A FONDO
[Sergi Grau. Colaborador de CinemaNet]
EL SIGLO XX A TRAVÉS DEL CINE
4. FRITZ LANG
Película: El testamento del Doctor Mabuse
Temática: El auge del nazismo
“La gran masa del pueblo puede caer más fácilmente
víctima de una gran mentira que de una pequeña”
Adolf Hitler
El director vienés Fritz Lang (189—197-) forma parte del selecto grupo de “europeos en Hollywood”, la auténtica pléyade de cineastas emigrados a los EEUU durante las primeras cuatro décadas del siglo pasado (lista interminable en cuyo seno encontraríamos personalidades como las de F. W. Murnau, Ernst Lubitsch, Robert Siodmak, Jean Renoir, Frank Capra, Billy Wilder, Alfred Hitchcock…). Quizá de todos ellos sea Lang quien ejemplifique de forma más penosa los peajes artísticos e industriales que tan resplandeciente nómina de cineastas tuvieron que sobrellevar por razones biográficas y/o coyunturales.
Aunque en Alemania –donde había dirigido obras tan impresionantes como Las tres luces (1921), Los Nibelungos (1924), Metrópolis (1927), Spione (1928) o M, el vampiro de Düsseldorff (1931)- era considerado uno de los mejores directores del mundo, abandonó el país a mediados de los años treinta por sus reticencias ideológicas ante el auge del nacionalsocialismo, y, tras vivir un año –y filmar una película, Liliom (1934)- en París, se trasladó a California, donde viviría y haría películas durante los siguientes veinte años, sin llegar a arraigar en el engranaje de Hollywood, liberarse de etiquetas estigmatizadoras o siquiera disponer a menudo de los medios económicos necesarios para sacar adelante proyectos que le interesaban. Buena prueba de ello es que finalmente, a finales de los cincuenta, abandonara aquel país para filmar sus últimas obras de nuevo bajo pabellón europeo. Y no se trata tanto de la cortedad de miras demostrada por ese establishment al minusvalorar su talento cuanto de lo irritante que debió de resultar para muchos que Lang, un extranjero, fuera precisamente uno de los más pertinentes e incisivos radiógrafos de la sociedad norteamericana, tal y como queda constancia en títulos como Furia (1936), Sólo se vive una vez (1937), Espíritu de conquista (1941), Perversidad (1945), Encubridora (1952), Los sobornados (1953), Deseos humanos (1954), Más allá de la duda (1956) o Mientras Nueva York duerme (1956).
Durante los años coetáneos a la Segunda Guerra Mundial, Lang dirigió cuatro películas que se suelen encuadrar en el denominado “ciclo antinazi”. El hombre atrapado (1941), Los verdugos también mueren (1943), El ministerio del miedo (1944) y Clandestino y Caballero (1946). En ellas, y manejándose entre el drama, la crónica histórica o el filme de espionaje, Lang levantó acta cinematográfica de la absoluta repulsa que sentía hacia las políticas del Tercer Reich. Pero años antes, aún en Alemania, y durante los primeros años del Führer en el poder, ya dejó constancia del profundo miedo y desconfianza que le generaba el ideario ideológico nacionalsocialista. Podríamos hablar primero de la citada y magistral M, el vampiro de Düsseldorf, que ya causó inquietud entre los gerifaltes del por entonces pujante partido nazi por la fuerza y emergencia de su discurso social, por la profundidad analítica en el abordaje de cuestiones sociológicas nada cómodas y, por supuesto, por el pesimismo escorado bajo las premisas de su relato criminal. Dos años después, mientras el cineasta rodaba el título que nos ocupa, El testamento del Doctor Mabuse (1933), los nacionalsocialistas ascendieron (como es sabido, democráticamente) al poder, y llegaron a tiempo de comprender la denuncia que la película contenía y, como medida preventiva, prohibir su estreno en Alemania.
El Doctor Mabuse es un personaje de creación literaria, una suerte de genio del crimen protagonista de una novela-serial escrita por Norbert Jacques publicada originalmente por entregas en el Berliner Illustrierte Zeitung y que sirvió de base para la realización de uno de los primeros grandes éxitos de Lang, El Doctor Mabuse (1922). Lang volvió al personaje en esta segunda parte y volvería de nuevo nada menos que veintiséis años después con Los crímenes del Doctor Mabuse (1959), su penúltima obra, convirtiendo así la de Mabuse en una de las trilogías más extrañas y probablemente la más dilatada en el tiempo de la historia. Pero en cada caso existía una motivación distinta, y la que ocupó esta El testamento del Doctor Mabuse se enraizaba claramente en la velada alegoría contra los postulados político-ideológicos del partido nazi. Simplificando al máximo la trama, el Doctor Mabuse (Rudolf Klein-Rogge), que enloqueció al final de la primera película, se halla recluido en un psiquiátrico y en estado catatónico, pero su mano escribe y escribe, primero garabatos, después palabras y frases con sentido, y finalmente ese testamento del título, consistente en instrucciones precisas para cometer actos delictivos de toda índole. Atiéndase al hecho de esa extraña, imaginativa y sin duda siniestra identidad y naturaleza del villano. Quienes cometen las fechorías son hombres instrumentalizados. Mabuse, el hombre, no rige. Pero su mano escribe. Da la sensación de que es una suerte de receptáculo de un ente maligno, ¿inmortal?, que se aparece cual espíritu a los que llama a ser sus sucesores, literalmente poseyéndolos según se atestigua en una determinada secuencia del filme.
Reverberaciones del célebre discurso nietzschesiano sobre el superhombre campan gráciles sobre la descripción de la admiración-sumisión que su más cercano acólito, el profesor Baum (Oskar Beregi), profesa por el aparentemente desquiciado Mabuse; el primero ofrece la clave en una encendida conversación que mantiene con el inspector Lohman (Otto Wernicke), quien investiga la sucesión de crímenes. Le manifiesta su rendida admiración por la mente privilegiada de su paciente (de puertas afuera) y mentor (de forma velada), reproduciendo ecos de su soberbia, insidiosa y vil declaración de las intenciones de derrocar el orden establecido y fundar otro que favorezca el poder absoluto por la vía de insuflar un ilimitado miedo entre el pueblo, intenciones que, menos aspaventadas, ya definían esa psique genial y patológica en la originaria El Doctor Mabuse, pero que en 1933 cobran un trasfondo de cuestionamiento ideológico muy concreto.
El propio Fritz Lang contó en diversas ocasiones que, poco después del no-estreno de Das Testament des Doctor Mabuse, una buena mañana recibió una visita del Ministro de Propaganda del partido nazi, Joseph Goebbels, quien trató de limar asperezas manifestándole su admiración por el legado previo del director y le ofreció en firme el cargo de director de la UFA, el gran estudio de cine alemán, que acababa de ser nacionalizado. Lang le dijo que sí, que por supuesto, que se sentía muy honrado por la propuesta. Aquella misma tarde cogió un tren y abandonó Alemania. Dejó allí el prestigio, la acomodada posición en la que se hallaba, y a su esposa, Thea Von Harbou, que a su vez había sido la guionista de diversas de sus películas, y que poco antes se había afiliado al partido de Hitler.