Entre dos aguas

Guillermo Altarriba

Director de contenidos de CinemaNet. Periodista y politólogo por formación, dibujante y cinéfilo por vocación. Creo que pensar el cine para cambiar el mundo es una meta difícil y loca: por eso vale la pena dedicarle tiempo y esfuerzo. VTR.

Hay quien dice que nos gusta ver películas porque le dan un sentido narrativo al caos de la vida. Que los días pasan; que el mundo está lleno de complejidad, matices y grises, y que el cine abre la puerta a una versión ordenada de este mareo. Por suerte, de vez en cuando aparecen películas -como esta Entre dos aguas– que no rechazan la dificultad de vivir, sino que la abrazan y la miran con ternura.

La película de Isaki Lacuesta es una mezcla de ficción y realidad, y es la continuación -doce años después- de La leyenda del tiempo. En esa película Lacuesta mezclaba cuento y documental en la historia real de Isra, un niño gitano que se enfrentaba a la muerte de su padre. Entre dos aguas es el regreso del director a las vidas de esas mismas personas -que no personajes-.

Valores y virtudes

Al comienzo de Entre dos aguas se nos muestra qué ha sido de Isra y de su hermano, Cheíto. El primero -que hablaba de ser policía en la primera película- acaba de salir de la cárcel; el segundo se ha alistado en el ejército. Son las dos orillas -las dos aguas del título, tal vez-, pero en el fondo no están tan separados. La película parte de este cruce de caminos para hablarnos de vidas difíciles y espirales autodestructivas.

La Isla de San Fernando que se filma en Entre dos aguas es un lugar donde sobrevivir. Un poblado pobre, de trapicheo y dificultad para salir adelante, de chatarreros y buscadores de conchas en la playa. Lacuesta filma el panorama con vocación naturalista -recoge y reproduce, sin juzgar- y cierta ternura por las luchas cotidianas de sus protagonistas.

El protagonista es especialmente Isra, que vive en tensión constante: por un lado, quiere ser libre, sin atarse a ningún trabajo que no sea trapichear con droga, pero por el otro tiene a su mujer y sus tres hijas que le sirven de ancla. Entre estas dos pulsiones -de nuevo, dos aguas-, Isra bracea sin conseguir respirar. Quiere avanzar retrocediendo, como un cangrejo con el destino tatuado en su cascarón.

Uno de los momentos más poderosos de la película llega cuando una comunidad evangélica propone a Isra que se bautice. En el momento, le explican qué significa este sacramento: bajo el agua, mueres a tu vida anterior para renacer a una nueva, guiada por el amor a Cristo y a los demás. El agua del bautismo es otra referencia a ese título tan flamenco que tiene la película, y un símbolo crucial para entender de qué va todo esto.

Calidad cinematográfica

En el plano fílmico, la intención a medio camino entre lo documental y lo ficticio da como resultado una película densa y lenta, pero poderosa y conmovedora. Si uno acepta la propuesta y pone un poco de su parte, Lacuesta lo recompensa con un mosaico costumbrista de una comunidad gitana abandonada a su suerte en donde se dan cita la tristeza y la esperanza.

Entre dos aguas está tejida a base de pequeños momentos sin importancia -unos amigos se bañan en un río, unos hermanos comparten una cerveza- que se amontonan unos junto a otros y crean algo más grande. Algo que -contrariamente a los que algunos puedan decir- demuestra que a veces la vida no es más que el cine… o que el cine puede resultar en pura vida.

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