Antes de empezar: no, no hay ninguna errata en el título. Y tampoco me he vuelto loco, ni un pirómano parricida. Oh, y tampoco es una metáfora: en este texto vamos a hablar de unos nietos que prenden fuego a su abuelo, de cómo esto es un profundo acto de ternura y de qué nos permite reflexionar sobre la educación y la mirada de la infancia.
Dicho esto, situémonos: la escena en cuestión es esta de aquí, de la película Nuestro último verano en Escocia, estrenada en 2014:
¿Veis? Ni trampa ni cartón: en los tres minutos que dura este fragmento vemos como tres niños ingleses atan el cadáver de su abuelo a una balsa decorada como un drakkar vikingo, lo recubren de gasolina y observan cómo las llamas se elevan mientras se pierde en el horizonte, entre las olas de la costa escocesa. La clave para comprender el sentido que los directores del film, Andy Hamilton y Guy Jenkin, quieren darle a la escena no es otra que la música.
Las imágenes van acompañadas del tema The vikings suite, compuesto por Alex Heffes e interpretado por la Orquesta Filarmónica de Praga. Un nombre épico para un tema que no lo es menos: los violines celtas que impregnan la pieza nos hacen pensar en grandes guerreros y batallas celestiales. Es una música impulsada por una tristeza contenida y grandiosa, el tipo de banda sonora que acompañaría la muerte de un rey… y que aquí se pone al servicio de un viejo que arde sobre una balsa hecha de basura.
La aparente contradicción se desvanece nota tras nota: lo que escuchamos no es otra cosa que la música de la escena que los niños están viviendo. No la que vemos nosotros, adultos de vuelta de todo, sino la que viven en su corazón. De ahí el título: una acción que a los mayores de primeras nos escandaliza resulta llena de sentido y sentimiento –de ternura- para los pequeños.
Ellos no están carbonizando al padre de su madre: están despidiendo con honores a un héroe. No están atando trapos viejos a unos troncos roñosos: están construyendo un orgulloso barco vikingo. Los que hayáis visto la película completa recordaréis como un funeral parecido se nos muestra al poco de empezar la película, a través de la televisión que está viendo. Ficción y realidad, una vez más, se entrelazan.
Incinerar el cadáver del anciano es la única manera que han aprendido de darle una despedida a la altura: que lo hayan aprendido de la tele, en este caso, no es demasiado relevante. ¿O tal vez sí? En el fondo, para estos niños su abuelo es su héroe, el referente moral y humano que no han sabido ser ni su padre ni su madre, más preocupados en sus peleas personales que en educarles. Unos progenitores que no entienden a sus hijos ni a su abuelo, aunque les quieran. Unos adultos que se llevan las manos a la cabeza en cuanto –en una escena posterior- se enteran de lo que ha ocurrido pero que no logran entender el por qué.
Nuestro último verano en Escocia, por tanto, nos revela el amor de unos nietos por su abuelo y la necesidad de una buena educación: al fin y al cabo, los pequeños van a buscar modelos igualmente. Y si no se los proporcionan aquellos que tienen el deber de hacerlo, lo más probable es que los encuentren en otra parte, parece decirnos el film.
PD: En la misma línea, atención a un detalle: la piedra que la niña pequeña deposita en la balsa en la marca de 1:01 no es un guijarro cualquiera. Al principio de la película se nos muestra que es su amigo, un amigo invisible de quien –en el momento de la muerte del abuelo- se desprende situándolo junto al difunto. Simplemente un apunte para que saques tus propias conclusiones a la luz de lo ya hablado.