En su momento, “50 sombras de Grey” corrió como la pólvora. Las fantasías sexuales de una aspirante a escritora hicieron correr ríos de tinta –aquí también hablamos de ello- y dieron lugar a una primera parte promocionada a base de orgasmos rítmicos. La semana pasada llegó a la cartelera la segunda parte de esa historia de sadomasoquismo para insatisfechas, y aunque “50 sombras más oscuras” no esté teniendo el bombo mediático de su antecesora, nos parece que es una ocasión propicia para abordar un tema complejo: la cara oscura del sexo, y cómo el cine la refleja.
No me malinterpreten: el sexo es magnífico. No hay ninguna otra actividad humana que encarne –literalmente- la entrega absoluta de uno al otro, y viceversa. Es la base de toda familia y el cimiento sobre el que se construye todo lo demás, pero ese no es el problema. Ocurre que, frente al edulcorante que supone de “50 sombras…”, que mitiga el efecto de la pornografía y las prácticas sexuales poco convencionales para vender una versión suavizada a lo que –dadas las cifras– es un público sediento, hay una serie de tragedias –de sombras- auténticamente oscuras en relación a algunas prácticas sexuales.
A estas alturas del texto, permítanme reconocer que he mentido: La cifra que proponemos aquí no llega a 50 ejemplos de estas sombras, pero sí es una muestra bastante representativa de todo aquello que ocultan películas –o cualquier otro artefacto cultural- como las basadas en la obra de E.L. James.
La pornografía como droga
Tan fuerte como la adicción al alcohol, la cocaína o el tabaco es la adicción a la pornografía. Y no lo digo yo ni es una figura retórica: el doctor Donald D. Hilton, neurocirujano en el Centro de Salud Mental de la Universidad de Texas, señala que “la pornografía estimula ciertos neuroquímicos en nuestro cerebro, actuando en este órgano como una droga”. No es, además, un tema baladí: el periodista Diego Bermejo cita un estudio donde se revela que tres de cada cuatro españoles consume pornografía de forma regular.
Siendo así, no es extraño que el cine haya puesto en ocasiones el tema bajo su lupa particular. Por remitirnos a ejemplos recientes, encontramos el debut como director de Joseph Gordon-Levitt, “Don Jon”, o o último de Jason Reitman, “Hombres, mujeres y niños”. En el primer caso, encontramos a un Don Juan contemporáneo capaz de conquistar a cualquier mujer que se proponga –sexo casual que, por otra parte, merecería un análisis en otro apartado de este artículo-, pero a quien el auténtico éxtasis le llega al encender el ordenador y consumir ávidamente porno online.
El segundo caso, una película coral en la que el director de “Up in the air” o “Juno” reflexiona sobre la banalidad y el vacío que puede provocar Internet en las familias contemporáneas, presenta una situación parecida pero incluso más deprimente: adolescentes que –como apuntan en Fotogramas– han sofisticado tanto sus búsquedas de porno que se han vuelto incapaces de excitarse frente a una chica en la vida real.
La webcam que penetra: la sextorsión
Otro de los riesgos de la pornografía por Internet es que abre la puerta a peligros mayores, uno de los cuales –como apuntan en este artículo de la BBC– es ser explotados por cibercriminales. O, por utilizar un término más gráfico, la sextorsión, o extorsión sexual. La suplantación de identidad o la circulación de imágenes íntimas más allá del control de cada uno son elementos típicos de estas historias.
Son relatos como el que David Schwimmer construye en “Puedes confiar en mí”, una cinta de 2010 en la que una adolescente de 14 años es engañada a través de un chat y cae en las redes de un depredador sexual. O como “Ciberbully”, una película inglesa presentada al espectador en tiempo real en la que Maisie Williams se enfrenta a un hacker que la amenaza con revelar fotos suyas desnuda si se niega a seguir sus órdenes.
La soledad del ninfómano
A veces no hay pantallas de por medio, y la adicción al sexo es algo físico. Tremenda y escalofriantemente físico. Es el cuerpo inerte de Michael Fassbender en “Shame”, un hombre consumido por su necesidad de sexo, real o imaginado. Un hombre para quien el amor no existe, sumido en la tristeza de una orgía constante en la que tanto da lo homo o lo hetero, tanto da un participante en la ruleta de la carne que dos o tres.
La fisicidad otras veces toma formas tan desagradables como las parafilias retratadas en “La pianista”, de Michael Haneke. Mutilación genital, voyeurismo o fetichismo sadomasoquista son las oscuras declinaciones de la adicción al sexo de una mujer, Erika Kohut, que está rota por dentro. El lado más perturbador de las prácticas sexuales extremas que en “50 sombras…” aparecen edulcoradas.
Esclavitud contemporánea: la amargura de la prostitución
La última de las sombras que trataremos en este artículo –aunque existen más, desde luego, de la violación a las enfermedades de transmisión sexual- es, de nuevo, una lamentablemente demasiado común. La trata de personas bien puede ser considerada la principal esclavitud en nuestras ciudades del arrogante “primer mundo”, y es una alcantarilla que el cine ha visitado en varias ocasiones.
La desgracia de ser tratada como una mercancía inspiró a Jean Luc Godard en “Vivir su vida”, a Rob Marshall en la más exótica “Memorias de una geisha” y también a Michael Glawogger en “Whore’s Glory”, una cinta sobre prostitutas anónimas en Tailandia, México o Bangladesh.
Sin embargo, hay dos ejemplos particularmente interesantes: en “Diario de una ninfómana”, Christian Molina muestra los infiernos que se ocultan detrás de la pueril decisión de una joven rica de prostituirse para saciar su adicción al sexo, y en “The girlfriend experience” Steven Soderbergh explora el vacío que tratan de llenar aquellos que compran sexo. En esta cinta, la protagonista –interpretada por la ex actriz porno Sasha Grey– ofrece a sus clientes la posibilidad de sentirse en una relación amorosa auténtica.
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¿Conoces otros ejemplos o películas que puedan enriquecer esta breve lista? Háznoslo saber en los comentarios