La película de Edward Berger, Cónclave, más allá de una crítica cinematográfica, merece un comentario sobre cuestiones fundamentales de su contenido.
El tema del funcionamiento de un cónclave es muy interesante, porque, más allá de la plaza de San Pedro repleta de fieles expectantes por ver elevarse la fumata negra o blanca, poco se conoce de los detalles del ritual de la elección del sucesor de Pedro —reservada exclusivamente a los cardenales desde principios del siglo XI—, y Edward Berger describe bien el proceso: cómo cada cardenal emite su voto, cómo ha de sostener la papeleta sobre la cabeza, qué debe decir en latín, etc.
Cónclave es un thriller que mantiene la intriga y la tensión a lo largo de todo el metraje, y retiene al espectador clavado en la butaca disfrutando de una película estéticamente hermosísima y de una trama digna de los mejores guiones de intriga, pero cuyo contenido no obedece a la realidad (no es ni tan siquiera verosímil), se queda en el mero barniz exterior. Tiene una dimensión de thriller psicológico, con la lucha interior de cinco personajes (más una monja) sacudidos por las ambiciones de poder de algunos y por secretos oscuros de otros, y tiene también una dimensión de thriller político, enmarcado en el ámbito de la Iglesia católica, que alude a los conflictos presentes en la sociedad actual y que, por tanto, de un modo u otro conciernen también a la Iglesia. Aunque los personajes concretos son de ficción, es fácilmente incluible una intencionalidad de generalizar en «facciones» de la Iglesia, para envolverla en el pensamiento único que quiere imponerse en nuestra sociedad.
La primera secuencia, una serie de contraplanos, con la Cámara pegada a la nuca del personaje del cardenal Thomas Lawrence, nos permite contemplar, entre bastidores, todo el tejido del acontecimiento que va a comenzar. Esto podría darnos la impresión de un casi documental, pero ese va a ser justamente el punto débil de una película excelente en la forma, magnífica en el ritmo y en la intriga, inconmensurable en el trabajo actoral (si bien con un desenlace que desmerece todo el metraje anterior). La historia es ficticia, pero pretendidamente basada en un contexto real que, con muy pocas modificaciones, se repite cada vez que debe ser elegido un nuevo Pontífice para ocupar la silla de Pedro. Y esa pretendida realidad carece, no ya de veracidad, sino, incluso, de verosimilitud.
Perder la fe en la Iglesia
En la película se repite la situación de varios personajes (comenzando por el mismo Papa difunto) que han perdido la fe en la Iglesia. Esto, dicho así, es un sinsentido. Si alguien dejara de creer en la Iglesia (como se profesa en el Credo), se situaría fuera de la misma Iglesia. Lo cual no significa falta de sentido crítico ni necesidad de avanzar constantemente en la perfección, porque la Iglesia es santa y pecadora. Es santa porque tiene por fundamento a Cristo, que es santo, y ha recibido el espíritu de santidad. Pero es también pecadora porque, en tanto que institución, está compuesta por seres humanos pecadores, llenos de imperfecciones, limitaciones y egoísmos. Muy recientemente, en la vigilia penitencial del 1 de octubre de 2024, el papa Francisco, decía en su oración: «Te pedimos perdón por nuestros pecados, ayúdanos a restaurar tu rostro que hemos desfigurado con nuestra infidelidad. Pedimos perdón, avergonzándonos, a aquellos que han sido heridos por nuestros pecados».
Sería humanamente explicable que un miembro de la Iglesia perdiera la confianza en un grupo de hombres o directamente en la curia romana (conjunto de órganos de gobierno de la Santa Sede y de la Iglesia católica), y hasta que eso le hiciera cuestionarse si tenía el valor de continuar en su puesto o prefería retirarse, como el cardenal Thomas Lawrence de la película, lejos de la actividad, para dedicarse a la oración y meditación. Pero «perder la fe en la Iglesia» es una expresión tan chusca que no cabe en la mente ni en las palabras de un hombre con un mínimo de formación religiosa, porque equivaldría a obviar que la Iglesia es sacramento de Cristo y del Espíritu. Supondría, además, apostatar, porque la profesión de fe no puede fragmentarse.
En la película no se hace explícitamente referencia al silencio de Dios, esos momentos duros de la fe cuando el creyente deja de experimentar la presencia de Dios. «Noche oscura del alma» lo llamó san Juan de la Cruz y «sequedades» santa Teresa de Jesús. Tal vez sea eso lo que se pretenda decir de Thomas Lawrence, pero la impresión que deja es más bien de una mala acomodación con la Iglesia.
Acción del Espíritu Santo
Otro vacío clamoroso del guion es que el gran ausente de la trama es el verdadero protagonista de un cónclave (y de cualquier acción de la Iglesia): el Espíritu Santo, que inspira a los electores. Eso no significa que el Espíritu Santo designe al candidato, sino que asiste a los electores en su discernimiento espiritual para iluminarlos en su reflexión sobre qué es mejor para la Iglesia de Cristo. Por eso la oración, personal y comunitaria, invocando al Espíritu y pidiéndole el don de discernimiento, es sustancial en un cónclave. Se reflexiona en la oración, no como gestores políticos. En la película se habla de rezar, pero no se hace alusión a la preocupación y la tensión de los cardenales para saber percibir el soplo del Espíritu y buscar a Dios y el bien de la Iglesia antes de poner un nombre en la papeleta.
El discernimiento de la inspiración del Espíritu Santo, suscita en el elector la inquietud de no saber interpretar su palabra, pero el temor por reconocerse un ser humano débil queda superado por la confianza de saberse en manos de Dios que no dejará de asistirlo.
Dudas y certezas
El mal uso de los conceptos que encierran esos términos, dudas y certezas, demuestra un profundo desconocimiento de la religión católica. que no es una ideología, sino la adhesión a la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios vivo.
El cristiano tiene certezas, que brotan de la Revelación y que, junto con la tradición de la Iglesia (vilipendiada por un cardenal en la película) constituyen el depósito de la fe. Pero el cristianismo no es una ideología, no es un sistema filosófico, sino que es un camino de fe que parte de un acontecimiento, testimoniado por los primeros discípulos de Jesús: la Resurrección de Jesús. Por tanto, la fe cristiana es el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado, pero, ante todo, es una adhesión existencial a la Persona de Cristo.
El cristiano puede tener dudas razonables, no como obstáculo a la fe, sino al contrario, como motor de la misma fe, porque tales dudas no se refieren al Dios que se revela en Jesucristo, sino a sí mismo, a la propia capacidad de interpretación de sus palabras o del magisterio de la Iglesia. Los cardenales reflexionando en oración en el Cónclave, no dudan de la presencia del Espíritu, sino de sí mismos, hombres pecadores tardos para comprender y temen equivocarse.
En suma y sin entrar en más detalles (para los que remitimos a la citada crítica de Gabriel Sales) el guion de la película está en línea con el pensamiento único, y alejado de la verdad del cristianismo, tanto en su esencia como en el caso concreto de la elección del sucesor de Pedro.