Dirigida y coescrita por Boris Lojkine, La historia de Souleymane aparece este año como un drama social que se infiltra en la vida de un joven inmigrante guineano que lucha por sobrevivir en París mientras prepara una entrevista clave para su asilo. Con un estilo casi documental, el cineasta francés ha conquistado difíciles plazas como Cannes gracias a una cinta que no solo denuncia la implacable burocracia de una ciudad como la capital francesa, sino que también trasciende lo contextual para darnos una experiencia cinematográfica eminentemente intensa y reflexiva.
Lucha íntima y realista
La obra nos sitúa frente a Souleymane, sensacionalmente interpretado por el debutante Abou Sangaré, quien dota a su personaje de una humanidad desgarradora mientras pedalea sin parar por las calles de París. Apreciemos la necesidad de que el director opte por un estilo documental, con pulso de cirujano, para seguir al protagonista en cada paso de su combate existencial. Es fascinante cómo la cámara captura cada mirada, gesto y silencio, potenciando así el realismo de una figura que debe enfrentar la peor de las burocracias y la más sangrienta de las indiferencias sociales.
La historia de Souleymane se desarrolla en un lapso de dos jornadas bañadas por un naturalismo apabullante y grandes dosis de complejidad y angustia alrededor de un joven que no está preparado para la cita más trascendental de su vida. Enorme virtud del cineasta para convertir dicha rutina en una odisea cargada de suspense, no por actos extraordinarios, sino por la incertidumbre de lo cotidiano.
Denuncia, emoción y dignidad
No cabe duda de que, dejando de lado el inmenso valor cinematográfico de La historia de Souleymane, estamos ante una propuesta de corte social, siempre con unas formas de retrato, en cualquier caso contundentes y enfocadas en aquellos a los que apartamos la mirada, los desechados e invisibles de una ciudad laureada por su belleza. Esos inmigrantes que viven cada día como si fuera el último sobreviven a la precariedad de formas inauditas. La cinta ofrece al espectador una experiencia en crudo sobre un viaje humano conmovedor y, más que nada, auténtico.
No es casualidad que la película haya sido aplaudida en varios premios y nominaciones, incluyendo prestigiosos nombres como Cannes, César o Gijón. La calidad y relevancia del filme no están en cuestión; es una maravillosa representación de París como tablero de ajedrez vital, donde cada detalle suma a una lucha por la dignidad y la justicia frente a la frialdad de una sociedad deshumanizada. Obra imprescindible, un testimonio de verdad, humanismo y esperanza.