Un barco de vapor lleno de inmigrantes europeos viaja rumbo a Nueva York. Todos en a bordo sueñan con un futuro en el nuevo mundo. Cuando, durante el trayecto, descubren otro barco de inmigrantes a la deriva en alta mar, su viaje da un giro inesperado. Lo que descubrirán a bordo convertirá su viaje hacia la tierra prometida en un enigma de pesadilla que conectará el pasado de cada uno de los pasajeros a través de una complicada red de secretos.
Análisis de ‘1899’
–Que tu café te haga efecto antes de que lo haga la realidad–
Baran Bo Odar y Jantje Friese nos dejan esta frase como síntesis de la primera temporada de su exitosa serie, 1899, estrenada en Netflix el 17 de noviembre de este año.
Una temporada llena de personajes misteriosos, juegos audiovisuales hechos para aturdir al espectador y la conclusión de que, al igual que en el caso de la serie con los dos barcos, todos hemos visto dos series distintas.
A la primera serie podríamos llamarla Kerberos, como el barco en el que van nuestros protagonistas. La que ellos han querido que viéramos, una en la que los sonidos no conectan con las imágenes que se proyectan, los personajes parecen sumidos en un errático automatismo del que ninguno quiere salir y todos guardan demasiados secretos.
Huyen de su pasado pero a la vez parecen no saber dónde están, y el espectador se pregunta cuál es su ancla. Un capitán ebrio que busca la redención en la salvación de un barco fantasma poniendo en riesgo a miles de personas y Maura Franklin, nuestra protagonista, siendo el bote salvavidas del público, a la par que llevándolo a la extrema ansiedad.
El «tic tac» intermitente, el niño que aparece de repente y que intuyes que será la causa más probable de todos los males, el mar impetuoso, el amor fugaz que nos imponen por guion y el Panem et circenses de siempre.
Y en la primera serie todo se complica. El «tic tac» se vuelve más frecuente, los graves más profundos y los personajes se empiezan a alterar. Y todos nos alteramos con ellos.
Y llega la llamada de la muerte.
Y llega la furia y algunos la usan en nombre de Dios y otros del diablo.
Pero el «tic tac» subliminal es cada vez más fuerte y al espectador le da igual en nombre de quién, solo quiere saber qué pasa.
En la primera serie vemos los secretos más oscuros de los personajes hasta que en un final apoteósico, todo estalla por los aires y ya no sabes quién miente, quién dice huir ni quién es el que persigue.
Y el «tic tac» te ha dejado exhausto después de ocho capítulos, no entiendes qué quieren que sepas y si la cabeza te da para más.
Y para muchos esto ha sido esta serie. Una gran apuesta que confunde demasiado.
Pero hay otra 1899.
A la segunda serie podemos llamarla Prometheus, el barco desaparecido. En esta serie lo primero que debes hacer es embarcar con ellos. Si esperas una sencilla serie de televisión, ponte Élite.
En este segundo paradigma tienes que implicarte y buscar la manera de aceptar que viajas tomando por cierto aquello que ves, como si tus ojos y tus oídos te llevaran a la X.
Y una vez aceptado eso, dudar.
Dudar siempre. Aunque parezca un absurdo.
Dudar de que ese barco tenga un capitán al que aferrarse, dudar de que los pecados perdonados por Dios sean perdonados también por uno mismo, dudar del pasado, del mar, dudar hasta poder relajarte y dejarte llevar por la incertidumbre.
Y sólo entonces, recordar la navaja de Ockham.
«En igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable».
¿Y cuál es la explicación más simple para entender todos los misterios que ha dejado sin resolver 1899?
Pues habiendo visto tres veces esta magnífica primera temporada, puedo decir que la explicación más sencilla es que el cerebro es capaz de construir laberintos infinitos para esconder aquello que teme de sí mismo.
Que en el trauma más profundo se despeja la X, que los símbolos son pura distracción y que para Baran Bo Odar y Jantje Friese nosotros no nos hemos cegado todavía con la luz original que se reflejaba en las paredes de la caverna de Platón. El conocimiento no entiende de prisas y el viaje continua. Su anterior proyecto, Dark, nos recogió con la familia. Todo estaba relacionado. Aquí también lo está, pero no de la misma manera. Hay que cambiar la perspectiva.
Dark fue la primera fase, aquello que te enseñan como la verdad inapelable que no puedes discutir. Allí no navegabas en la incertidumbre. 1899 es el viaje hacia el conocimiento. Un viaje solitario en el que nada de lo que sabíamos sirve y no podemos fiarnos de la veracidad de lo que descubrimos. Como la vida misma.
No insistamos en apresurar lo que todavía no nos corresponde saber, seamos cautos y cuidémonos de despertar nosotros antes de que lo haga una realidad que no estemos preparados para afrontar.