Los domingos de Alauda Ruiz de Azúa, ‘Concha de Oro a la Mejor Película’, recibió también el premio SIGNIS en la Zinemaldia.
¿Qué sentido tiene un premio cinematográfico?
Los premios cinematográficos suponen un reconocimiento de las cualidades artísticas o técnicas de una película, de su originalidad o innovación estética. Algunos premios (como SIGNIS o CinemaNet) valoran especialmente las obras por su contenido de valores humanos y espirituales.
En términos generales, obtener un premio contribuye a dar visibilidad a la película y notoriedad al director. Muchos espectadores se sienten atraídos por las películas premiadas (o nominadas), pues lo perciben como una garantía de calidad, lo cual repercute en el éxito de taquilla.
¿Por qué un premio católico como SIGNIS en el Festival de San Sebastián?
SIGNIS está presente con jurados propios en muchos Festivales internacionales de Cine, como Cannes, Berlín, San Sebastián, Toulouse, Locarno, Montecarlo, Venecia… entre otros.
En este caso, el jurado SIGNIS debía evaluar las películas de la ‘Sección Oficial del Festival’ y, entre las seleccionadas, concedió el premio a Los domingos. Unas horas después de que le fuera entregado a la directora Alauda Ruiz de Azúa el Premio SIGNIS, tuvo lugar el anuncio de que la película había recibido la ‘Concha de Oro a la Mejor Película de la 73ª edición del Festival de San Sebastián’.
¿Están presentes CinemaNet y SIGNIS en otros festivales españoles?
SIGNIS-España está presente cada año en el Festival de Cine de Málaga y en el Festival Internacional de Cine de Ciudad Rodrigo (FICCI-ON), y, por primera vez, en esta convocatoria 2025, en la fiesta que se celebrará el próximo día 15 de noviembre, CinemaNet otorgará el premio ‘¡Qué bello es vivir!’, en ese mismo Festival FICCI-ON.
¿Qué cualidades tiene Los domingos para ser acreedora del Premio SIGNIS?
Los domingos, con una extraordinaria calidad artística, es, ante todo, una película de personajes. Ruiz de Azúa, autora también del guion, sigue la conmoción que se crea en una familia cuando la hija mayor, todavía adolescente, plantea que se siente llamada a ser monja de clausura. A partir de ahí, seguimos las reacciones, actitudes y vivencias de cada miembro de la familia y vamos conociendo sus historias particulares, con sus luces y sus sombras. En cierto modo, esa familia es un microcosmos de la sociedad actual, bastante desnortada en cuanto a valores referenciales y que se queda descolocada cuando algo la supera, porque los lugares comunes que utiliza como sentencias de sabiduría ya no le sirven.
El padre está agobiado por un crédito al que no puede hacer frente. Es un buen hombre, pero incapaz de ver más allá de sus problemas inmediatos. Está desconcertado ante la situación creada por Ainara y le falta sensibilidad para abordar seriamente la tesitura de su hija. Maite, la tía, se cree en posesión de la llave del sentido de la vida y de la felicidad. Sin embargo, su propia existencia no constituye un buen ejemplo de sus enseñanzas. Está dispuesta a manipular a su sobrina con tal de librarla de lo que a ella le parece un mal absoluto. Pero no es una mala persona y, en el fondo, intenta ser coherente entre lo que piensa y lo que hace. Su marido se esfuerza en que la vida cotidiana funcione y cuando algo puede alterar esa calma chicha, prefiere dormir, es decir, no afrontarlo. Ainara, en el centro de la historia, está aprendiendo con lágrimas que el ser humano es débil y que las pasiones humanas tienen mucha fuerza; aprende también que los tiempos de Dios no son los tiempos de los hombres, y que las palabras de Dios no suenan en la mente, sino que son un susurro en el corazón. La madre superiora, con su humildad y discreción, es un oasis en esa microcosmos, por su capacidad de acogida, de escucha y de comprensión.
Al final, una escena magistral encierra una síntesis de las dos actitudes de apertura o cerrazón a la trascendencia: una puerta se cierra separando los dos mundos. Maite, que sale de una gestión dolorosa, dirige los ojos al otro lado de la calle hasta que desvía la mirada y no llega a cruzar.
Sin embargo, no es una historia de buenos y malos, sino de seres humanos, unos abiertos a la experiencia de Dios, otros cerrados a cualquier cosa que trascienda al hombre, vistos con hondura y, sobre todo, vistos con ternura a través de la cámara de Alauda Ruiz de Azúa.
La directora expone pero no juzga. Esta es una labor que le corresponde al espectador. Es una película que pide ser analizada, dialogada, profundizada.
Los domingos, premio SIGNIS totalmente justificado.