ANTIHÉROES
Nos encantan los protagonistas con carisma, pero, sobre todo, un poco imperfectos. Pueden ser poco virtuosos pero nos ganan el corazón con más éxito que los héroes santurrones.
El apocalipsis tiene un nosequé entrañable. Como quien mira la lluvia torrencial desde la calidez de un sofá y una manta, los parajes yermos y desolados de películas como Soy leyenda o El libro de Eli se ven atractivos desde el otro lado de la pantalla. Tal vez sea el espíritu de la aventura que se despereza en nuestro pecho bajo capas de conformismo burgués, o tal vez nos fascine lo frágil que es el mundo de estructuras por el que transitamos tan ufanos, pero lo cierto es que un erial post-atómico tiene algo que fascina. Algo que lo hace tierra fértil para que surjan los antihéroes.
Hablamos de Imperator Furiosa huyendo de mareas de fanáticos sobre ruedas para salvar a cinco inocentes. Del protagonista anónimo de La carretera creando un núcleo de amor paterno con el que separar a su hijo de la barbarie. De Theo Faron –que ya toca entrar en materia- jugándose el tipo por Kee a lo largo de Hijos de los hombres, el monumento a la carga dramática del plano secuencia que Alfonso Cuarón y Emmanuel Lubezki erigieron allá en 2006.
La película se sitúa en un futuro cercano devastado por una premisa fantástica, un año 2027 en el que, por algún motivo desconocido, la humanidad ha perdido la capacidad de procrear. El abigarrado plano con el que el mexicano abre Hijos de los hombres ya lo dice todo: Theo (Clive Owen) entra en una cafetería sucia y gris abriéndose paso entre filas de londinenses que miran preocupados un informativo en el que se alerta de que la persona más joven del mundo –un chaval de 18 años, el último humano en nacer- ha muerto asesinado.
A partir de aquí, Cuarón se toma su tiempo en presentar a Theo, y lo hace integrándolo en el entorno: el 2027 de la película es un planeta devastado por la catástrofe, en el que Inglaterra se mantiene como el único país con un gobierno estable. ¿El precio? Dejar que el fanatismo nacionalista y el militarismo se alíen en la persecución violenta a los “fugis”, los refugiados que llegan a las islas desde todo el mundo para acabar hacinados en campos de concentración.
Como analiza en este vídeo Evan Puschak, el director de Hijos de los hombres construye su mundo a través de la tensión entre el primer plano y el fondo. Entre lo que el protagonista vive como rutina y lo que nosotros como espectadores contemplamos como drama. Theo es un hombre destruido, flagelado por el desastre: su juventud como rebelde antisistema y como padre amoroso ha dado paso a una existencia gris como funcionario del Ministerio de Energía. Una vida que no es existencia, sino subsistencia. Un pulular bañado en alcohol y miseria.
Resulta fácil identificarse con Theo. ¿Quién no ha tenido la experiencia –en uno u otro momento- de vivir de modo pasivo? ¿De acomodarse en una mediocridad, en un estado indiferente que anula la compasión? Sin llegar al punto extremo en que vive el personaje de Clive Owen, a quien los refugiados encerrados en jaulas y torturados a plena luz del día no arrancan ningún sentimiento, seguramente todos hayamos pasado por malas rachas o etapas en las que más que arrastrar somos arrastrados.
Hasta que descubre una causa.
Hijos de los hombres no es un drama existencial: es un thriller sci-fi lleno de acción, con lo que lo interesante viene cuando Theo descubre una razón para romper esta inercia a la que le tiene sometido el entorno. En su caso –como casi siempre-, esta razón se encarna en una persona: Kee. La primera embarazada en 18 años de esterilidad. Theo no rompe su caparazón de egoísmo pasivo hasta que encuentra una esperanza con forma humana.
Como sabe cualquier aspirante a guionista, una forma eficaz de dotar de sentido global a tu película es alinear el conflicto global con el individual. El primer plano y el fondo de los que hablábamos antes. El drama que subyuga a la población de la película es la incapacidad de tener hijos: una ruptura que también sirve de catalizador para la situación de Theo. En dos escenas que son fogonazos magistrales –cuando se derrumba entre llantos en el bosque y cuando muestra a Kee cómo calmar a su bebé- queda claro que la pérdida de su hijo Dylan todavía le tiene roto.
En otro artículo hablaremos de la reflexión que articula Cuarón acerca de la maternidad y la paternidad –con símbolos poderosos como el plano de la embarazada entre vacas-, pero por ahora basta con entender cómo Theo responde a la oportunidad que se le presenta. A la oportunidad de redimirse, de salvar –metafóricamente- al niño al que no pudo ayudar años atrás, esta vez en la forma de la única recién nacida del mundo.
Es su respuesta la que permite incluir a Theo en este grupo de antihéroes, o de héroes a su pesar. Personajes jodidos –y perdonen la expresión- que, a la hora de la verdad, demuestran estar a la altura. Eso es exactamente lo que hace el protagonista de Hijos de los hombres, metiéndose literalmente hasta el fondo del sistema. Hasta el campo de concentración/cárcel que ocupa el tramo final del metraje y a través del cual Cuarón nos mueve a través de vibrantes planos secuencia llenos de tensión.
En definitiva, es a través de su compromiso con la misión que le es encomendada –su vocación, podríamos decir- que Theo trasciende su categoría de deteriorada veleta y alcanza la de héroe. Con todas sus letras, como conviene a aquellos que lo son en contextos adversos. En lugares terminales y yermos violentos: aquellos eriales post-apocalípticos que, como apuntábamos, desde luego que tienen su nosequé.
Excelente redacción y análisis.