ENCUESTA
El cine está hecho de luz y mentira. Es un engaño a veinticuatro fotogramas por segundo, un hechizo que se vale de un aliado fundamental para crear su efecto: el color. Partiendo de la base de que en una película nada es inocente, el uso del color en el cine ha tenido siempre un rol crucial. Una cualidad poderosa que hace inextricables forma y fondo: actúa como catalizador para reforzar el mensaje que encierran las imágenes.
Sin embargo, como todo recurso, hay formas y formas de utilizarlo. Hay quien lo ha empleado con maestría y quien se ha perdido en sus pantanos, con lo que ¿cuál es el mejor uso del color para transmitir una reflexión? ¡Voten o añadan las que crean en los comentarios!
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Alternar entre la policromia y el blanco y negro
Desde la irrupción del Technicolor en los años 30, el blanco y negro en el cine pasó a ser una opción. Lo que antes era una imposición técnica se convertía en un recurso expresivo: la escala de grises, al ser elegida conscientemente, se vuelve un manifiesto. Un rechazo consciente de la pluralidad cromática de la vida real puede significar muchas cosas, desde una mirada nostálgica al cine clásico hasta un intento consciente de evitar distracciones.
No obstante, uno de los usos más interesantes del blanco y negro en el cine moderno es, precisamente, su alternancia con fogonazos de color. El contraste dota de un significado especial a un elemento que damos por sentado tan fácilmente: así, el vestido rojo de la niña al final de “La lista de Schindler” realza su presencia y eleva el sufrimiento de la pequeña a icono de las víctimas inocentes del Holocausto, a símbolo de esperanza entre la barbarie.
El mismo recurso se utiliza en películas tan dispares como “Sin City” -cuyo bitono cortado a cuchillo solo queda roto por breves destellos de colores puros- o “Pleasantville” -donde el color progresivo simboliza la llegada imparable de la libertad (o libertinaje) sexual-, pero seguramente ha sido François Ozon quien ha hecho un mejor uso de él en el cine reciente.
En “Frantz” la cruda realidad de la posguerra se filma en desoladores grises, mientras que la llama de la ilusión tiñe el mundo de colores por unos instantes. Un uso preciso del color para invitarnos a reflexionar sobre el poder de las mentiras que nos podemos llegar a contar a nosotros mismos para sobrevivir.
Usar la paleta dominante como símbolo
Abandonado el reino del blanco y negro, el color aún puede dominar la escena. Servir de manto y capa, de filtro emocional. Por eso el cine bélico tiende al color de la tierra –en un intento de transmitir verismo, de mostrar que lo que está ocurriendo en pantalla es físico- y el universo de Wes Anderson lo pueblan tonos pastel que casan con la irrealidad cotidiana del mundo que pone en pie.
Como señalan acertadamente en este magnífico video sobre el tema los de Cinefix, elegir una paleta de colores determinada requiere cortar. Eliminar. Rechazar una sección de la gala cromática para transportar el significado al espectador de forma más directa. Los ejemplos en este caso son incontables, pues casi todas las películas –de una forma u otra- limitan su paleta de colores con este objetivo.
Por mentar alguno de los más representativos, en su trilogía de los tres colores, Krzysztof Kieslowski dota a cada una de sus partes de un barniz distinto. Tres colores asociados a la exploración –o subversión– de las tres ideas que componen la bandera francesa: azul para la libertad, blanco para la igualdad y rojo para la fraternidad.
Romper la monotonía con un estallido de color que es vida
A veces la vida irrumpe como una cascada quebrando un dique podrido: personajes encerrados en una vida monótona u opresiva se ven transportados a la vida verdadera. En estos casos, acompañar el tránsito del héroe con un cambio cromático es un recurso fácil, pero no por ello menos efectivo. El descubrimiento que la niña protagonista de “El Principito” hace de lo esencial –el amor, desde luego- no tendría ni la mitad de fuerza si no viniera de un mundo monocromo, teñido de un omnipresente gris. La llegada de Dorothy a Oz no sería tan mágica si no viniéramos del opresivo sepia.
Otro ejemplo, tal vez incluso más poderoso, llega de la mano de los precisos acordes del “Married Life” de Michael Giaccino. Hablamos –como no- de “Up”, y de cómo Pete Docter desatura la paleta cromática que envuelve a Carl, el cascarrabias protagonista, tras la muerte de su esposa. El color, como señala Ricky Nierva, diseñador de producción de la cinta, solo volverá a su vida –y a la película- con la irrupción de Russell, color que ya no le abandonará ni siquiera al regresar a casa tras la aventura.
Construir el interior de un personaje a través de sus colores
El buen cine no necesita que los personajes expliquen al espectador su drama interno para transmitirlo: entra por los ojos. Los buenos personajes viven en cada diálogo, en cada pequeño gesto, en el escenario que les rodea y –desde luego- en el color que llevan encima.
Así, para mostrar el interior de Clementine en “Olvídate de mí” el pelo de Kate Winslet cambia de verde –la primavera de su amor con Joel- a azul –el invierno del desamor-, pasando por el rojo –el apasionado verano- y el naranja otoñal de las hojas muertas que caen.
Otros ejemplos incluyen el juego simple y directo que se establece entre las emociones de “Inside out” y su rol en la mente de Riley o la asociación automática que la diferencia cromática establece entre el Imperio y los rebeldes en la trilogía original de “Star Wars”: mientras la rigidez autocrática de los primeros se expresa en su gusto por el blanco puro y el negro sin fondo, el hecho de que los rebeldes vistan ropas con colores terrosos los liga a la idea de que son los que portan en sí el orden natural, los que pelean con la justicia de su lado.
Inundar la pantalla con colores extremos para mundos desquiciados
Hay veces en que la sutileza se manda a tomar viento y se impone la locura. La rabia, la ira, la locura… Estos vicios o valores negativos se pueden expresar en pantalla grande de muchas formas, pero una de las más efectivas es encadenarlas a un uso grandilocuente del color. Del rojo demoníaco que inunda el hotel Overlook en “El resplandor” a la psicodelia no menos diabólica que funde la carne de las protagonistas de “The neon demon”.
Un ejemplo particularmente cautivador de este recurso narrativo viene de la mano de Francis Ford Coppola y su “Apocalypse Now”. El descenso a la locura del capitán Willard viene acompañado por su introducción en un mundo de naranjas intensos, un Vietnam configurado como estado mental y trono de la demencia colectiva.
Estos son los contendientes, ¿quién es el mejor? ¿Nos hemos dejado algun uso fundamental? Díganlo en los comentarios: