Sinopsis
Canadá, años 60. La revolución cultural y social empieza a tomar forma en la conservadora ciudad de Quebec. En una pequeña escuela de monjas en las afueras, la Madre Augustine (Célinee Bonnier) dedica su vida a enseñar a través de la música a jóvenes chicas de familias con dificultades. Un nuevo prodigio del piano entra en la escuela, su sobrina Alice (Lysandre Ménard), que le recuerda a un pasado que había dejado de lado para siempre, cuando la Madre Augustine se llamaba Simone Beaulieu. Aun así, cuando el gobierno de Quebec introduce un nuevo sistema de educación pública, la escuela empieza a ser cuestionada y peligra su supervivencia. Augustine y sus alumnas lucharán por salvar la escuela con lo único que tienen: su música.
Crítica
Oídos sordos
La música y el cine siempre han ido de la mano, inspirándose mutuamente: un baile eterno cuya última encarnación nos lleva al Quebec de los sesenta. En una era de cambios en el espíritu colectivo, la madre Augustine se empeña en su lucha contra viento y marea usando la música como arma. Inflamada de una pasión, la del título, con un doble sentido.
En primer lugar, la pasión de Augustine es la música, y respecto a ello la directora Léa Pool toma decisiones efectivas. Más allá de la banda sonora –sublimes los coros que salpican aquí y allá el metraje, elevando a ratos el ánimo del espectador entregado-, la vocación musical de la madre superiora se expresa con didactismo. Las lecciones de la monja –entregada Célinne Bonnier– cuando habla del ansia de libertad codificada en los compases de una Fantasía de Mozart entregan algunos de los mejores momentos del film.
Sin embargo, la pasión de Augustine también es un eco de aquella otra famosa Pasión, la de Cristo. Eco, reflejo o sustitución: lo cierto –y lo digo con la cautela propia de quien no es experto en Teología- es que la vocación monacal que aparece en la película resulta más atea que católica. “En este convento ponen a Dios al servicio de la música”, comenta un periodista en la película al visitar el colegio, y no le falta razón.
La música es el soporte y fundamento de la comunidad de la madre Augustine, su auténtico objeto de veneración –y la prueba, y ahora viene un SPOILER, es que a la primera contrariedad, la vocación no se sostiene-. Las monjas de la Madre Augustine lo son, según aparece en la película, por lograr una vida fácil, como una huida o como un fracaso. Dios, si acaso, aparece como un adorno o como una serie de reglas y horarios.
En lo que sí atina la película es en la representación de una época convulsa. Unos años 60 en los que el mundo religioso se sacudía entre el laicismo progresivo del gobierno -ejemplificado en la cinta en una reforma educativa que perseguía terminar con la enseñanza religiosa- y las tensiones internas fruto del Concilio Vaticano II. Es en el retrato de esta lucha interna entre tradición y modernidad en el mismo seno de la Iglesia cuando «La pasión de Augustine» alcanza sus notas más altas.
Por otro lado, bajando del trasfondo al plano cinematográfico, el guion es convencional. El melodrama –monja que cuida de su sobrina, con madre ausente- es previsible y la directora no consigue imprimir a la historia el ritmo necesario para agarrar al espectador por la solapa. Por más que la sutil intrahistoria sobre el pasado de la protagonista está bien llevada, la superficie de “La pasión de Augustine” es atona. La melodía suena, pero no conmueve más allá de lo básico.
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Ficha técnica

- Título Original: La passion d'Augustine
- Dirección: Léa Pool
- Guión: Léa Pool, Marie Vien
- País: Canadá
- Año: 2015
- Duración: 103 min. min.
- Género: Drama
- Interpretación: Céline Bonnier, Lysandre Ménard, Diane Lavallée, Valérie Blais, Pierrette Robitaille, Marie Tifo, Marie-France Lambert
- Productora: Lyla Films
- Música: François Dompierre
- Fotografía: Daniel Jobin
- Estreno en España: 2 de diciembre de 2016