ENCUESTA
¡Ah, la revolución! El anhelo de los libertadores, el sueño de los poetas. El canto de esperanza de los adoradores de la tricolor, y tanto da cuáles sean sus colores. La revolución –dirían algunos- es el acto político por excelencia, y –como tal- el cine la ha retratado en multitud de ocasiones.
Alzarse en armas contra el sistema opresor es un acto teñido de romanticismo pero que no siempre tiene el mismo significado. Como un recipiente cualquiera, una revolución se llena de los ideales que viertan en ella aquellos que la encarnan. A veces se enarbola como bandera la libertad; otras, la desesperación. A veces uno no sabe por qué se revoluciona, pero lo que nadie está dispuesto a admitir es que su revolución tiene como objetivo perpetuar el sistema contra el que se está luchando.
Y sin embargo, a veces es así. Sirva esta reflexión camuflada de encuesta como invitación a hurgar detrás de la versión oficial de los hechos. A no quedarnos con la apariencia y a mirar más allá de lo superfluo: más allá de la superficie de XX revoluciones que –en el fondo- lo que hacen es fortalecer a su enemigo.
(Pueden votar en los comentarios al final del artículo ¡y añadir ese ejemplo indispensable que crean que nos hemos dejado!)
Matrix: Reloaded
Por mucha capa de cuero y muchas balas que esquive a cámara lenta, Neo no es un héroe: es “la suma del remanente de una ecuación no balanceada connatural a la programación de Matrix”. Al menos, eso es lo que le dice el Arquitecto a Keanu Reeves cuando se encuentran cara a cara. ¿En palabras más sencillas? Neo es un fallo dentro del sistema informático que forma parte del propio programa.
En palabras de Noel Ceballos, Neo es “un incordio que [el Arquitecto] no ha podido eliminar de la programación de Matrix, pero sí ha aprendido a dominar, a integrar dentro del sistema”. Un martirio tolerado que, por cierto, se repite: como aprendemos en esta conversación vital, ha habido cinco Elegidos antes, todos ellos engranajes necesarios para que la maquinaria de unos y ceros continúe funcionando.
El porvenir
Isabelle Huppert encarna a Nathalie, una lánguida profesora de Filosofía, en esta película que tiene como uno de sus temas principales investigar cómo la retórica de la revolución puede ejercer como barricada para no mirar de frente a la vida. Lo vemos en los estudiantes que se manifiestan a los pocos minutos de metraje, en los intelectuales hippies que debaten hasta el absurdo el concepto de autoría y –desde luego- en la propia protagonista.
Nathalie lleva la revolución por dentro: elabora intrincadas teorías sobre la Verdad o la Democracia que no tienen impacto alguno en su vida, aprecia más a sus libros que a su familia. No obstante, su posición vital queda desenmascarada a los espectadores por su ex alumno, Fabien, quien dice a su ex profesora que asiste a manifestaciones y firma cartas creyendo que eso la vuelve una intelectual comprometida, pero que no se atreve a que sus ideas modifiquen de forma radical su modo de afrontar la realidad.
Hijos de los hombres
La distopía sin niños de Alfonso Cuarón tiene capas de lectura para todos los gustos, y una de ellas es agudamente política. Que la revolución del grupo terrorista autodenominado los Peces tiene más de un “pero” moral queda claro desde el momento en que Luke, recién ascendido a la jefatura del colectivo, pone el fin por delante de los medios.
Sin embargo, los propios Peces parecen no ser conscientes de que su acción está en realidad ayudando al gobierno al que tanto odian a mantener el férreo control a la población. O no: de hecho, sí que son conscientes –ellos mismos reconocen ante Theo que la bomba que estalla al iniciar la película no la han colocado los Peces-, pero eso parece no frenar su escalada de violencia. Tanto peor, vaya.
El gatopardo
Cuando una obra de ficción eleva su tema principal a corriente de pensamiento político, sabes que no es una tontería. El “gatopardismo”, pues, se basa en la célebre frase que el joven y escurridizo Tancredi le espeta a su tío, Don Fabrizio: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. O, en otras palabras, si la aristocracia siciliana quiere mantener su poder, debe apoyar la revolución unificadora de Italia.
Aunque el concepto original viene de la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, fue el genial Visconti quien puso imágenes inmortales al relato. Y es que las finas reflexiones políticas entran mejor si son Burt Lancaster o Claudia Cardinale quienes las adornan.