La última reina | El horror de la violencia

Mª Ángeles Almacellas

Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid. Crítica de cine. Miembro del Círculo de escritores cinematográficos. Directora del curso "El arte de ver películas" en la UPM. Directora de CinemaNet-Madrid.

La última reina del brasileño Karim Ainouz (a quien recordamos por la multipremiada La vida invisible de Eurídice Gusmão, de 2017) nos traslada a la Inglaterra de 1544, cuando un debilitado rey Enrique VIII, con grandes dolores por una úlcera en la pierna, regresa de una campaña militar en Francia, durante la cual había dejado como regente a su sexta esposa, Catalina Parr, con la que se había casado un año antes, en 1543.

Catalina se ha convertido en la figura materna para los tres hijos del rey —Eduardo Tudor, hijo de Juana Seymur; María, hija de Catalina de Aragón; Isabel, hija de Ana Bolena—. Es una mujer valiente e inteligente que parece decidida a defender la libertad y el derecho del pueblo a practicar una religión abierta y tolerante. Así se opone al uso del latín en los textos religiosos, para que la gente sencilla pueda entender el contenido de los evangelios y de las oraciones.

Pero, en la Inglaterra anglicana, cualquier sombra de simpatía por la nueva religión, surgida de la reforma protestante, era harto peligroso; más todavía si, como Catalina Parr, tenía amistad con la activista protestante Anne Askew. Y todavía más, si cabe, si era autora de libros confusos en materia de fe. La vida y la muerte de todos, incluso de la reina, estaban al albur de los caprichos del perverso rey Enrique; cualquier desliz, cualquier error podía suponer perder la cabeza (literalmente).

Karim Ainouz  sitúa la cámara desde los ojos de la reina Catalina, pero su punto de vista es el de una feminista del siglo XXI que sufre «violencia machista», con lo que esto supone de humillaciones, amenazas y violencia sexual. Enrique es un monstruo, pero en la corte nadie se atreve a llevarle la contraria, nadie se atreve a proteger a Catalina.

Del mismo modo, el fanatismo religioso de la película está planteado en los términos actuales de imponer unas ideas —el pensamiento único—, sin margen de libertad, so pena de destrucción personal (cultura de la cancelación). De tal modo que la película es tan moderna, que no sería difícil trasladar la acción a un decorado actual.

El atrezzo, los decorados, la música, la maravillosa fotografía de Hélène Louvart están muy cuidados, del mismo modo que los diálogos, en los que cada palabra y cada silencio están minuciosamente estudiados. Alicia Vikander hace un gran trabajo pero, inevitablemente, queda difuminada por Jude Law, tan creíble en su terrible personaje, que casi asusta al mismo espectador. El resto del elenco cumple perfectamente.

 Karim Ainouz nos ofrece una película de aventuras, con muchas licencias históricas, pero muy entretenida.