Hay películas que nos exigen poner de nuestra parte al verlas, y The Vessel es una de ellas. La obra del puertorriqueño Julio Quintana es -a la vez- una experiencia mística y una parábola sobre el sentido del dolor y la fe. Una película que bebe del cine trascendental de Terrence Malick -que, por cierto, aquí ejerce de productor ejecutivo- y que se vuelve más interesante cuanto uno más piensa sobre ella.
Empecemos por el principio: ¿de qué va The Vessel? La premisa es sencilla; Quintana nos presenta un pueblo costero que lleva años atravesando un profundo trauma después de que un tsunami destruyese la escuela, acabando con la vida de una cincuentena de alumnos. Este desastre natural ha quebrado el ánimo de los vecinos, que visten de luto permanente y se niegan a tener hijos, mientras los jóvenes que quedan se marchan a la ciudad.
Los protagonistas de la historia son Leo -uno de los últimos jóvenes que todavía vive en el pueblo, cuidando de su madre- y el padre Douglas, un sacerdote católico interpretado por Martin Sheen que busca aportar esperanza a sus parroquianos. Un día, Leo y su mejor amigo sufren un accidente y mueren ahogados… o eso piensan todos, porque -tres horas después- Leo despierta.
Su ¿resurrección? sobrecoge a los vecinos, que ven en ello una señal divina. Una corriente mística les recorrerá y les llevará a admirar con curiosidad las extrañas acciones de Leo, que se pone a construir un barco de madera con las ruinas de la escuela arrasada por la gran ola. La tensión entre el mesianismo involuntario de Leo, la fe desesperada de los vecinos y los esfuerzos del padre Douglas por reconducir la situación para bien guían el resto de la película.
Más allá de la trama, no obstante, The Vessel es una experiencia que quiere ser sensorial e intelectual, con una cuidada fotografía y una banda sonora etérea y honda que dibujan un mundo propio. La película se rodó en un pueblecito de Puerto Rico, pero podría ser cualquier lugar: The Vessel es más metafórica que prosaica, y sus temas -el sentido del dolor, de la esperanza o de la fe- se presentan como preguntas al espectador.
¿Dónde está Dios en el trauma de los vecinos del pueblo? ¿Por qué Leo adopta rasgos que identificamos con Jesucristo, como las tres horas muerto, el clavo en el pie o su interés repentino por la carpintería? ¿A qué “navío” o “recipiente” se refiere el título? Todas estas son preguntas para un debate espiritual o religioso muy rico que se abre tras la película. The Vessel exige atención y predisposición -es cine contemplativo y simbólico, al fin y al cabo-, pero si estamos dispuestos a poner de nuestra parte, no nos defraudará.
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