Las cosas sencillas | Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido…

Mª Ángeles Almacellas

Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid. Crítica de cine. Miembro del Círculo de escritores cinematográficos. Directora del curso "El arte de ver películas" en la UPM. Directora de CinemaNet-Madrid.

Solo dos años después de Delicioso nos llega una nueva película de Éric Besnard, Las cosas sencillas. No tan deliciosacomo la anterior, pero igualmente llena de buena fe y de buenas intenciones.

En clave de comedia, aparecen enfrentados dos mundos distintos, dos modos de vida, personificados en dos hombres radicalmente distintos y opuestos entre sí. Pierre abandonó (casi totalmente) su brillante carrera de investigador y vive solo en la montaña, en una casa que él mismo se ha construido, con la única compañía de su perro. La única relación que mantiene es con la viuda de su hermano, fallecido tres años atrás, y con Zoe, su sobrina de once años, que viven no lejos de él, un poco más abajo hacia el valle.

Vincent es un hombre de negocios en plena cúspide del éxito. Vive estresado, pero es un rey Midas de todo cuanto emprende, empresas o fundaciones. Tocada por sus manos, cualquier iniciativa se convierte en oro. Su maravilloso deportivo descapotable sufre una avería en una desértica carretera cercana a donde vive Pierre. Éste va a socorrerlo y lo lleva a su casa. Y de este modo empieza una relación entre esos hombres tan opuestos en carácter, gustos y modos de vida.

En la confrontación de dos modos de vida tan diferentes, Vincent, obligado a frenar el vértigo frenético de acción habitual, descubre los beneficios de la vida al aire libre, en contacto directo con la naturaleza, ajustándose a los ritmos naturales. Por su parte, el testarudo Pierre, parco en palabras, que rehúye toda compañía que no sea su amada cuñada y su querida sobrina, descubre que las relaciones humanas son valiosas si se fundamentan bien.

El dúo de actores, Lambert Wilson y Gregory Gadebois hacen un trabajo excelente; el decorado –los paisajes de montaña– es majestuoso, pero la película no acaba de arrancar, falta de originalidad. Podría haber sido interesante, pero es todo tan previsible que las cosas resultan, no ya como reza el título original, Les choses simples, sino auténticamentesimplonas. Los diálogos son graciosos pero aportan poco. Da la impresión de que Éric Besnard ha escrito su guion de corrido y sin esforzarse demasiado.

Sin embargo, cuando el espectador empieza a aburrirse, se produce un ligero giro que va a cambiar todo el tono de la trama. Hasta ahora parecía previsible, pero de momento surgen interrogantes: ¿El encuentro entre ellos fue casual? ¿Sería posible que las diferencias y los pequeños enfrentamientos entre ambos se convirtiera en una auténtica amistad? ¿Y si finalmente la vida jugara con ellos y se necesitaran el uno al otro para alcanzar sus sueños más secretos?

La película no encierra mucha originalidad, pero desborda de buenos sentimientos, de valores humanos y de sabiduría de vida. Y resulta muy oportuna en una época como la nuestra en la que todo va demasiado deprisa y en la que las redes sociales se han convertido en el medio de comunicación por excelencia, en detrimento del contacto humano directo y encarnado, en la que el individualismo tiende a imponerse sobre las relaciones humanas generosas y fecundas.