El camino hacia la Liga de la Justicia del universo cinematográfico DC comienza en serio con este enfrentamiento entre Batman y Superman, una cinta llena de acción al estilo Zack Snyder que intenta dar un paso hacia la trascendencia y la seriedad pero se queda a medias.
Título Original: Batman v Superman: Dawn of Justice |
SINOPSIS
Al final de “El hombre de acero” -la entrega anterior- la batalla entre Superman y el general Zod destruye casi por completo la ciudad de Metrópolis. Desde la perspectiva de los dos combatientes apenas supone hacer trizas un decorado, pero para Bruce Wayne -alter ego del vigilante de Gotham, Batman- es algo más grave. Para el murciélago, ver la indiferencia con que el hombre de acero afronta la destrucción de su propia ciudad le hace constatar el peligro potencial para la humanidad que trae consigo un alienígena casi omnipotente campando a sus anchas. A raíz de este incidente, el caballero oscuro se prepara para acabar con la amenaza que cree que encarna Superman.
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CRÍTICAS
[Guille Altarriba. Colaborador de Cinemanet]
El pastel del cómic de superhéroes en los EEUU se lo reparten dos titanes, Marvel y DC, y su rivalidad se traslada a sus respectivos universos cinematográficos. Es importante porque “Batman v Superman” solo se entiende vista como una reacción al meticuloso trabajo que ha venido realizando Marvel en los últimos años, construyendo pieza a pieza una titánica red de películas entrelazadas entre sí. El enfrentamiento entre el hombre de acero y el murciélago es el primer intento serio de DC por llegar a una situación parecida a la de su competencia.
Sin embargo, en su intento por construir un cosmos fílmico coherente, el estudio ha querido diferenciarse radicalmente de su competidor: las películas Marvel son optimistas y ligeras, con espacio para el buen humor, las bravuconadas y la acción desacomplejada. Las cintas que está produciendo DC -comenzando por “El hombre de acero”, siguiendo por la que nos ocupa y a la vista de futuras experiencias como “Escuadrón suicida” o “Wonder Woman”– parten de una premisa totalmente opuesta. Son films oscuros, plagados de caras serias y frases lapidarias, sin espacio para la broma ni respiro para el espectador.
A priori, la idea suena bien. Guionistas como Alan Moore con su “Watchmen” o Frank Miller con “Born Again” o “The dark knight returns” han demostrado que los cómics de superhéroes se pueden usar perfectamente como base sobre la que tratar temas serios o trascendentes. En cine, Christopher Nolan ya depuró el concepto hasta cotas estratosféricas con su trilogía del caballero oscuro. El problema, tal vez, es que Nolan lo hizo demasiado bien y eso hace la comparación inevitable. O, dicho de otra forma, hay una diferencia entre querer ser trascendente y serlo realmente.
El director Zack Snyder aspira a este nivel, y “Batman v Superman” está lleno de disparos en esta dirección: la justicia, el peso de la responsabilidad moral, el miedo al diferente… todos estos temas se apuntan en la cinta pero no se llegan a desarrollar. Al final queda la sensación de que la carga dramática y la buscada trascendencia están impostadas, como un telón de fondo para que las tortas como panes que se reparten a lo largo y ancho del metraje no queden tan bobas o gratuitas. Estableciendo una comparación, si las películas de Marvel son como un adolescente divirtiéndose, la última apuesta de DC es uno queriendo ponerse muy profundo: por más que él se tome muy en serio a sí mismo, desde fuera resulta algo risible. Y sin embargo, como ocurre con los dramas adolescentes, de vez en cuando aparece algún destello de verdad.
No todo iba a ser malo en este “Batman v Superman”, y el principal de estos destellos es la construcción del personaje protagonista –que nadie se lleve a engaño, por más que sea la segunda parte de “El hombre de acero” aquí el de las mallas azules queda relegado a un plano secundario por el carisma del guardián de Gotham-. El Batman de Snyder, encarnado por un inspirado Ben Affleck, tiene poco del arquetipo de héroe idealista: es un hombre cansado, cínico, derrotado y cruel.
Si por momentos la película consigue su propósito y logra trascender el postureo para hablar directa al espectador es gracias a este Batman, hijo de las mejores páginas de Miller. Sus intervenciones en solitario y sobre todo sus intercambios dialécticos con su mayordomo y confidente –Alfred, con Jeremy Irons dando vida a una versión más gamberra del personaje- muestran a un personaje lastrado por sus errores del pasado que se niega a abrirse a la esperanza.
Frente a este Batman sobresaliente, el Superman de Henry Cavill sigue siendo un boy scout hipertrofiado y pánfilo, por más que la trama quiera dar peso a sus dudas morales y a su descarada condición pseudo-mesiánica. Un personaje que viene y va movido por la trama y que tan pronto es una amenaza como un Salvador –nótese la “S” mayúscula-.
Completa el trío protagonista –sí, a pesar del título, aquí los “buenos” son tres- la Mujer Maravilla (Gal Gadot). La princesa amazona parece ser la única que se divierte un poco entre tanta cara mustia y tanto baile de capas. Aún así, no se libra de que su presencia anuncie a los cuatro vientos un mal muy acusado, fruto de las ganas de DC por llevar su universo a la extensión de Marvel: la película es en realidad un tráiler de dos horas y media, más preocupada por sembrar el camino hacia futuras entregas –la Liga de la Justicia se intuye cercana- que en construir algo sólido por sí misma, como bien apuntaba Bukkuqui en su Twitter.
Por otra parte, hay que reconocerle a la película de Zack Snyder que la “v” de versus presente en el título se la gana con creces. La acción está bien presente en la cinta y está rodada con la espectacularidad esperable del director de “300”. Las dos horas y media de película discurren de sobresalto en sobresalto, con un ritmo que no decae y que tiene la estructura de una montaña rusa. Desde el inicio –de lo mejor de la cinta, con esa visión de la pelea entre superhombres desde el punto de vista de la gente y con ecos del 11-S- hasta la batalla final, el director ofrece toneladas de entretenimiento palomitero.
Entre los aspectos cinematográficos, la música de Hans Zimmer y Junkie XL cumple pero no mata, los efectos especiales tienen la magnitud propia de un blockbuster y Snyder ha depurado la fotografía de su película anterior, esquivando un poco más el gris omnipresente y dando espacio a más colores en la paleta. Lo que no ha conseguido, sin embargo, es librarse de su estilo videoclipero y de su adicción a la cámara lenta y al efectismo, llegando a escenas tirando a sobrantes –cierto flashback en el desierto- y otras directamente de vergüenza ajena –los títulos de crédito iniciales son una muestra de cómo no rodar la génesis de Batman-.
Más allá de estos fallos, y para concluir, «Batman v Superman» es un pasatiempo notable: ocurren tantas cosas y tan rápido que es imposible aburrirse. Sin embargo, como apuntábamos al principio, la película se niega a aceptar su propia naturaleza de producto de entretenimiento y pretende trascender, sin conseguirlo. Un flojito Superman y un Batman muy sólido se dan de bruces contra el mismo muro que Christopher Nolan consiguió superar sin problemas hace unos años. Cuestión de talento, supongo.
[Sergi Grau. Colaborador de Cinemanet]
Como película que reúne por primera vez en el cine a los dos superhéroes sacrosantos de la DC y que, subtitulada “el amanecer de la Justicia”, pretende utilizar el crossover (vitaminado con la presencia de Wonder Woman y, más breve, de otros superhéroes de la Liga) para establecer los cimientos de un DC Cinematic Universe, se hace difícil no admitir que sus responsables están muy condicionados por el ya muy consolidado esquema de la Marvel, al que esta película viene llamada a cumplir una función de inmediata réplica “a lo grande”.
Sin embargo, precisamente por hallarse la exploración vía cinematográfica del universo superheroico Marvel en un estadio mucho más desarrollado, carece de sentido una comparación a menos que admitamos términos muy relativos. Lo que sí es de recibo –siempre lo ha sido- es comparar los universos fílmicos con aquellos que los precedieron e inspiran, los que hallamos en los cómics. Lo hace por ejemplo Cristian Campos, en la crítica de Jot Down a la película, al afirmar:
“Lo de Marvel han sido pequeñas y constantes mutaciones; lo de DC fue un salto evolutivo de muy largo alcance. Marvel es una Coca-Cola a la que se le añade o se le quita azúcar para acomodarla cada cuatro o cinco años al paladar de su clientela del momento; DC es un jerez Tres Palmas y si tu paladar no lo entiende te jodes y lo educas. Marvel es Madonna; DC es la Velvet Underground. Marvel es un producto comercial especialmente exitoso; DC cambió el paradigma.”
Con base a ello, canta las virtudes de la película de Zack Snyder mientras relativiza las del MCU. Sin embargo, no me parece que la inferencia sea –ya que hablamos de cine y no de cómics– tan directa. En mi opinión, el éxito y acaso el respaldo de la Disney ha llevado a que en las películas del MCU cada vez se haga más patente lo adocenado de conceptos que de tan medidos resultan acomodaticios mientras se quita la película de la mano del realizador -Joss Whedon aparte, mucho más que director de las dos películas de Los Vengadores–, contratando a cineastas de poco prestigio/peso específico en la industria para ejercer de ilustradores. En cambio, Batman v. Superman, the Dawn of Justice ratifica lo que la trilogía del Caballero Oscuro de Christopher Nolan ya evidenció: que la Warner y ahora la división cinematográfica de DC, al menos con estos dos superhéroes, asumen muchos más riesgos entregando las riendas a formalistas de enjundia, de lo que resultan obras probablemente desmedidas, pero indudablemente personales y mucho más densas, bellas, interesantes… y, por qué no decirlo, épicas.
Poco antes de ver el filme que nos ocupa revisé El hombre de acero, y me reafirmé en diversas impresiones que ya había tenido en su estreno. Al visionar esta continuación nos damos cuenta de que, tras tantas polémicas, Snyder no retrocede ni un ápice, bien al contrario busca la armonía y la coherencia con sus propios planteamientos en Man of Steel, razón por la que ya no se trata de reafirmarse en aquellos argumentos sino en dilucidarlos a la luz de esta segunda entrega. Para ser honesto, debo citar textualmente lo que escribí el día del estreno de aquella película:
«A la postre, el leit motiv central de la historia plantea cuestiones interesantes, que justifican en buena medida la tan proteica hipérbole destructiva que se apodera de la historia en su último tercio, y sobre la que muchos buscarán (y por supuesto encontrarán) alegorías sobre temas diversos de geopolítica o sociedad. No obstante, a mí se me antoja más bien como un apasionante ramillete de reflexiones sobre la propia idiosincrasia del superhéroe por excelencia, en última instancia una abstracción sobre la relación entre lo humano y lo divino (algo que se menciona en diversas ocasiones durante el metraje, e incluso se enfatiza mediante visualizaciones concretas de la figura o movimientos de Superman), proyección de miedos y esperanzas que, desde su creación, se han depositado en el Hombre de Acero”.
Hablaba en esas líneas, por supuesto, “de religión y de psicoanálisis sociológico, temas que todo teórico de nuestra relación con los superhéroes se ha cuestionado y continuará cuestionándose…”, y que en esta continuación siguen poniéndose en primer término. En Batman v. Superman dos personajes importantes se añaden a la trama: Bruce Wayne/Batman (Ben Affleck) y Lex Luthor (Jesse Eisenberg), y ambos proyectan, de principio, una relación de desafío a Superman por razones intercambiables, aunque intenciones opuestas: es la mirada de lo humano contra lo divino, una mirada fruto del miedo o el rencor, la desconfianza o la envidia, y que facilita una lectura de lo particular a lo general.
Llamativo es al respecto la magnífica decisión de arrancar el relato con imágenes del clímax de Man of Steel pero desde un punto de vista que desciende literalmente a lo humano: a Bruce Wayne, quien ve la ciudad desmoronarse -la sombra del terrorismo, por supuesto- por culpa de esos dos seres fabulosos que porfían en las alturas, demasiado concentrados en su enfrentamiento sobrehumano para preocuparse de las dantescas consecuencias o daños colaterales que su enfrentamiento ocasiona a ras de suelo, entre nosotros, los humanos.
El odio que destila la mirada a los cielos de Bruce Wayne resulta comprensible por lo gráfico del planteamiento, pero también viene enriquecida gracias a una sabia definición tipológica del caballero oscuro de Gotham que, afincado a postulados made in Frank Miller, hace del personaje no ya ese cruzado que actúa desde las sombras -la versión Nolan- cuanto un hombre cuya cruzada es fruto de unas sombras, un trauma de su pasado, del que es incapaz de liberarse: la muerte de sus padres, reproducida en el prólogo, causa su caída espiritual, una caída de la que no resurge, sino que le define como un personaje tosco, huraño, contraído por el odio, que no es que utilice el miedo para vencer a sus enemigos, sino que lo lleva incorporado, como el sufrimiento, en su entraña heroica.
Para este héroe nihilista, ser humano es sangrar y sufrir, y así se lo hará saber a quien juzga su enemigo (precisamente porque no aparenta sufrir ni sangra) cuando tenga ocasión. Si Snyder se definió en sus principios como un cineasta de lo iconográfico y el reciclaje, la dialéctica que la presentación del filme establece con Batman Begins (2005) no puede ser más elocuente. De tal modo, si Superman no es, obviamente, humano, y su transferencia hacia la humanidad marcará su iter dramático, Bruce Wayne/Batman sí es humano.
Sin embargo, si me permiten, lo es demasiado como para ser representativo, pues el miedo vive enquistado en sus adentros, razón por la que vive atenazado por continuas pesadillas -el autor de Sucker Punch filma dos importantes, y muy brillantes, pesadillas que definen ese odio y ese miedo, en abstracto (la tumba de su madre ensangrentada) y en concreto proyectado hacia Superman (el enfrentamiento en el desierto, donde un Superman hostil, apoyado por un ejército monstruoso, somete a Batman)-, de las que sólo logrará redimirse en parte en el momento climático de su enfrentamiento con el Hombre de Acero, donde la compasión y la catarsis se funden merced de una atinada idea de guion.
La humanidad también está muy dudosamente representada por el otro enemigo de Superman, Lex Luthor, un psicópata mesiánico y acomplejado, cuyos delirios de grandeza, que canaliza mediante una fachada filantrópica y una pose nerd pasada de rosca -más de uno asociará el rol de Eisenberg como Luthor con el de Zuckerberg en La red social (David Fincher, 2009)-, encuentran el acicate de una amenaza sobrehumana. Vencer al superhombre de Krypton supone, para este villano, equipararse a una auténtica divinidad, que es algo muy distinto a asumir el rol prometeico que tan alegremente le gusta sacar a colación en la retahíla de citas culteranas de que se constituye buena parte de su verborrea.
Con semejantes mimbres, la humanidad, en su definición más completa, quizá representada a la postre por esas multitudes que se debaten entre el amor y el odio a Superman, sí se halla en auténtico peligro, pero por interposición, por su incapacidad para encajar en un nuevo molde (u orden mundial) las piezas añadidas de Kal-El, Zod y esas naves que llegaron del espacio y trajeron la destrucción, disparando exponencialmente el miedo, connatural a la humanidad, a algo tan desconocido como el hecho trascendente. El guion de Chris Terrio y David S. Goyer pone en solfa todas estas cuestiones con inteligencia, gracia, presteza expositiva y capacidad para la resonancia alegórica.
Sus tres protagonistas no hallan un encaje en los parámetros de la política, sus derechos y renuncias, que son los que arbitran -o deberían arbitrar: Holly Hunter acumula esos conceptos en su personaje- el poder en este mundo. Uno, Kal-El, porque está por encima de la lógica de la lógica de la democracia, y los otros dos porque se hallan fuera de la ley, si bien uno por razones traumáticas que le erigen en un justiciero individualista -que da miedo: la secuencia del rescate en unos subterráneos donde Batman libera a unas jóvenes, planteada por Snyder según las reglas del relato terrorífico- y el otro por la voluntad psicopática de erigirse en un caudillo que rija el destino de sus iguales, a quienes quiere considerar inferiores. La respuesta a esta ecuación, que es la colisión superheroica que debe dirimir esos conflictos, se halla en la kryptonita, más que nunca –en las aproximaciones fílmicas a Superman– erigida en un símbolo, en la materialización de la trascendencia a través de la fuerza bruta. Y a ese símbolo se le suma otro, esa suerte de Golem que, con malas artes extraterrestres, Luthor construye para utilizarlo como némesis definitiva del superhombre del espacio.
Desde El amanecer de los muertos (2004) y 300 (2006), Snyder se significó como un formalista exuberante, un cineasta con personalidad visual. Pero, del mismo modo que sucede con Nolan si comparamos su tercer Batman con el primero, apreciamos aquí que Snyder ha alcanzado una madurez, depuración de esas herramientas escenográficas, razón por la que todos los enunciados que venimos desgranando lucen sin intermitencias, de forma absorbente, poderosa en la película más allá de la intención o interés de los enunciados en bruto del argumento.
Batman v Superman es una película larga, pero densa en el mejor sentido, hipnótica, de ritmo avendavalado sostenido por la fuerza de sus sucesivas set-piéces, en la que unos diálogos bien mesurados, una dramaturgia bien dosificada vienen en todo momento reforzados por imágenes percutantes, a menudo virulentas, cuya sutura (que es la fotografía, el montaje de imágenes y el de sonido) revierte en un tono sombrío, incluso lacerante, de significantes adultos que, más allá de contrastar con los postulados de la Marvel, definen una determinada personalidad en la exposición de la épica, donde los enunciados míticos se conjugan con un discurso nada complaciente, de vocación inconclusa, sobre cuestiones sociológicas e ideológicas. En este sentido, me atrevo a decir que el filme que nos ocupa llega tan lejos como El caballero oscuro (2008), el título central y más prolijo en alegorías de la trilogía nolaniana de Batman.
Más cuestionable resulta, por la propia ambición y hasta cierto punto falta de oportunidad/necesidad, el inserir en la trama, claramente en sus márgenes, los personajes y elementos que deben configurar ese alumbramiento de la Liga de la Justicia. Se aprecia constante el metraje que los guionistas se esmeran en darle sentido y empaque al encaje de bolillos que, sin duda, supone introducir a Wonder Woman (Gal Gadot) y el resto de personajes –reducidos a meros apuntes-guiño (Flash, Aquaman, Cyborg)– en un relato en el que sólo se les permite colarse por los intersticios. A pesar de ello, no es menos cierto que el esfuerzo de ese encaje fructifica, más allá de la celebración de hallazgos por parte de los expertos en el noveno arte superheroico, en las imaginativas soluciones visuales que Snyder se saca de la manga para consumar esas pírricas apariciones -con mención específica al aludido sueño en el que aparecen los parademons y que termina con esa visión de Flash-, amén de la idea, bien explotada aunque insuficiente, de convertir a la bella Diana Prince en una partenaire eventual de Wayne del mismo modo que Lois Lane (Amy Adams) lo es de Superman.
Sin embargo es esta última, al igual que Martha (Diane Lane), la madre adoptiva de Clark Kent, quienes terminan apropiándose del peso específico que las mujeres reclaman en el relato, que no es otro que el de reflejar la, al fin y al cabo, humanidad de Kal-El, pues sus seres amados son de este mundo. Lois y Martha son los espejos del personaje, quienes catalizan y nos ayudan a comprender el auténtico vía crucis del personaje hacia su mortalidad, la sustancia en realidad trágica que termina dando carta específica de naturaleza a esta película. Una película sin duda llamada a ponderar –o convertirse en un clásico en– el tan transitado universo superheroico cinematográfico de lo que llevamos de siglo XXI. Larga vida a Superman.
[Álvaro Méndez. Colaborador de Cinemanet]
Zack Snyder siempre ha sido de grandes puestas en escena, de ornamentaciones en las secuencias y de caos en los guiones. Siempre se ha quedado a medio camino de hacer algo grande -sin faltar al respeto, lo veo muy adolescente haciendo cine-. Empieza bien haciendo sus películas pero en cuanto ve la de posibilidades que le dan los efectos especiales y las escenas en cámara lenta se va olvidando del guión y de qué hacer con la historia. He tenido esa sensación en repetidas ocasiones con él. «Batman v Superman», con sus mejoras, sigue teniendo vacíos importantes.
El conflicto surge a partir de los temores por el poder elefantiásico de Superman por parte de la población, lo que lleva consecuentemente a que Batman intente imponerle unos límites. Aquí veo el principal fallo del señor Snyder, no hay en ningún momento un motivo claro de conflicto entre ellos dos. Cada uno vive su vida y de repente se critican y se ponen caras de odio. No explica para nada bien qué es lo que les lleva a estar enfrentados. Mientras Bruce Wayne le ve en la pantalla con cara de resentimiento por un accidente del que no se entiende nada, Clark Kent desobedece las órdenes de su jefe del Daily Planet y redacta párrafos contra Batman y sus formas de ejecutar la justicia.
Hay escenas grandes en la película, que técnicamente es una maravilla. Los planos se mejoran según suceden y la puesta en escena es propia de grandes películas. Hay un toque de oscuridad que aleja a la película de las superproducciones norteamericanas típicas, que la convierte más en un relato sobre el devenir de la humanidad que en una simple historia de superhéroes.
La película nos hace reflexionar sobre la categoría de universalidad que otorgamos a los valores, hasta qué punto algo es bueno. Nos muestra un hipotético caso de convivencia con alguien del que no sabemos nada, sólo que es de otra especie, y ese hecho nos asusta. Esa persona puede ser un héroe con poderes sobrenaturales que siempre ha obrado en nuestro beneficio, pero aún así será sometido a la crítica del ser humano. Sin embargo, no podemos imaginarnos que ese ser alienígena puede tener sentimientos y puede querer, como manifiesta y ha manifestado siempre con su madre en la tierra y con Lois Lane, su verdadera kryptonita.
La película habla sobre nuestros miedos, el miedo a lo desconocido –a Superman-, el miedo a perder a nuestros seres queridos… y también resalta la idea de cómo el pasado va construyendo nuestro presente, lo cual puede resultar espantoso. Asusta pensar que no podemos escapar de nuestro pasado, pero la cinta muestra cómo siempre podemos sacar beneficio de ello. Bruce Wayne tiene un horrible pasado, a partir del cual se ha hecho fuerte, la soledad la convirtió en un obstáculo, para que dejara de ser un problema.
El personaje a destacar es Lex Luthor, tanto por la interpretación como por su trascendencia en el guión. Jesse Eisenberg es para mí el mejor de largo en el reparto, yo creo que el problema fundamental del resto de actores es la trilogía precedente del señor Christopher Nolan, ya que cada vez que ves a Ben Affleck te acuerdas de Christian Bale, de la misma forma que cuando ves a Jeremy Irons te da por echar de menos al Alfred encarnado por Michael Caine.
Aunque Zack Snyder consigue hacer una película más redonda que las anteriores, sigue pecando en sus excesos, y sigue haciendo del guión algo secundario para dar casi toda la importancia al apartado técnico, lo que el sentido común siempre considera en segundo lugar. Desde luego que Snyder no hace caso a aquella opinión del gran Hitchcock acerca de las tres cosas que necesitas para hacer una película («Guión, guión y guión»). La ambigüedad que le caracteriza y que se puede ver sistemáticamente en «Watchmen» (otro proyecto de película grandiosa) o incluso en «300» (para mí siempre ha sido algo ridícula) sigue resonando en numerosas escenas de esta película y la relación incoherente que hace entre ellas.
Es una película que podría haberse convertido en un clásico del cine moderno, sin embargo se quedará en el recuerdo como la locura definitiva del friki de Zack Snyder. Aún así es un gran espectáculo y muy entretenido a pesar de sus lagunas en el guión. Lo peor de todo es que detrás del ruido y las luces y de la arbitrariedad y la imprecisión del guión podría haber habido muchísimo más que un simple producto de consumo.
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