[Alberto García. Artículo publicado en la revista Nuestro Tiempo]
La reflexión moral sobre la violencia ya centraba la obra de muchos cineastas clásicos. Pero ni Hitchcock ni Hawks ni John Ford se permitían la mostración explícita de sangre, asesinatos o brutalidades. La bella virtud de la elipsis. Otros tiempos. Quizá todo empezó a cambiar con Peckinpah y sus Perros de Paja o su Grupo Salvaje. ¿O fueron las crueldades de Alex y sus chicos en La Naranja Mecánica quienes abrieron la veda? Los sesenta se emancipan de toda sutileza y numerosas películas posteriores coreografiaron la violencia convirtiéndola en un goce también estético.
La indagación en las entrañas de la violencia sigue empujando la obra de autores hoy consagrados. Eastwood reflexiona sobre sus causas en Sin perdón o Mystic River; Scorsese la estiliza en Taxi Driver, Uno de los nuestros e Infiltrados, Kitano la desliza hacia lecturas orientales en Brother o Zatoichi y Tarantino la estira hasta lo paródico en Kill Bill o su reciente Death Proof. También El Silencio de los Corderos -desde una perspectiva psiquiátrica-, El Odio -desde la sociológica- y El Club de la Lucha -desde la psicosocial- aportan nuevos prismas a esta temática.
Sin embargo, más allá de estos directores de referencia, hoy día una cartografía del cine ultraviolento debe detenerse en éxitos sanguinolentos como Asesinos Natos, Very Bad Things, algunas series del anime nipón o los serial-killers que protagonizan las gratuitas American Psycho y Henry, Retrato de un Asesino. La fascinación por la brutalidad física ha llegado, incluso, a conformar subgéneros fílmicos: el «cine gore» y las «snuff movies». El título fundacional del primero ya lo dice todo: Holocausto Caníbal. En este subgénero -apoteosis de la exhibición sangrienta- debutó también Peter Jackson con Mal Gusto. Por su parte, las «snuff movies» pasan por incluir escenas documentales, reales, de sufrimiento y asesinato. Enfermizo… pero no tan alejado de ciertos gustos del público: la versión reciclada y comercial de ambas vertientes se conjuga en propuestas sádicas al estilo de Hostel y la trilogía de Saw. Violencia banal, desagradable hasta la náusea… pero muy, muy rentable.