En mi casa, en la ladera de la montaña, en la Sierra de Gredos, las llamas y el crepitar de la chimenea iluminaban aquella estancia y me arropaban del frío. Allí me hallaba, en ese rincón cálido, apacible, casi espiritual, al que suelo acudir cuando el tiempo me lo permite.
Sentado frente al televisor, en silencio, vi cómo discurrían los créditos finales de «El Séptimo Sello». Un acercamiento más al maestro sueco, Ingmar Bergman, virtuoso guionista, manipulador de la imagen, ilustre director del hermoso arte de hacer cine.

La luz se oteaba en el horizonte, tenue por aquel día invernal y lluvioso. Sumido por el encierro al que, por desgracia, estuvimos sometidos la humanidad entera, no dejé de pensar en la película. Una y otra vez, su envoltorio y nombre cubrían mi pensamiento constante ¡El Séptimo Sello! ¡El Séptimo Sello! ¡El Séptimo Sello!…
Entonces, acompañé al silencio. Me daba miedo estar callado tanto tiempo, pero, poco a poco, empecé a sentirme a gusto. Digerí el visionado al que me acababa de enfrentar. Porque, sí, fue un enfrentamiento. Una lucha con mis demonios y con mis ángeles. Un sueño y una realidad. Un sentimiento indescriptible. Silencioso, insisto. Cruel y amable a su vez.
Qué mejor momento que ese para plantearme preguntas, más si cabe, de las que nunca tuve respuesta.
Me pregunté sobre mi existencia, y pregunté también a Dios, y a todas las cosas.
No tuve miedo y, como en la película, inicié mi particular partida de ajedrez.
Yo, moví primero…

¿Qué será cuando el tiempo acabe y el recuerdo no exista?
¿Qué será del agua correr en el riachuelo?
¿Qué será de la hierba que crece larga y fina?
¿Qué será de la flor en primavera?
¿Qué será de la montaña escarpada e inmensa?
¿Qué será de la arena espoleada por el caballo?
¿Qué será de la vida reluciente y nueva?
¿Qué será del beso limpio y suave?
¿Qué será del sentir y del soñar?
¿Qué será del vencido y del vencedor?
¿Qué será de los caminos andados?

¿Qué será de la creencia innata del hombre?
¿Qué será de las despedidas en largo y ancho mar?
¿Qué será de la verdad y la mentira?
¿Qué será del filósofo y del alumno?
¿Qué será del padre y del hijo?
¿Qué será de la amada y del amado?
¿Qué será del alto cielo azul bajo la mirada de un minúsculo ser?
¿Qué será de esta frase recién escrita?
¿Qué será del que lo lea?
¿Qué será del tiempo y de la muerte?
¿Qué será de todo esto?
Qué será…
No hubo un segundo movimiento.
Supe, entonces, que «El Séptimo Sello» me hizo ser enemigo de la duda y amigo del silencio.
