Divertida comedia francesa sobre un ministro francés de gran carisma y su ayudante, recién contratado para escribirle los discursos y para quien el feroz mundo de la política, con sus puñaladas, su falsedad y fronteras morales, habrá de ser conocido a marchas forzadas. La película no pretende ser ni una denuncia ni un análisis profundo y riguroso de la forma de hacer política, sino que se burla con inteligencia del poder político en sí mismo.
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ESTRENO Título original: Quai d’Orsay. |
SINOPSIS
Alexandre Taillard de Worms es alto, atractivo y magnífico, y es el Ministro de Asuntos Exteriores en Francia. Se rige por conceptos diplomáticos: legitimidad, unidad y eficacia. Ataca a los neoconservadores estadounidenses, a los rusos corruptos y a los chinos codiciosos. El Ministerio de Asuntos Exteriores contrata al joven Arthur Vlaminck para redactar los discursos del ministro, pero le queda aprender a hacerse con la susceptibilidad y el entorno de Alexandre, abrirse camino entre el director del gabinete y los secretarios que se mueven en un entorno donde reina el estrés, la ambición y las puñaladas traperas.
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CRÍTICAS
[Mª Ángeles Almacellas – CinemaNet]
Arthur Vladiminck, brillante joven universitario algo desaliñado en el vestir, ha sido llamado por el ministro de asuntos exteriores francés Alexandre Taillard de Vorms, de idelogía conservadora (de un curioso parecido físico con Dominique de Villepin, que fue ministro de asuntos exteriores con Jacques Chirac, del partido conservador UPM. Sin duda se trata de una mera casualidad…). Ante su sorpresa, al ministro quiere que entre a formar parte de su equipo como encargado de “la palabra”, es decir, de redactarle los discursos. Allí va a descubrir las interioridades de la diplomacia francesa, llevada a un ritmo frenético por ese visionario y ególatra ministro, cuyo equipo es un auténtico nido de víboras, todos siempre dispuestos a empujarse unos a otros con tal de obtener un mejor puesto. El joven Arthur va a tener que aprender a sobrevivir en ese laberinto, donde se toman las decisiones políticas de más alto nivel con más dosis de frivolidad y teatralidad que de auténtica reflexión para intentar favorecer el bien común.
La película está estructurada como si fuera un cómic, con cada tira de viñetas encabezada por un fragmento de Heráclito. Planteamiento lógico puesto que se trata de la fiel adaptación del divertido cómic “Quai d’Orsay”, de Christophe Blain y Abel Lanzac. En el film, el ministro Taillard de Vorms conserva toda la hechura del personaje del cómic y resulta auténticamente caricaturesco, con su falta de criterios y su ridícula petulancia, si bien, paradójicamente, en un momento dado, en el viaje a África, afronta con coraje y dignidad una situación incluso peligrosa para su integridad física.
En realidad, la película no pretende ser ni una denuncia ni un análisis profundo y riguroso de la forma de hacer política. De hecho, existe un equilibrio entre la ridícula figura del ministro y la eficacia de su jefe de gabinete, Claude Maupas, magistralmente encarnado por Niels Arestrup, que, con toda justicia, ha obtenido el César al mejor actor secundario por su interpretación. Tavernier nos entrega una obra tan divertida como el cómic original, que, en definitiva, no se burla de un hombre o de una política en concreto, sino de lo que es en sí mismo el poder político, cuando, por pura vanidad, solo preocupado de alimentar su ego, olvida su misión y se convierte en la patética caricatura de sí mismo.
“Crónicas diplomáticas” es una comedia inteligente, no poco alocada, que constituye una pequeña joya cinematográfica.
[Jerónimo José Martín – COPE]
El veterano cineasta lionés Bertrand Tavernier (“Alrededor de la medianoche”, “La vida y nada más”, “Capitán Conan”, “Hoy empieza todo”, “Salvoconducto”) debuta en la comedia con esta divertida pero irregular sátira política, que adapta la premiada novela gráfica de Christophe Blain y Abel Lanzac, convertida en guión por ellos mismos. La película ganó los premios FIPRESCI y al mejor guión en el Festival de San Sebastián 2013, así como el Premio César al mejor actor secundario (Niels Arestrup).
Alexandre Taillard de Worms (Thierry Lhermitte) es el hiperactivo Ministro de Asuntos Exteriores de Francia. Alto, atractivo y carismático, vive aferrado a su libro de citas de Heráclito, del que ha extraído tres principios diplomáticos básicos —legitimidad, unidad, eficacia—, que aplica en cualquier situación. Así recorre como un torbellino los despachos y pasillos del Quai d’Orsay, atacando con igual contundencia a los neoconservadores estadounidenses, a los corruptos rusos y a los codiciosos chinos, convencido de que así consolida su candidatura para el Premio Nobel de la Paz. Un día, contratan al joven Arthur Vlaminck (Raphaël Personnaz) para redactar los discursos del ministro. Vlaminck comprueba enseguida lo difícil que es seguir el ritmo caótico del ministro, torear su errática susceptibilidad y encajar las puñaladas que le dan sus propios colegas. Menos mal que está al quite de todo Claude Maupas (Niels Arestrup), el sufrido e infatigable Jefe del Gabinete.
Blain y Lanzac firman un guión agilísimo, que se inspira en la figura de Dominique de Villepin, Ministro de Asuntos Exteriores y del Interior con Jacques Chirac entre 2002 y 2005, y Primer Ministro de Francia de 2005 a 2007. Despliegan así una implacable caricatura de la obsesión por el poder, la ineficacia de la burocracia, la mediocridad de tantos políticos y el importante papel de los anónimos funcionarios que deben apagar los fuegos generados por sus jefes. Seguramente su visión no se ajusta plenamente a la realidad, pero depara momentos muy hilarantes, en los que se luce el sobresaliente reparto, dentro del premeditado histrionismo de sus interpretaciones. También brilla el propio Tavernier, cuya desmelenada puesta en escena imita el tono paroxístico del cómic fragmentando muchísimo el montaje de los chispeantes diálogos —que parodian los de la serie televisiva estadounidense “El ala oeste de la Casa Blanca”— y recurriendo con frecuencia al ‘slapstick’ de trompazos y efectismos visuales, tan característicos del cine mudo.
Con todo esto queda un esperpento divertido y grato de ver, pero que pierde chispa precisamente por sus excesos visuales y verbales, y por la enorme ligereza con que afronta sus importantes temas de fondo. En este sentido, se nota la inexperiencia de Bertrand Tavernier en el género. Probablemente, otro director más curtido en la comedia hubiera transformado el guión de Blain y Lanzac en una película mucho más sólida y rotunda.
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