitarra eléctrica en las canciones de folk, James Joyce escribió una novela de costosa y extensa lectura cuya acción transcurría durante un sólo día… y ¿qué decir del cine?
Estamos hartos de ver innovaciones: cine experimental, cine de autor, homenaje al cine de autor, mezcla de cine experimental y cine de autor, cine libre, Dogma, Nouvelle Vague… y un millón de etcéteras. Esa virtud puede suponer también un problema; es fantástico innovar, pero si lo haces demasiado acabas haciendo de la innovación, del experimento, de la valentía en el arte algo banal que cualquiera puede hacer.
Por eso contemplo a día de hoy muy difícil conseguir ser diferente en el ámbito cultural, conseguir hacer algo que resulte fresco y renovador sin correr el riesgo de que entre en ese amplio catálogo de pretensiones vacías que año tras año aparecen. En el mundo cinematográfico, a día de hoy, hay un nombre (o dos) que consiguen escapar de esa dichosa etiqueta: los hermanos Coen.
Capaces de hacer un poema visual que resulte excéntrico, desagradable e inevitablemente divertido, esta pareja va creciendo con el paso de los años y el valor que ya se les da será mayor en las décadas futuras. Su cine, plagado de genialidades técnicas y estilísticas, abre las puertas a numerosas reflexiones antropológicas y filosóficas que no dan cabida a una respuesta fácil.
Hace unos años, la crítica los coronó (lo contrario que en los Oscar, inexplicablemente) por su película «A propósito de Llewyn Davis». El retrato de un fracasado, como tantos se han hecho, aunque no llegan ni a la mitad de los retratos hechos sobre ganadores. Llewyn Davis es un transeúnte guitarrista, sin hogar, que lleva un abrigo prestado y toca en algún que otro garito del Greenwich Village que comenzaba a oír la harmónica de un tal Bob Dylan, una época en la que Estados Unidos había perdido su identidad a nivel musical. Con una narración circular, vamos observando las peripecias de este hombre que, por culpa de su soberbia incesante, va perdiendo sus amistades y sus posibilidades de conseguir un pequeño triunfo en su vida.
Le ofrecen tocar en un grupo musical, al que se niega a entrar por no ser una música con la que se identifique. No vemos en ningún momento un ápice de reflexión sobre si cambiar las decisiones que va tomando; lo que al principio es certeza y seguridad en sí mismo se acaba convirtiendo en una enfermiza insistencia por lo imposible. Es el retrato por excelencia del antihéroe que tan comúnmente aparece en el cine de estos dos genios.
Estamos tan acostumbrados a ver historias de superación o de ascenso del protagonista en cualquiera de los sentidos que ver un descenso a los infiernos de la forma que lo hacen los Coen al igual que chocante y hermética en muchas ocasiones, resulta una experiencia me atrevería a decir gratificante. Es una lección sobre lo que no debemos hacer: no sólo el hecho de no ser soberbios (más que de sobra sabido), sino también el darse cuenta de que a veces es conveniente hacer una nueva toma de decisiones, redefinir los objetivos o cambiar los métodos para conseguirlo. Y aprender que, en el más desafortunado de los casos, reconocer que algunas cosas en la vida nunca se cumplirán y es mejor no insistir. No podemos escapar de la aleatoriedad o lo premeditado de la existencia, según quiera cada uno creer.
Esta película presenta un paralelismo notable con «El coronel no tiene quien le escriba», donde relacionaría esa obsesión por triunfar en la música folk con la pensión que el coronel espera desesperadamente y esa insistencia por no buscar otras alternativas de Llewyn Davis a la manía del coronel de no querer vender su gallo, el cual podría darle algo del dinero que tanto echa en falta.
La vida en numerosas ocasiones queda reducida a un cúmulo de situaciones adversas y circunstancias desdichadas a los que habrá que hacer frente, cada uno decide como afrontarlas. A veces acabas ganándote esas situaciones adversas como en el caso de Llewyn Davis y otras veces vienen sin explicación alguna. Este es el caso de «Un tipo serio», película de 2010 en la cual un profesor de Física judío, responsable, de buenas tradiciones, de esos de la escuela estoica, ha de ver como todo lo que la vida le ha dado y él ha construido con sus méritos van yéndose o volviéndose en su contra sin poder entenderlo.
Una concepción de la vida sartriana, en la cual el vivir se convierte en una angustia sempiterna donde no llegas a entender nada de lo que sucede ni el por qué. Este hombre, superado ante la realidad a la que se enfrenta y acosado por un dybbuk (véase la escena introductoria) decide acudir a numerosos rabinos y afrontar los problemas como siempre habría hecho, aplicando el sentido común, la paciencia y la prudencia. Esto demuestra que nunca hay que perder la fe en lo que crees, ya sea tu forma de actuar o tu religión, aún en momentos en los que piensas que estás solo, que nada está a tu favor.
Mensaje muy parecido podemos ver en «Ave, César», su última película. En ella, el productor de Capital Pictures se encuentra inesperadamente con el secuestro de su estrella cortesía de unos conspiradores comunistas, con otra actriz de la que tiene que ocultar que está embarazada, con una periodista de revista rosa que quiere desvelar el pasado sucio de la estrella secuestrada… y sin embargo ante todo esto actúa con constancia, no tanto con optimismo, pero sí con vitalidad, fuerza y una certeza de que eres feliz con lo que haces.
El cine de los Coen, con sus paradojas y sus surrealismos (la escena de «Inside Llewyn Davis» en la que visita a su padre ilustra lo que estoy diciendo) es un cine sincero, original y muy profundo. Todo tiene su importancia en las películas de estos hermanos, desde los encuadres al más mínimo diálogo. Sus películas son de una profundidad incomprendida a veces, y siempre te dejarán con la sensación de que la vida es una cuestión de actitud , valores y forma de ser.
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