En pleno auge del nazismo en Alemania, una niña llamada Liesel es acogida por una familia adoptiva que le enseñará a leer. Esta película de premisa simple pero entretenida cuenta a su favor con una bella y cuidada factura desde el punto de vista formal, idónea para su estilo de cuento poético. A pesar de algunas escenas conmovedoramente tristes, la película mantiene un tono optimista y presenta casi el aspecto de un cuento lleno de evocaciones y sensibilidad.
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ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: The book thief. |
SINOPSIS
Liesel es una niña acogida por una familia en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Sus integrantes, que ocultan a un judío en su hogar, le enseñan a leer. Para Liesel, el poder de las palabras y de la imaginación se convierte en una forma de escapar de los tumultuosos eventos que la rodean.
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CRÍTICAS
[Mª Ángeles Almacellas – CinemaNet]
Un pueblo en las afueras de Munich, en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Liesel Meminger, una niña de nueve años llega a la casa de acogida y conoce a sus nuevos “padres”, Hans y Rosa Hubermann, él bondadoso y tierno, ella, aparentemente dura e inflexible. La pequeña, hija de una comunista perseguida por los nazis, no sabe leer, pero siente un fuerte anhelo de lectura. Hans le enseñará a adentrarse en el mundo de los libros. Al mismo tiempo, entabla amistad con Rudy, un encantador compañero de escuela y de juegos, y con Max, un judío escondido en casa de los Hubermann.
La línea argumental es sencilla, pero con suficientes episodios para resultar entretenida. La historia está narrada desde la perspectiva de la Muerte, cuya voz en off nos va guiando a través de los acontecimientos, lo cual, lejos de darle un aire macabro, le transmite un sentido lírico inquietante. Ahora bien, la película nos permite otra lectura, profunda, poética y metafórica, sobre el valor del lenguaje y el poder de la palabra. Al principio de la película, Liesel es una niña solitaria, que ha visto morir a su hermano y a la que su madre ha entregado en adopción. No sabe qué va ser de ella y, súbitamente, cuando, después del entierro de su hermano, camina en silencio por el paisaje gris y desolado, sobre la nieve, ve un libro, lo recoge y lo guarda con celo. Un libro encierra posibilidades para la imaginación, tal vez historias de vida. Pero ella no es capaz de descifrar los signos escritos, no puede adentrarse en lo que le ofrece el libro, porque no sabe leer. Gracias a Hans, pronto será capaz de llegar al final de su primer libro, “Manual del sepulturero”.
Liesel ama las palabras, enriquece con ellas su capacidad de pensar. Las palabras le permiten formular sus pensamientos, porque el lenguaje adensa los ámbitos y los hace inteligibles. La imagen de las paredes del sótano con las listas de términos que le ofrece su padre, sugiriéndole que ella continúe ese diccionario personal es una invitación a que se abra al conocimiento de las realidades de su entorno, y pueda, así, entrar en relación con ellas. Max se lo enseña cuando le dice que no le cuente cómo es el día, sino cómo lo ve y lo siente ella, es decir, qué trama de relaciones se ha establecido entre ella y el paisaje.
A medida que se va adentrando en el ámbito del lenguaje, el campo de realidad de su propia vida se va enriqueciendo creando encuentros valiosos. Con la esposa del burgomaestre nazi, con quien, casi sin palabras, llegan a establecer lazos de estima; con Rosa, su madre adoptiva, que, poco a poco, ve como van desapareciendo sus capas de dureza hasta llegar a aflorar un corazón tierno y generoso; con Max su gran amigo, casi su hermano mayor, al que tanto quiere y del que tanto aprende. Finalmente, en el refugio, bajo un bombardeo, es ella quien, gracias al lenguaje, consigue que todas esas personas asustadas, puedan sobrevolar la sensación de soledad y desamparo que produce el miedo, y se eleven al nivel de la imaginación creativa.
A pesar de algunas escenas conmovedoramente tristes, la película mantiene un tono optimista y presenta casi el aspecto de un cuento lleno de evocaciones y sensibilidad. Sophie Nélisse está soberbia en su papel de Liesel, así como Geoffrey Rush y Emily Watson encarnando a los padres adoptivos.
Película totalmente recomendable para los amantes de relatos poéticos, que podrán disfrutar de dos horas de buen cine.
[Jerónimo José Martín – COPE]
En 1938, ya con el nazismo en pleno auge, una preadolescente llamada Liesel (Sophie Nélisse) es entregada en adopción por su madre (Heike Makatsch), una comunista enferma y pobre. De este modo, Liesel acaba en Münich, en la casa del modesto matrimonio Hubermann, formado por la hosca Rosa (Emily Watson) y el cariñoso Hans (Geoffrey Rush). Éste enseña a Liesel a leer y a escribir, de modo que la niña se convierte en una lectora compulsiva y en una imaginativa escritora y narradora de cuentos. Su bibliofilia le lleva incluso a robar los libros prohibidos por Hitler, con la complicidad de su simpático amigo Rudy (Nico Liersch), que sueña con correr tan rápido como Jesse Owens. Así, Liesel va comprendiendo la terrible realidad en que vive, sobre todo cuando Hans refugia en el sótano de su casa a Max (Ben Schnetzer), un joven y enfermo judío, perseguido por los nazis, hijo de un viejo camarada que le salvó la vida durante la I Guerra Mundial.
El británico Brian Percival se ha ganado un merecido prestigio como realizador de populares series televisivas, como “Norte y Sur” o “Downton Abbey”. Tras debutar en el cine en 2009 con “A Boy Called Dad”, ahora presenta “La ladrona de libros”, en la que adapta con desapasionada corrección la popular novela del australiano Markus Zusak, un éxito de ventas en todo el mundo, cercano en su planteamiento a “El diario de Ana Frank” y a “El niño con el pijama de rayas”. Percival dirige muy bien al notable reparto, sobre todo a la expresiva niña Sophie Nélisse (“Profesor Lazhar”) y al niño Nico Liersch, que están sensacionales. Y también saca partido a la delicadísima banda sonora del maestro John Williams —nominada a los Globos de Oro y a los BAFTA—, a la esmerada ambientación de Simon Elliott, a la bella fotografía de Florian Ballhaus, al fluido montaje de John Wilson… En este sentido, la película tiene una vigorosa factura, que la hace grata de ver a pesar de la dureza de algunas de los hechos que describe, como la Noche de los Cristales Rotos.
Por otra parte, cabe elogiar la encendida exaltación de la lectura que propone el guión de Michael Petroni, así como la ponderación con que retrata los dramas cotidianos de tantos alemanes durante el nazismo, sus peliagudos dilemas morales, sus terribles miserias, pero también sus apabullantes arranques de bondad y humanidad. Todo ello, narrado además por la misma Muerte, que aporta al relato un sugerente tono de imparcialidad y trascendencia, también religiosa. Y, sin embargo, “La ladrona de libros” no acaba de conmover al espectador hasta la lágrima, como reclama la historia que narra, y sobre todo su doloroso desenlace. Será que la puesta en escena de Percival es más televisiva, convencional y sensiblera de lo que debiera. Será que ya hemos visto demasiadas películas sobre el nazismo y el holocausto, algunas enormemente conmovedoras, como “La lista de Schindler” o “El pianista”. Será que estamos ya endurecidos e insensibilizados ante la capacidad de bondad y de maldad del ser humano. El caso es que “La ladrona de libros” resulta fría y escasa de auténtica emoción. Quizás por ello no está en la carrera de los grandes premios.
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