[Pablo Castrillo – Equipo de Cinemanet]
Las listas de películas -un elemento tan habitual entre cinéfilos- suelen ser complejas clasificaciones que pretenden abarcar más de lo que es posible y, por tanto, tienden a ser muy incompletas. En cambio, puede resultar un ejercicio interesante reunir títulos diversos sin ningún afán de rigor. Y de la yuxtaposición de obras tan dispares pueden surgir conclusiones sugerentes y evocadoras… o, simplemente, pueden traernos a la memoria momentos inolvidables.
Las listas suelen ser imperfectas y, sobre todo, incompletas. Pero no es menos cierto que suelen resultar imprescindibles. Pensemos, por ejemplo, en la lista de la compra, la de las cosas que hay que meter en la maleta, la de tareas pendientes para la tarde del viernes… todas necesarias y todas incompletas.
Y si vamos más allá, lo que ya roza los límites de la utopía -o quizá los rebasa- es pretender confeccionar elencos de «lo mejor». Las mejores novelas, las mejores canciones, las mejores películas. Inútil y quizá absurdo. Al menos si con ello pretendemos resultar exhaustivos.
No obstante, las listas sí resultan aleccionadoras y prácticas. Cuando el American Film Institute (AFI) publica su «100 years, 100 movies» -por ejemplo-, no viene mal echarle un vistazo y descubrir algunos títulos pendientes que hay que proponerse ver urgentemente.
Algo así es lo que me propongo hoy. No quiero resultar sistemático, ni siquiera ordenado. El afán de clasificar -por géneros, autores, años, lo que sea- desemboca enuna fallida aspiración a resultar «omniabarcantes». Y eso, como sabemos, es un imposible. Además, un elenco antisistemático puede aportar ventajas: es especialmente interesante el encuentro entre obras de la más diversa procedencia, que nada tienen en común. Un profesor que tuve en la Universidad solía decirnos que, antela sequía creativa, podía resultar de ayuda generar «choques» de contrarios, unir lo diverso en una cesta y revolver. Enfrentar «Sólo ante el Peligro» con «Los intocables de Elliot Ness» o «Anna Karenina» con «Lo que queda del día«. Una receta cuyo resultado no es predecible, pero sí sugerente y evocador.
Así que hoy empiezo una lista que no sé cuándo terminará, porque ni siquiera sé si terminará algún día: las películas que hay que ver antes de morirse, o mejor dicho, algunas películas que yo no querría perderme. No olviden que no hay orden ni prioridad: unas aparecen antes que otras porque de algún modo hay que ponerlas sobre el papel -o más bien sobre la pantalla. Los criterios que me empujan a introducir un título (o no) en esta atípica lista van desde los logros artísticos y técnicos hasta lo más subjetivo y personal, pasando por la enseñanza vital y poética que pueden contener. Espero que les guste, porque no espero que les sirva.
Los Siete Magníficos: el grupo de héroes.
Reescritura de los «Siete Samuráis» de Kurosawa, es una historia de épica modesta: épica porque trata del heroísmo; y modesta, porque reduce la epopeya al escenario de un pueblo pobre, olvidado y perdido en el desierto mexicano. Mucho se podría hablar acerca del magnetismo que encierran -no sé sabe muy bien por qué- las películas de heroísmo coral (la band of brothers), pero John Sturges lleva este modelo cinematográfico a un lugar maravilloso: aquél en el que los protagonistas tienen que llevar su heroísmo mucho más allá de lo que les exigen la justicia y el deber.
El Apartamento: liberarse a través del amor.
Billy Wilder firmó esta película en 1960, con una de las más memorables interpretaciones de Jack Lemmon. Recuerdo con perfecta nitidez el sentimiento de desasosiego -y posterior alivio- con que me cautivó el ya legendario personaje de C.C. Baxter. La grisura que empaña su vida, su sometimiento cobarde y asquerosamente faldero va formando en el estómago del espectador una inmensa bola de plomo… hasta que explota. Y lo hace en el mismo momento en que la película de su giro radical, y el protagonista vuelve a serlo, recuperando su condición heroica y admirable, motivado por su amor a la delicadísima señorita Kubelik (Shirley McLaine).
Las Aventuras de Jeremiah Johnson: uno contra todo.
Siempre recuerdo esta película como aquella en la que el escenario se transforma en personaje. Y hay que dar gracias por ello, puesto que se trata de una historia que, a grandes rasgos, sólo cuenta con su protagonista. Encarnado por Robert Redford, Jeremiah Johnson es un soldado desertor que se retira a vivir en las gélidas Rocky Mountains. De ritmo pausado y contemplativo, con una cuidadísima fotografía y unos paisajes maravillosos, Sydney Pollack divaga acerca de la existencia feliz en torno a las fronteras de la soledad.
Le Ballon Rouge: la amistad es un globo (que se puede pinchar).
Breve producción -para algunos, incluso, se trata de un cortometraje- del cineasta francés Albert Lamorisse, que narra con una inusitada delicadeza y ternura el descubrimiento de una verdadera amistad (¡con un globo!). Enfocando la historia desde la perspectiva de un niño, la película dispara una carga emotiva fulminante que prácticamente obliga al espectador a llegar a las lágrimas. En la forma, además, es una obra de gran elegancia: sin apenas diálogos, con una música excepcional y -ante todo- con una fotografía de contrapunto (el gris y el rojo) maravillosa.
Enrique V: el buen soberano.
Bebiendo directamente de la obra de Shakespeare, Kenneth Branagh, auténtico especialista en la materia, filma e interpreta una joya de dimensiones discretas pero de gran vigor dramático. De la mano del dramaturgo inglés, se retrata al buen gobernante que sabe cuidar de su pueblo como un padre, y defender a su país como un guerrero. Una delicia para la vista y el oído que consagró el ya legendario discurso de «el día de San Crispín» y que culmina con una de las mejores secuencias finales que he visto en mi vida.
La Guerra de las Galaxias: hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana.
Un milagro de la técnica que rompió las barreras de lo posible nada más y nada menos que en 1977. George Lucas sentó cátedra, hasta el punto de que, al lado de su criatura, ninguna innovación ha sido después realmente innovadora (excepto, quizás, el universo Pixar). Es probablemente una de las películas que mejor ejemplifica el genio creativo desbordante, llevando al territorio de la verosimilitud lo más fantástico e increíble. Llena de detalles de verdadera originalidad, con personajes memorables y míticos, se mueve en un estilo narrativo del más puro relato de aventuras. Inolvidable.
Quizá después de echar un vistazo a estos títulos alguien encuentre conexiones o incluso puntos comunes. No es mi intención empezar a elaborar teorías, pero qué duda cabe de que, al fin y al cabo, el cine habla de la vida. Y la vida humana es esencialmente la misma en todas sus circunstancias. Por esta razón, probablemente, disfruto tanto combinando películas tan dispares como las citadas hasta ahora. En cualquier caso, como se suele decir en el cine, to be continued…