Con «Código fuente» y «Dejà vu» continuamos la reflexión sobre cine y terrorismo: volvemos a analizar la relación del cine de principios del siglo XXI con el terrorismo. Hablamos esta vez del enemigo oculto en nuestra sociedad.
[Jaime A. Pérez Laporta – Colaborador de Cinemanet]
Hoy hablamos de terrorismo, sí. Pero no de ese que más miedo nos da: el islamista. ¿Quién puede sufrir estrés por ver a un hombre blanco bien vestido en el tren? Es el ataque perfecto, nadie lo espera. Es el ataque del joven de derechas, criptonazi por supuesto, que espera agazapado, estudiando en universidades públicas, siguiendo el mainstream, hasta que hace explotar unos cuántos quilos de c4 en el vagón de camino a casa.
Si analizamos el cine norteamericano, no nos queda otro remedio que preguntar de dónde narices ha salido esa idea de terrorismo entre el sector blanco y conservador. En el caso de «Código fuente» y «Dejà vu» los terroristas son dos ‘lobos solitarios’ -¿os suena?- que se han alistado en el glorioso ejército norteamericano o que han pertenecido a ambientes poco sospechosos para cualquier votante del partido republicano.
En primer lugar, sorprende la voluntad del cine estadounidense para dejar claro un perfil de posible terrorista. No nos engañemos, quizá en la época en la que vieron la luz ambas películas, ya se veía venir la revolución proteccionista y racista de Trump. Pero ésta no ha llegado por la vía de la violencia, sino por la de las urnas.
«Dejà vu» es una obra del ya desaparecido Tony Scott, que trata de temas tan interesantes como la física cuántica y los viajes en el tiempo, o tan tiernos como el amor y el sacrificio. Precisamente, son los mismos temas que trata «Código fuente», unos años posterior. Ambas historias consisten en evitar un atentado volviendo atrás en el tiempo, son historias casi idénticas. Y también coinciden en el tipo de terrorista.
Igual que estos ‘malos’ puedieron ser un signo de los tiempos, toda una profecía algo exagerada acerca de lo que acabaría siendo la derecha norteamericana, también dice mucho sobre los guiones de Hollywood. Damos por hecho que el mundo de los artistas, porque es un mundo cambiante y complicado, es de todo menos conservador. Y dos películas como las que estamos comentando se enmarcan perfectamente en esa corriente de opinión que tiende a reaccionar contra toda crítica a la cultura islámica, esa corriente que abunda entre los lefties del mundo anglosajón.
No es mala idea que, mediante el cine, se intente lavar la cara de tantos buenos musulmanes que no tienen culpa de lo que nos sucede. Pero es un poco absurdo hacerlo como «Dejà vu» o «Código fuente», es decir, creando un chivo expiatorio que oscila entre el facha y el psicópata. Y no porque la derecha americana no se lo merezca, sino porque es ineficaz intentar rechazar la violencia de los prejuicios, de la xenofobia, generando unos prejuicios nuevos sobre otro colectivo.
Aunque cueste entenderlo, la violencia es una mala hierba que resiste a casi todo y no puede ser ahogada con más violencia sin destruirlo todo. Lo que pronosticaban estas dos películas -y tantas, tantísimas, series policíacas- sobre ‘lobos solitarios’ en sectores de derechas se cumplió, una vez, en Finlandia. Sin embargo, en nuestros días, no para de cumplirse en otro colectivo: inmigrantes musulmanes de segunda generación.
Ha sido un requiebro irónico y cruel para todos: nadie espera una reacción así de quien vive bajo el amparo de una sociedad moderna y democrática. Nadie los llamó fascistas, ni fundamentalistas. Son inadaptados, pero no musulmanes. El problema de ese argumento es que no es coherente: si son inadaptados, la culpa es suya, es decir, de su ideología privada. Y, si su ideología no es un problema, entonces es el sistema el que está enfermo.