El reciente fallecimiento del realizador nos proporciona la ocasión de reflejar esta entrevista aparecida en la web “Religión en libertad” el pasado 13 de octubre.
El pasado 9 de octubre murió en Varsovia, a la edad de 90 años, el director polaco Andrzej Wajda. Oscar a toda su carrera en el año 2000, fue consagrado por el cine internacional veinte años antes, cuando en 1981 recibió en Cannes la Palma de Oro por «El hombre de hierro», película símbolo de la rebelión de Solidarnosc, en la que aparece también Lech Walesa.
Sus películas recibieron además tres nominaciones a los Oscar en el apartado de habla no inglesa: «Tierra prometida» en 1976, «El hombre de hierro» en 1981 y «Katyn» en 2008.
Wajda es inseparable de la historia contemporánea polaca. Mostró con sus imágenes el renacimiento de la nación, primero de la ocupación nazi y después del régimen comunista. Él mismo encarna una parte de esta historia. En 1940 los soviéticos, por orden de Stalin, fusilaron a su padre junto a otros veinte mil oficiales polacos en el bosque de Katyn con objeto de decapitar a la joven clase dirigente de Polonia. A esa masacre el director le dedicó la película «Katyn», en 2007. En los años de la ocupación nazi combatió en las filas de la Armia Krajowa, el ejército de los partisanos blancos, anti-nazis y anti-comunistas, perseguidos por los alemanes durante la ocupación y por los soviéticos después de la «liberación».
Tuvo la posibilidad de mantenerse como hombre libre. Estudió pintura y luego se dedicó al cine, convirtiéndose en uno de los más grandes autores polacos contemporáneos. Para saber más sobre él, Stefano Magni ha hablado en La Nuova Bussola Quotidiana con el periodista Luigi Geninazzi (autor de L’Atlantide Rossa. Il fine del comunismo in Europa [La Atlántida Roja. El final del comunismo en Europa] ), quien le conoció personalmente en los años en los que Polonia estaba sometida a la dura represión de la ley marcial.
-¿En qué circunstancias conoció usted a Wajda?
-Estaba en Gdansk (Danzig), entre los obreros, rodando su documental sobre Solidarnosc/Solidaridad. A todos los personajes que después fueron relevantes en la historia polaca, como Lech Walesa [futuro presidente], Tadeusz Mazowiecki [futuro primer ministro] y Adam Michnik [director del diario de oposición Gazeta Wyborcza] los conocí allí, en aquellas obras. La primera vez que pude hablar con él durante largo tiempo fue en su casa, en 1982, cuando hacía un año que se había proclamado la ley marcial. Hablaba muy bien el francés y no tuvimos necesidad de intérpretes. Así fue mejor, porque entonces los periodistas estaban muy controlados. Descubrí su humanidad y sencillez; vivía en una casa humilde, me acogió maravillosamente y siempre mantuvimos el contacto. Era una persona extraordinariamente sencilla. Le recuerdo feliz como un niño en el Festival de Cine de Venecia de 2013, con 87 años, en la alfombra roja junto a las estrellas de cine. Pero como los «grandes viejos», tenía sus rudezas. A veces reaccionaba de manera brusca y dura. Por ejemplo, en 2007, cuando rodó «Katyn«, estaban en el poder los gemelos Kaczynski: Lech era el presidente y Jaroslaw el primer ministro. El país estaba en plena campaña electoral por elecciones anticipadas. Dos días antes de la votación, el primer ministro y el presidente hicieron una gran propaganda para que la gente fuera a ver «Katyn«, para que redescubrieran las raíces de la resistencia anti-soviética. Y Wajda se indignó profundamente, se sintió instrumentalizado por la campaña electoral, se ofendió porque un partido político estaba explotando una tragedia nacional que le había privado de su padre.
-¿Qué peso ha tenido Wajda en la historia política polaca?
-Hizo muy pronto amistad con Lech Walesa y, con gran pasión, puso su enorme talento artístico al servicio de su causa. Pero recuerdo su amargura cuando, en 1981, se proclamó la ley marcial: todo parecía acabado. «No puede acabar así», me dijo entonces, porque verdaderamente creía en el éxito de Solidarnosc. Y esto explica por qué en 2012 rodó, contra viento y marea, «Walesa, el hombre de la esperanza«, para defenderlo de las calumnia que ya entonces circulaban y que han surgido de nuevo este año. Fue su último homenaje a la causa de Solidarnosc. Lo hizo porque, decía, los polacos están empezando a olvidar su historia.
-Con un padre fusilado por el Ejército Rojo y él mismo miembro de la Armia Krajowa, ¿cómo consiguió sobrevivir y trabajar durante medio siglo bajo el régimen comunista?
-Siempre lo toleraron mal, pero a diferencia de otros países del bloque soviético, en Polonia había más margen de libertad por la presencia de la Iglesia católica y por otros muchos factores sociales. Pudo frecuentar la escuela de cine de Lodz y no consta que hiciera nunca concesiones al régimen. Como muchos polacos, eligió permanecer en su patria bajo la estrecha vigilancia de los servicios secretos. Cuando fue famoso, las autoridades no se atrevieron nunca a encarcelarlo o deportarlo a causa de su fama internacional. Pero Wajda nunca escondió su manera de pensar y sus películas lo demuestran, como lo demuestra también el extraordinario documental Operai 80 sobre la huelga que dio inicio a la experiencia de Solidarnosc.
–«Katyn», de 2007, ha sido doblada también al italiano, pero probablemente pocos la han visto a causa de una distribución verdaderamente limitada. Usted fue el primero en denunciar este descuido…
-Ha sido un caso extraño. Es una película que recuerda de manera emotiva esa tragedia y todo lo que ha significado para la historia polaca. Narra la increíble coincidencia de lenguaje entre la propaganda nazi y la propaganda soviética que, respecto a la masacre de Katyn, decían las mismas cosas acusándose mutuamente. Durante medio siglo se culpó a los nazis, porque los soviéticos eran los «liberadores». En el resto de Europa, en cambio, se ignoraba. La revelación definitiva de que fueron los soviéticos quienes exterminaron a los oficiales polacos fue vivida con gran rabia por parte de toda la población polaca. La película de Wajda sirvió para refrescar la memoria de todos. En Alemania y en Francia tuvo un gran éxito. Pero en Italia fue considerada como una película de arte y ensayo, una curiosidad para cinéfilos, distribuida inicialmente en una sola sala en Milán y otra en Roma, durante una o dos noches. Pero luego algo se movió, empezó inmediatamente un gran debate y la distribución se amplió. No muchos la han visto, pero se ha hablado mucho acerca de ella. Y eso ya es un gran resultado.
-¿La distribución ha sido tan reducida con o sin intención?
-He conocido al distribuidor… es un pequeño distribuidor, con absoluta buena fe, pero con medios muy limitados. Habría que preguntarse por qué grandes distribuidoras como Medusa no la han comprado [aunque Silvio Berlusconi, su propietario, la recomendó, NdR]. Aún no se sabe de quién ha sido la culpa. No había muchas copias, sólo siete u ocho, y las salas no las pedían. Nadie esperaba que fuera un éxito de taquilla, pero una película como esta merece mayor atención. Repito: no creo que haya habido sabotaje, porque entre otras cosas la película llegó a Italia en 2009, cuando ya las centrales comunistas no estaban activas desde hacia tiempo. Creo que ha sido más bien una falta de sensibilidad. Pienso que la culpa hay que atribuirla a una mentalidad intelectual de izquierdas, poco interesada en esta historia. No hostil; simplemente desinteresada. Si hubiera sido una película sobre el golpe de estado de Pinochet o el papel de la CIA en Chile habría obtenido otro tipo de atención. Pero una masacre llevada a cabo por Stalin… para la intelligentsia cinematográfica italiana es algo de museo o de cine de arte y ensayo.
-¿Katyn es un crimen más conocido después de la película de Wajda?
-Seguramente en el extranjero, sí. Y también en Italia, precisamente gracias al debate que surgió alrededor del absurdo caso de su distribución. Katyn está en boca de todos, también, por la tragedia de 2010, cuando en Smolensk cayó el avión en el que viajaban el presidente Kaczynski y otros noventa miembros de la élite política y militar polaca que se dirigían a celebrar el 60º aniversario de la masacre.
-La última película de Wajda («Powidoki»), que se estrenará póstumamente, es la biografía del pintor Wladyslaw Strzeminski (1893-1952), perseguido por el régimen comunista. ¿Qué mensaje lanza el director?
-Esta última obra, que Wajda tendría que haber presentado personalmente en la Fiesta del Cine de Roma que se celebrará a partir de este jueves 13, es la digna conclusión de su camino artístico, político y humano. Se confirma su amor por la patria, pero un amor concreto, dirigido a la persona, a sus tragedias, vividas con un fuerte vínculo afectivo. Es el signo de la humanidad de los grandes artistas y el signo de la grandeza de la nación polaca, por lo que ésta ha sabido expresar en el sufrimiento.
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).
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