Peter Parker trepa paredes, tiene sentidos aumentados y lanza redes por las muñecas: es mejor que un humano. Reed Richards es capaz de estirar su cuerpo a voluntad, y su mujer, Susan Storm, puede volverse invisible: son mejores que un humano. Tony Stark pilota una armadura de combate inteligente y voladora que lo vuelve casi invulnerable: es mejor que…
¿Se entiende la idea, no?
Desde su propia etimología, el concepto de “superhéroe” implica una categoría superior a la humanidad, un heroísmo que juega en otra liga. En el caso de los cómics paridos por la editorial Marvel –y, por ende, la cascada de películas que se han producido a partir de ellos-, esta superación de la mediocre humanidad se canaliza a través de una herramienta muy concreta: la ciencia. A diferencia del carácter mitológico o extraterrestre que sirve de sustrato a los principales personajes de DC, la mayoría de los “supers” de la Casa de las Ideas reciben sus poderes –y, con ello, su identidad- como fruto de un acontecimiento que podemos etiquetar como “científico”.
Deadpool adquiere su inmortalidad a través del infame programa Arma X, Ant-Man cuenta con un increíble traje menguante, Bruce Banner se convierte en Hulk tras ser expuesto a un exceso de rayos Gamma… “Soy la persona menos científica que se puedan imaginar, así que traté de parecer científico con mis personajes”. Lo dice Stan Lee, padre de la mayoría de personajes clásicos del universo marvelita, lo que da pie a la tesis de este artículo: el Universo Cinematográfico Marvel –o MCU- puede leerse desde una óptica transhumanista.
“El transhumanismo como ideología propugna que el ser humano, gracias a la tecnología, se volverá autónomo de la naturaleza y llegará a diseñarse a sí mismo como quiera”, explica el investigador Albert Cortina en una entrevista a Diario El Prisma. En ella, además, señala el triple objetivo del transhumanismo: alcanzar la superlongevidad, la superinteligencia y el superbienestar. Si hace falta –y, bajo esta perspectiva, la hace-, superando a la naturaleza, al cuerpo humano biológico, que se convierte en una carga.
Volvamos a Marvel: el Capitán América es un mindundi hasta que, suero de supersoldado mediante, trasciende su condición humana y se convierte en un auténtico superhombre. Magneto, antagonista principal de la saga de los X-Men, propugna la llegada de una nueva raza que supere al homo sapiens: la raza mutante. No es muy distinto de la idea transhumanista de superar a la humanidad dando a luz a su sucesor: el posthumano. Un ser ciborg que –como el Arnim Zola de “El soldado de invierno”– no requiere de un cuerpo de carne y hueso para vivir de forma autónoma.
Otro tanto puede decirse de Jarvis, la supercomputadora que «anima» -en el sentido más original del término- la armadura de Iron Man. En «La era de Ultrón» vemos como este compendio de datos trasciende su condición de programa informático con ínfulas y se encarna en la Visión: un ser púrpura e híper-poderoso que hace suya la definición de posthumano; esto es, un ser que sobrepasa de modo excepcional las posibilidades biológicas del hombre a través de un progreso tecnológico indómito.
La tecnología y la ciencia asumen en el MCU el papel creador de esta nueva superhumanidad –un neo-Genesis-, en concordancia con la vocación propagandística que ya albergaba la Marvel desde sus inicios. Cuenta Jordi Ojeda, encargado del proyecto “Cómic, ciencia y tecnología” y profesor de la Universidad de Barcelona, que en los años 50 EEUU quiso utilizar los cómics, populares entre la juventud, para fomentar las vocaciones tecnológicas y científicas con el objetivo de tener mejores ingenieros durante la Guerra Fría. Stan Lee recogió el guante e hizo de la ciencia algo sexy: el líder en los supergrupos de Marvel no suele ser el más fuerte, sino el más sabio. Charles Xavier o el propio Reed Richards son ejemplos evidentes.
No obstante, el debate con más chicha, a ojos de quien escribe, reside en el siguiente paso, que Albert Cortina resume así en la citada entrevista: “a veces, el transhumanismo se presenta como una suerte de espiritualidad, una pseudo-religión con aspectos new age que propone al hombre contemporáneo -que ha perdido todos los dioses y al Dios único de la Tradición- una nueva divinidad, la tecnología”. Una tecno-teología adorada de facto por tantos guardianes de la galaxia.
En definitiva, el cine de la Marvel, tan preñado de entretenimiento eficaz, es un punto de partida interesante para explorar la ideología transhumanista desde la óptica más cotidiana: ¿hasta qué punto se puede emplear la tecnología para mejorar nuestro nivel de vida sin que alcance lo más íntimo de nuestro ser? ¿Dónde está el límite del progreso científico? La humanidad mejorada que suponen los héroes en mallas de este universo fílmico permite sembrar la duda sobre nuestra propia humanidad: como una versión palomitera del monólogo de Roy al final de “Blade Runner”, la cuestión vuela a través del cine de superhéroes y regresa indefectiblemente al corazón de uno. Una cuestión más vieja que las columnas erosionadas de ruinas vetustas: ¿qué nos hace humanos?