El autor

Guillermo Altarriba

Director de contenidos de CinemaNet. Periodista y politólogo por formación, dibujante y cinéfilo por vocación. Creo que pensar el cine para cambiar el mundo es una meta difícil y loca: por eso vale la pena dedicarle tiempo y esfuerzo. VTR.

Antes de que el protagonista de El autor diga una sola palabra, ya sabemos cómo es gracias a su representación visual: su piso no tiene muebles y está pintado en tono neutro, su ropa es sencilla y su cabeza está afeitada por completo. Es una especie de lienzo en blanco, un hombre vacío que, como no tiene nada, no puede entregar nada.

De este personaje se sirve el director Manuel Martín Cuenca para erigir una metáfora grotesca pero atinada del egoísmo como motor vital. Álvaro –así se llama el protagonista, interpretado por un escalofriante Javier Gutiérrez– quiere ser escritor, pero no puede crear arte porque no tiene una vida propia.

Por eso, cuando descubre que en las historias de sus vecinos de bloque se encuentra esa verdad que a él le falta, comienza a tomar notas y a escribirlas. Y su novela va tomando forma. Y entonces, en un giro muy retorcido de guion, comienza a manipular a esos mismos vecinos para forzar el drama, para introducir lo que a él le parece propio de la literatura: el conflicto.

De este modo, las personas que se encuentran a su alrededor se encuentran con una persona que les miente compulsivamente para ganarse su confianza y que les traiciona para construir su novela. Una pareja de inmigrantes con problemas de trabajo o la portera del edificio, sumergida en su soledad, se convierten en víctimas atrapadas en la telaraña de un hombre para quien los demás son solo peones, piezas desechables en la consecución de un plan mayor.

De esta manera, Martín Cuenca nos sitúa junto al que, en realidad, es el villano de la historia. Con ello, invita a reflexionar sobre la mentira y el egoísmo, y cómo estos vicios surgen, en el caso del protagonista, de una sensación de inferioridad y de no amarse a sí mismo. Lo vemos en el rol del profesor de escritura –un excesivo y desbordante Antonio de la Torre-, que ejerce en Álvaro una influencia excesiva, no porque el profesor quiera, sino porque la falta de autoestima del protagonista convierte a la opinión del maestro en condición sine qua non para su propia realización.

Se puede advertir, en esta relación enferma, una advertencia contra un liderazgo mal empleado: a la fragilidad emocional del protagonista -corroído además por la envidia hacia su ex mujer, exitosa novelista- se suma la poca información que el profesor tiene de su pupilo, al que machaca con alegatos contra la falsedad en la literatura. Este tema, por cierto, también aparece en la película, que nos permite pensar en si hay arte fuera de la vida, o viceversa.

Todos estos elementos, en suma, se combinan en una película a la vez costumbrista y extraña. El autor no es un filme sencillo de digerir, pero en su incomodidad y humor negro se esbozan tres o cuatro reflexiones interesantes: un delirio terrorífico que no puedo menos que recomendar.

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