Van Gogh a las puertas de la eternidad es un drama acerca de la vida del genial pintor holandés. Es una coproducción de Estados Unidos, Francia y Reino Unido, estrenada en 2018. En la película, seguimos a Van Gogh (Willem Dafoe) durante su mudanza, en 1886, a Francia, donde vivió un tiempo conociendo a miembros de la vanguardia, incluyendo a Paul Gauguin (Oscar Isaac). En esta época pintó obras maestras espectaculares.
Van Gogh es universal. Sus obras están repartidas por todo el mundo. La única que vendió en vida –El viñedo rojo– se encuentra en el Museo Pushkin en Moscú. El resto lo encontramos en todas partes: Europa, Asia, América, Australia. Probablemente su producción supera las dos mil obras. De ellas, más de doscientas están recogidas en el Museo Van Gogh de Ámsterdam.
Lógicamente, tanta belleza merece ser llevada al cine, tradicionalmente considerado el séptimo arte, y así va ocurriendo. En la web de CinemaNet pueden leerse las críticas realizadas por Mª Ángeles Almacellas sobre Loving Vincent y Van Gogh de los campos de trigo bajo cielos nublados. Ahora añado otra más.
Es lo que tiene la belleza: siempre anhela a lo infinito, es una fuente luminosa, tantas veces -como en este caso- a través del dolor. Es un efecto visible del misterio de la vida. Para Nicolás Gómez Dávila, la verdadera obra de arte es aquella de la que podemos decretar sin error, antes de verla, que su existencia era imposible. A mi parecer, así pasa con Van Gogh.
Desde estos supuestos, hacemos este breve comentario sobre el filme Van Gogh a las puertas de la eternidad. No es una crítica a una película, sino pensar en lo bello a través del cine. Para el poeta John Keats (1795-1821) “es lo bello la alegría para siempre”. Para el escritor Fiódor Dostoyevski (1821-1881) “la belleza salvará al mundo”.
Será San Juan Pablo II el que defenderá que una de las inquietudes verdaderas del hombre es “la nostalgia de lo bello”. Esta orientación de la sensibilidad humana es la que se nos regala en Van Gogh a las puertas de la eternidad. Willem Dafoe en sus expresiones no se sabe si susurra o grita una de las famosas frases de Vincent Van Gogh: “En mi trabajo arriesgo mi vida y mi razón, al borde del naufragio”.
Julian Schnabel, pintor con la cámara
El director, Julian Schnabel -pintor antes que cineasta-, lo mostró claramente en una de sus obras anteriores, La escafandra y la mariposa. En ambas películas, como describe el crítico Palomino, hay un cineasta que quiere pintar con la cámara, que la utiliza como un pincel. Intenta en los planos -muchas veces lo logra-, equiparar el cine con la pintura, el movimiento de la cámara con el trazo del pincel sobre el lienzo.
Schnabel emplea encuadres subjetivos, movimientos bruscos de cámara, arrebatos en la planificación, todo muy consecuente en la difícil equiparación entre las dos artes. Y en ese desequilibrio equilibrado, Dafoe transmite el alma del artista: su mirada, su pintura, sus desconsuelos, su ingenuidad.
Más que una película, Schnabel quiere crear una experiencia audiovisual, y en su intención resulta básico el trabajo del gran Benoît Delhomme, director de fotografía que entrega un apabullante tratamiento plástico de las texturas de cada imagen. El Van Gogh que interpreta Dafoe pasa de ser “El loco del pelo rojo» a “El loco de la creación», o “El amante del paisaje”, o “Aún hay más”.
Ciertamente, no es una película narrativa. Schnabel centra sus ojos en el artista y los sentimientos de su protagonista solo se abrirán en la conversación, tan íntima como certera, que mantendrá con el sacerdote interpretado por Mads Mikkelsen. El último plano del film, con la pantalla completamente teñida de amarillo mientras escuchamos un texto de Gauguin sobre Van Gogh, es uno de los momentos más serenos e intensos de toda la abundante filmografía sobre “El loco de pelo rojo”. Emotividad y hondura con los mínimos elementos.
Van Gogh y la gran belleza
Pienso que un buen cinéfilo, o mejor, un buen antropólogo podría realizar una equiparación entre la gran obra maestra La gran belleza y esta película, muchísimo más sencilla. En aquella otra obra, Jep Gambardela (Toni Servillo), ya con una edad considerable, ante la pregunta “¿Qué es lo que más te gusta en la vida?” señala estar destinado a la sensibilidad.
Nos hace ver el mundo con cierta lucidez amarga, como la gran comedia de la nada, el remolino de la mundanidad. Terminará diciendo que no escribe otro libro porque buscaba la gran belleza y no la encontraba. En cambio Van Gogh (Dafoe) con sólo treinta y siete años, tras cada frustración en su vida -no fueron pocas-, tras su soledad -para él tan acusada -aumentaba y mejoraba la belleza en su obra, belleza que encontraba hasta en los lugares más inhóspitos, muy particularmente en la naturaleza y en su corazón.
Quizás La gran belleza, entre otros muchos valores y con su tosca sensibilidad, es un canto de amor a la belleza de la ciudad de Roma, mientras que Van Gogh a las puertas de la eternidad es un canto a la belleza sin paliativos.