A modo de introducción. Un reconocimiento merecido
En 1923, el 10 de agosto, a los 60 años, Sorolla fallece en Villa Coliti, su casa de Cercedilla, en Madrid. Su cuerpo es trasladado al Paseo del Obelisco de Madrid por el que -como hombre querido y muy popular-, pasan cientos de personas a rendirle homenaje. Al día siguiente, será conducido a Valencia para ser enterrado en su ciudad, donde también una multitud le espera para manifestarle su cariño y admiración.
El mundo del arte conmemora, este año 2023 el centenario de la muerte del genial artista. Como homenaje a su vida y a su arte, en España -más en Valencia y Madrid- en otros países de Europa, y también en Nueva York, están siendo continuas las exposiciones de sus cuadros. Trabajador incansable, dejó in legado artístico sin precedentes: más de cuatro mil obras entre óleos, acuarelas y guaches, y unos diez mil dibujos. Su obra es una de las más populares y fecundas del arte español
Con la crítica de la película Cartas de Sorolla -primera incursión cinematográfica sobre el pintor valenciano más internacional, máximo exponente del impresionismo, estrenada en Madrid en 2006- deseo contribuir, desde mi pasión por el cine, a esos homenajes la filmación es de un recorrido lineal por los momentos más importantes de su vida, a través de sus magníficos cuadros y de la íntima correspondencia que mantuvo que su mujer durante sus frecuentes viajes.
Un poco de historia. Venturas y desventuras del pequeño Ximo
Joaquín Sorolla, conocido familiarmente como Ximo, nace en Valencia 27 de febrero de 1863. Su infancia y primera juventud entrelazan desgracias y grandes oportunidades que conformarán su sensible y armoniosa personalidad que le conducirá a un éxito temprano y a una celebridad inigualable a nivel mundial.
Con apenas dos años queda huérfano. Sus padres mueren con días de diferencia contagiados por una terrible epidemia de cólera que se desata en Valencia. Según el testimonio de una de sus bisnietas, el pintor jamás olvidará esta tragedia que no podía recordar, pero de la que tuvo toda su vida una “intensa conciencia a posteriori”. Adoptado por unos tíos, buenas personas -también su pequeña hermana- serán, para los pequeños, unos muy buenos padres.
El comienzo de su vida escolar será también un inicio de trabajo en el taller que regenta su tío, que tiene la intención de enseñarle un oficio para el futuro. Este hombre, recto y generoso, pronto intuye que el lugar del chico no está ahí; tampoco destacaba en la escuela -tuvo fama de vago-, donde siempre andaba distraído, dibujando que era lo que le gustaba. En los ratos libres, con su bloc de notas y su caja de colores, pasea por la huerta valenciana, el Grado, las playas del Cabañal y la Malvarrosa, y pinta. Pintar, siempre quería pintar.
Empezará a asistir a las Escuela de artesanos de Valencia; después a la Escuela Superior de Bellas Artes de la ciudad. Comienza así su formación artística. Su ascenso como pintor y el reconocimiento internacional de su obra tendrá lugar siendo todavía muy joven. Con sólo algo más de treinta, había expuesto sus cuadros en muchos países y era un pintor reconocido.
Un acertado guión para una interesante película
Se trata de una película entrañable, exquisitamente tierna y más que interesante sobre uno de los pintores más emblemáticos de la pintura española. Relato intimista que encandila al espectador que vivencia personalmente las pasiones del artista.
Un guión acertado, lleno de belleza y de luz, ha sido posible gracias a íntima correspondencia personal que Sorolla mantuvo con su esposa Clotilde durante los numerosos viajes que tuvo que realizar Sorolla. El relato no tendría el atractivo emocional -real entre Sorolla y su mujer- si no fuera por la magnífica interpretación de Rosana Pastor (Clotilde) que, en sus conversaciones con el periodista y primer biógrafo del artista, Bertomeu, narra, con una exquisita, delicadeza, el contenido de esas cartas utilizando frases que se dirigían cariñosamente, dando a conocer así los profundos sentimientos que los unía y que les llevaron a formar una familia unida y feliz. Escuchamos al pintor: “los dos hemos hecho le que teníamos que hacer: sacar adelante una familia que para los dos era importante” Junto a esto, es imprescindible hacer mención al el generoso asesoramiento y documentación aportada por Blanca Pons-Sorolla, bisnieta del pintor, colaboradora incondicional en la excelencia del guion.
El comienzo del film regala la preciosa vista de un inmenso mar en leve movimiento, impregnado de una calma y que produce serenidad, sosiego. La cámara, aproximándose a la orilla, hace que el mar bese la playa a través de un oleaje suave y rítmico que va adentrándose en la arena embellecida por la presencia de la vida “que en ella se vive”: una antigua barca de pesca con pescadores faenando; otra tirada por bueyes; niños jugando, mujeres que pasean, que trabajan; pescadores…y de pronto, traqueteando por la arena, aparece un típico carro de la España de entonces del que desciende, a paso ligero, un ya maduro Sorolla de mirada penetrante que observa, entre reflexivo y emocionado, la belleza que le rodea, mientras escuchamos su voz profunda: “Yo soy pintor porque amo la pintura. Pintar para mí es un placer inmenso”. “Mi cuadro es la playa de Valencia y el bendito sol que amo más cada día”. A los pocos instantes todas esas escenas de playa, quedan plasmadas en sus conocidas obras: cuadros elegantes, atractivos, llenos de luz, de vida, de mar, verdadera recreación del arte del pintor. La excelente fotografía invita a disfrutar de las imágenes que aciertan, con asombrosa fidelidad, al concepto de la luz, tan enraizado en Sorolla.La película, con acertadas interpretaciones, es contada a dos voces: la del propio Sorolla, el verdadero protagonista del film -muy bien interpretada por José Sancho-, y la de su esposa Clotilde. Narra hechos reales que dan vigor a la vida personal del pintor, a su arte y al entorno artístico del pudo gozar. Es un sereno recorrido por los momentos más importantes de su vida a través de sus cuadros: como un espejo del su incomparable estilo artístico.
Admiramos a un Sorolla familiar, de costumbres sencillas, trabajador incansable y apasionado por su cultura -destaca su incansable profesionalidad-, que ama a su mujer y a sus hijos por encima de todo, y a Valencia, lugar donde nació y ciudad en la que siempre querría estar. Almacenaba en su alma el amor a su tierra, la alegría de vivir, la admiración por su gente y su vida sencilla, rodeadas de agua, de sol, de luz. Gracias a sus cartas y a sus cuadros se conoce la pasión del pintor por su ciudad, por su luz y, sobre todo, por el mar. “Mi cuadro es la playa de Valencia”. En ese recorrido pictórico aparecen también figuras históricas, de la alta sociedad, artistas, intelectuales, amigos del pintor que, con oportunos flashbacks, aportan contenido y ritmo al guion.
Las oportunidades. Sorolla, un pintor afortunado
Sorolla fue un pintor con suerte que supo aprovechar lo que la vida le fue ofreciendo. Su primera gran oportunidad será en su ciudad natal, ciudad que marca la historia del pintor. Un compañero de clase le invita a visitar el taller de su padre. Se trata de Antonio García Peris, fotógrafo de “élite” que descubrió muy pronto el talento pictórico del joven Sorolla. Se convierte en un protector excepcional: lo acoge, le ofrece trabajo “coloreando fotografías” y le dejará un espacio en su casa para que pudiera pintar. También será consejero, mecenas y amigo. Y, finalmente, se convertirá en su suegro al casarse el pintor con su hija Clotilde, gran apoyo de su vida y de su obra. La familia muy conocida en Valencia, introdujo al joven Sorolla en los círculos intelectuales y artísticos de la época, hecho de especial relevancia en su vida y en su arte.
El año 1906, será el año de su gran triunfo en París, donde inaugura su primera exposición individual en la Galería Georges Petit -la más lujosa de la ciudad- que tuvo un éxito abrumador. En 1908 expone en Londres donde su fracaso es total, pero en la City tiene la oportunidad de conocer al hispanista Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic Society of America que, fascinado por su obra, le abrirá las puertas de Estados Unidos. Archer le propone exponer en Nueva York. Su exposición, en 1909 será un éxito sin precedentes, culminación de la obra de Sorolla. Huntington le encargará un gran mural sobre España (según sus palabras, “la obra de mi vida”), para la futura biblioteca de la sociedad y, posteriormente, otros lienzos y murales para la decoración de todas las salas.
Madrid será el destino final de la familia del pintor (en Cercedilla). El dinero por la venta de tantos cuadros en pocos años permitió a Sorolla construir una casa que, además de tener un gran estudio, quería que pareciera un museo y que en el futuro terminase siéndolo. Esa casa es, ya desde hace años, el Museo de Sorolla de Madrid que cada año acoge a cientos de visitantes.