Contaba sobre el papel con las premisas habituales de las estrellas, pero Hollywood y el destino tenían otros planes para ella. Tras un inicio prometedor, peligraba la escalada por culpa del encasillamiento en trabajos menores. Pronto la tendencia cambió e, instalada en una madurez prematura, fue en ese tipo de papeles en los que desplegó todo su talento interpretativo. Por si el cine y el teatro no hubieran sido entornos suficientemente gloriosos, la pequeña pantalla le sirvió en bandeja el papel que la haría aún más famosa en todo el mundo: el de la escritora Jessica Fletcher.
El cine, por su fascinación, depliegue y boato, puede presentarse como algo hermoso y, a veces, hasta distante en un sentido de nivel emocional y artístico, nada que ver con el concepto de ajeno. Por motivos diversos y no necesariamente relacionados con la frecuencia, algunos intérpretes esquivan esa circunstancia y nos resultan cercanos hasta el punto de ser como de la propia familia. Angela Lansbury pertenece a ese selecto y tan celebrado grupo de nuestra memoria afectiva, un ramillete de nombres que, desde la posición de actores de reparto, han escalado peldaños para deslumbrar con su talento y hacerse un hueco no solamente en el cine, sino también en el corazón del público. La entrañable actriz de grandes ojos, dicción exquisita e imborrable presencia se ha ido cinco días antes de cumplir 97 años y dejando para la posteridad una trayectoria memorable.
Angela Brigitte Lansbury había nacido en Londres el 16 de octubre de 1925. Su hermoso y sonoro apellido está ligado a la política en tierras británicas, ya que su abuelo George fue un destacado pacifista y líder de Partido Laborista, como también lo sería su padre, Edgar Isaac Lansbury. La vena interpretativa se le puede atribuir a su madre, la actriz irlandesa Moyna MacGill. Recibió formación teatral desde los días en su tierra natal que continuó una vez su familia hubo emigrado a los Estados Unidos. La situación laboral no era sencilla, con la guerra en marcha –si bien el país de adopción aún no había entrado en combate– y la joven Angela tenía la vista puesta en su vocación interpretativa. Estaba en contacto con gente del mundillo cinematográfico y, a través de un conocido, consiguió una audición en la Metro Goldwyn Mayer para “El retrato de Dorian Gray”. La suerte quiso que ese mismo día le ofrecieran una prueba para “Luz que agoniza”. Louis B. Mayer decidió que se le ofreciera un contrato, de cuantía muy superior a su salario en unos grandes almacenes. Fue seleccionada para ambas películas y nominada al Oscar como mejor actriz de reparto en las ediciones de 1944 y 1945, convirtiéndose en la primera actriz candidata por dos veces a la temprana edad de 20 años, una hazaña que no ha vuelto a repetirse.
Ser alta, rubia y con ojos azules –aunque el blanco y negro predominante ocultara o difuminara esta característica– no la ubicaba, sin embargo, en el ramillete de bellezas al uso: ciertos puntos de su rostro peculiar –la caída de la mirada, el arco de las cejas o la línea de su mentón–, algo canino, le aportaban un punto de altivez e insolencia en aquellos días de juventud y, con la cuota de protagonistas más que definida y cubierta en los estudios, fue abocada a papeles de otro corte. Su estreno meteórico no tuvo una continuidad en términos estrictamente exitosos. En esos tiempos fue apodada ‘Baby Mae West’, a instancias de una delirante apreciación que intuía cierto parecido entre la joven inglesa y la voluptuosa vampiresa. Siguió integrando repartos luminosos como “Las chicas de Harvey” (1945) –con Judy Garland–, “El estado de la Unión” (1948) –con Spencer Tracy y Katharine Hepburn–, “Los tres mosqueteros” (1948) –con Gene Kelly, Lana Turner, June Allyson y Van Heflin– o “Sansón y Dalila” (1949) –con Victor Mature y Hedy Lamarr–, entre otros. Aun así, es justo señalar que, en algunas películas, el lujo y el oropel de la estética eran muy superiores a la profundidad del argumento y los personajes, incluidos los de Lansbury, como ella misma ha reconocido. Los asumía con profesionalidad, pero cierto hartazgo y un deseo de independencia la empujaron a rescindir su contrato. El riesgo fue un acierto.
En los albores de la televisión como medio de entretenimiento, Lansbury intervino en varios programas –no eran series propiamente dichas– como “Robert Montgomery Presents”, “Lux Video Theatre” o “Climax!”. Algunos incluían el directo entre las novedades y dificultades añadidas. Gracias a su incansable ritmo seguía siendo un rostro muy conocido para el público y estaba muy bien asentada en su país de residencia. En 1952 se convirtió en ciudadana americana y tuvo dos hijos con su segundo marido, el productor Peter Shaw, al que estuvo unida desde 1949 hasta su fallecimiento en 2003. El cine, más esporádico, aún contaba entre sus ocupaciones; el teatro, piedra angular de su trayectoria y donde saboreó gran parte de las mieles de su éxito, concentraba gran parte de sus quehaceres en aquellos días. Llegó a Broadway en 1957 con la obra “Hotel Paradiso”. Mucho y muy bueno estaba por venir.
Desde bien temprano le fueron asignados papeles de más edad que la diferencia entre cada año en curso y el de su nacimiento. Gracias a un físico que ayudaba a tal efecto, interpretó, por ejemplo, a las madres de intérpretes como Laurence Harvey –en “El mensajero del miedo” (1962), cumbre del cine político y una de sus interpretaciones más recordadas–, Carroll Baker –en “Harlow, la rubia platino” (1965), sobre la vida de la estrella de cine de los años treinta– o Elvis Presley –en “Amor en Hawai” (1961)–, no mucho más jóvenes que ella.
Regresó a Broadway con la obra “Anyone Can Whistle” hacia 1963, primer acercamiento al teatro musical. “Mame” (1965–1967) fue su gran éxito. Rosalind Russell había interpretado el papel en el teatro y en el cine, pero declinó la oferta de repetirlo sobre las tablas. La negativa de actrices como Mary Martin, Lucille Ball y Ann Sothern y el empeño del director Gene Sacks en Angela fueron un golpe de suerte para ella, quien se sintió por primera vez como una estrella, allá en el teatro Winter Garden. El musical siempre había sido uno de sus anhelos profesionales y por fin pudo cumplirlo. Si a eso se suman el ser la primera vez que ostentaba el protagonismo en una obra y la importancia y fama del personaje en cuestión, el sabor del éxito se multiplicaba. Otros trabajos fundamentales para Lansbury a lo largo de los años, a uno y otro lado del Atlántico, serían los desplegados en “Sweeney Todd” y “Gipsy”.
A finales de los años sesenta y huyendo de los problemas del país que influían negativamente en el desarrollo de sus hijos –con episodios negros para la familia–, el matrimonio se instaló en Irlanda. A eso se añadía la pérdida de su casa de Malibú en un incendio. No todo iban a ser malas noticias, pues una película inolvidable donde sería la protagonista la esperaba: nada menos que “La bruja novata” (1971), de Robert Stevenson para los Estudios Disney, todo un clásico que aunaba acción real y animación. Puede que, en esa disciplina, se trate del segundo título más relevante de la productora, por detrás de “Mary Poppins” (1964). Con este personaje abría una década de pocos trabajos cinematográficos, pero donde se encuentra “Muerte en el Nilo” (1978), lujosa adaptación de la novela de Agatha Christie con un reparto de campanillas –Peter Ustinov, Bette Davis, David Niven, Maggie Smith, George Kennedy y Mia Farrow, entre otros– donde Lansbury ofreció una interpretación barroca y memorable. También sería la señorita Marple, de nuevo personaje de Agatha Christie, en “El espejo roto” (1980), nueva ocasión de compartir créditos con nombres de la talla de Elizabeth Taylor, Rock Hudson, Kim Novak y Tony Curtis.
La investigadora acababa de poner la semilla para un personaje televisivo esencial. Angela Lansbury había trabajado mucho en este medio y en diversos formatos, pero siempre había esquivado la posibilidad de participar en una serie por por el temor a que pudiera frenar su carrera. Las dudas se disiparon cuando le llegó el proyecto de “Se ha escrito un crimen”, donde encarnaría a Jessica Fletcher, una profesora de literatura retirada de un pueblo costero y convertida en novelista, dedicada a resolver asesinatos por doquier. La serie se mantuvo en antena durante doce temporadas y le reportó fama, fortuna y cuatro Globos de Oro. Además, fue un acogedor reducto para viejas glorias de un cine lejano y casi olvidado a fuer de marginación, un nostálgico espacio para volver a ver a figuras como Van Johnson, June Allyson, Stewart Granger, César Romero, Cyd Charisse, Ann Blyth, Yvonne De Carlo, Robert Stack, Jackie Cooper, Eleanor Parker, Cornel Wilde, Donald O’Connor, Howard Keel, Mickey Rooney y un larguísimo etcétera muy agradecido por los televidentes.
Otro de los hitos de su carrera, de nuevo para los Estudios Disney, es su trabajo como voz de la señora Potts en “La bella y la bestia” (1991) –“Nunca había interpretado a una tetera, desde luego, pero mi trabajo como actriz consiste en llevar al personaje conmigo y en este caso llegué con la voz y el acento guardados en el bolsillo.”–, una actuación entrañable. Al mismo sello se debe “El regreso de Mary Poppins” (2018), donde la presencia de Lansbury y Dick Van Dyke son acaso lo más reseñable de esta innecesaria continuación. Infatigable trabajadora, su última intervención en la gran pantalla ha tenido lugar en “Puñales por la espalda: El misterio de Glass Onion” (2022), que tiene prevista su llegada a los cines españoles el próximo mes de diciembre.
De entre las muchas distinciones de que fue objeto, cabe señalar el Oscar Honorífico en 2013, su nombramiento como Dama del Imperio Británico en 2014, seis premios Tony –cinco en competición y uno honorífico este mismo año, a cuya entrega no pudo asistir– y cinco Globos de Oro. Mucho más importante que tales premios es haber sido una de las profesionales más respetadas y queridas del mundo del espectáculo. La idea de extraer una mala opinión sobre ella por parte de sus compañeros es una misión imposible.
En una entrevista declaró: “Quiero ser recordada como alguien que entretenía, que lo sacacaba a uno de su realidad, por unos minutos, unas horas, lo transportaba a un lugar diferente, lo aliviaba, le daba diversión y le daba alegría, risas y lágrimas… todas esas cosas. Me gustaría ser recordada como alguien capaz de hacer eso.”. Misión cumplida. Así será, Angela. Con mucho agradecimiento y mucho cariño.