Frantz

Guillermo Altarriba

Director de contenidos de CinemaNet. Periodista y politólogo por formación, dibujante y cinéfilo por vocación. Creo que pensar el cine para cambiar el mundo es una meta difícil y loca: por eso vale la pena dedicarle tiempo y esfuerzo. VTR.

La guerra se ha narrado desde todos los frentes imaginables. Del retrato carnicero al heroísmo inspirador. Se ha usado como marco para mostrar la tendencia al bien del hombre o la devastación de este lobo para sí mismo. Por la pantalla grande han desfilado todos los conflictos de la humanidad, desde aquéllos librados con lanzas de sílex afilado a los que se luchan tras una pantalla, dron mediante.

Sin embargo, de todas las guerras pocas han sido tan traumáticas como la I Guerra Mundial, la Gran Guerra, el jinete que cabalgó sobre Europa a principios del siglo XX. En su última película, el galo François Ozon se sumerge en dicho trauma a partir de las cenizas del conflicto. Callados los cañones y tapadas las trincheras, lo que queda es el resentimiento mutuo entre vencedores y vencidos.

Anna y Adrien –efectiva Paula Beer, delicado Pierre Niney– sufren las consecuencias del nacionalismo exacerbado, de la identificación vital con una ideología en virtud de la cual solo es digno de ser llamado “hermano” quien comparta los colores de un trozo de tela. El director francés toca hueso con su precisa representación de este trasfondo a la vez que pone sobre la mesa un drama con la solvencia del veterano.

Rodada con aparente clasicismo y haciendo un uso bastante llamativo del color –la cinta alterna un blanco y negro oprimido con esporádicos y significativos destellos cromáticos-, Frantz sirve a Ozon para hablar de la mentira piadosa y el autoengaño, de las ficciones que uno construye para sobrevivir. Resulta interesante también el valor que en la trama se otorga al perdón –cuando, en un momento dado, Anna perdona a Adrien, éste le dice que es “lo más bonito que ha escuchado nunca”-.

Con el único lastre de que se puede hacer larga, Frantz es una película interesante e inteligente. Un drama post-bélico con el que François Ozon parece dar la réplica a tantos movimientos nacionalistas que surgen aquí y allá como setas desmemoriadas. En Frantz, el dolor de la tragedia que rompe familias es un antídoto poderoso contra la ceguera que puede producir envolverse en la bandera.

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