Hoy presentamos un maravilloso cuento medieval de amores inmortales, luchas de espadas, brujas malvadas, conjuros y bellas princesas. Ideal para verla -al menos la primera vez- en la tierna adolescencia.
PERLAS CINÉFILAS
PELÍCULA RECOMENDADA POR CINEMANET Título Original: The Princess Bride
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[Pepe Álvarez de las Asturias. Colaborador de CinemaNet]
La Princesa Prometida no es una película de aventuras, ni una película de amor, ni de venganzas, ni de magia, ni de piratas, ni de héroes involuntarios y voluntariosos; no es una película de buenos y malos, ni de amistad a prueba de espadas, venenos, torturas o la misma muerte. La Princesa Prometida es todo eso y mucho más. Porque desde el instante mismo en que la vimos por primera vez, la hicimos nuestra.
Es la película que nos enamoró del cine, del humor ingenioso y de Mark Knopfler; es la historia que nos hizo creernos inmortales, tanto como el pirata Roberts; que nos ayudó a enfrentarnos a cualquier acantilado infranqueable, sabiendo que algún gigante Fezzik está siempre a nuestro lado; que nos puso en la mano izquierda –o derecha- una espada invencible para vengar cualquier afrenta al grito de “Hola, me llamo Iñigo Montoya. Tú mataste a mi padre (o me robaste a mi chica), prepárate a morir”. Es la película que nos enseñó el valor de la honestidad, del coraje, de la lealtad. Y que nos enseñó, por encima todo, el infinito valor del amor verdadero. El del abuelo a su nieto, el de Fezzik a sus amigos, el de Montoya a su padre, el de Westley a Buttercup, el de Goldman y Reiner al cine…
El mismo amor verdadero que todos hemos querido susurrar a Robin Wright desde aquel lejano día en que nos enamoramos, perdidamente, de la Princesa Prometida: “Como desees”.