«Mi nombre es Khan» es un drama enérgico en lo sentimental y con el significado de la gran tragedia clásica. Éste es un artículo más de la serie Cine y terrorismo: volvemos a analizar la relación del cine de principios del siglo XXI con el terrorismo. En este caso se ponen en duda los motivos de la tolerancia y la acción de los gobiernos.
Un repaso al cine del inicio del siglo XXI sobre la guerras en Oriente Medio y el terrorismo islamista
[Jaime A. Pérez Laporta – Colaborador de Cinemanet]
“Mi nombre es Khan y no soy un terrorista”, esta es la frase escogida por el protagonista de la historia para sorprender al presidente Bush en busca de explicaciones por el sufrimiento que ha generado no él, ni el gobierno, ni el terrorismo, sino todo en conjunto y que ahora carga él sobre sus espaldas.
Nacido en un barrio de Dehli, Khan creció siendo autista junto a su hermano pequeño y a su cariñosa madre, quien descubre su gran inteligencia gracias a un profesor particular. Las atenciones de las que goza el hermano mayor dejan en el menor una terrible amargura que lo lleva a emigrar, ya casi adulto, a Estados Unidos; eso y la posibilidad de un futuro más prometedor a nivel profesional.
Tras la muerte de la madre, Khan decide cruzar el gran charco para buscar trabajo con la ayuda de su hermano. A pesar del autismo, el protagonista llega a trabajar de cara al público vendiendo cosméticos. Tiene que hacer una ruta por todo San Francisco para vender sus productos en peluquerías y centros de belleza. La situación es divertida, sin ser humillante, y la película cobra un tono de comedia dulce y de calidad.
En una de sus paradas de vendedor ambulante conoce a la deslumbrante Mandira, de la que se enamora inmediatamente. Se transforma la comedia en una historia romántica magistralmente explicada, con música de Bollywood, mucha gracia y vitalismo.Hasta aquí la primera parte de la película, hasta aquí una dulce historia de superación de un joven autista inmigrante que encuentra el amor y logra cumplir el sueño americano. Pero entonces llega aquel sombrío septiembre de 2001, el rostro de la muerte amenaza todas las calles de Estados Unidos.
Y el drama comienza con más dureza en la vida de Khan: Mandira tenía un hijo antes de conocerle, el padre les había abandonado hacía tiempo, aunque Khan es musulmán y Mandira es hindú –muchos conoceréis ya el choque entre ambas religiones que existe en la India-, acaban encajando los tres a la perfección. La religión no parecía un problema hasta los atentados del 11-S: a los niños del colegio no les gusta el nuevo padrastro de su compañero; al final, por odio al Islam, el niño es asesinado. El drama se vuelve más negro de lo que uno esperaba.
Esta película se oscurece con un único propósito: nueve años después de los atentados de las torres gemelas, es todo un repriche a la sociedad nortemericana -a ciertos sectores- y a su intolerancia ante aquellos inmigrantes musulmanes o árabes que nada tenían que ver con el terrorismo. Por eso Khan nos cuenta la historia de su vida, porque quiere explicarnos cómo ha pasado de vivir el sueño americano a buscar fenéticamente al presidente del país para recordarle que no es un terrorista.
Sin duda, toda una tragedia originada por el terrorismo: cuando éste enciende la mecha del miedo en el corazón de los ciudadanos occidentales, éstos pueden producir respuestas igual de cruentas. La película es muy útil para sufrir un poco y concienciarnos de lo absurdo que puede llegar a ser el miedo.
La piel de nuestro protagonista sufre, como ciudadano americano y ser humano, el daño que causa el terrorismo islamista. Esa misma piel sufre también la reacción de la sociedad estadounidense, golpeada y dolida, que es el odio contra quienes se parecen más a los atacantes dentro la propia comunidad. En ese punto, la ética del ciudadano que plantea la película es impecable: por oposición a lo que se cuenta, reclama más tolerancia religiosa y cultural por parte de todos, sobre todo del ciudadano de a pie.
«Sólo hay dos clases de personas: buenas y malas», esto dice la madre a su hijo autista desde pequeño. Con esa supuesta verdad se cría Khan, pero es una sentencia demasiado inocente, o peor, abiertamente maniquea. En el mundo todas las personas pueden ser malas o buenas, el monstruo y el ángel pelean en el alma de cada individuo, por eso suele decirse que es muy difícil juzgar
Aceptar la cita de la madre de Khan, aunque intenta evitar las condenas morales según la religión, produce condenas según la etiqueta de «bueno» o «malo», distinguiendo en dos grupos opuestos a la sociedad. De nuevo se crea la idea lo ajeno, lo extraño, lo diferente, y la marginación y el odio son todavía posibles. La tolerancia que propone la película es buena; los motivos por los que la propone, no tanto. En definitiva, lo importante es que, en una democracia moderna, llevar a cabo actos de violencia contra una minoría, no sólo es inmoral, sino que además es inútil.
La sociedad amparada por la Iglesia se basa, en teoría, en el perdón y la reinserción de los criminales en el mundo como individuos arrepentidos que procurarán ser justos, como cualquier persona normal. La raíz de la verdadera tolerancia se encuentra en eso: el perdón y la esperanza de redención ya en la tierra. Pero para poder perdonar, o pedir perdón, es necesario aceptar la miseria en todos los seres humanos y aceptar la posible salvación, también de todos los seres humanos.
Además, lo que se deduce en la película de la ética de los políticos puede llevar a error. Poco antes de los recientes atentados de Bruselas o de París, los servicios secretos y la policía consiguieron vigilar a varios que más tarde acabaron atentando. Por falta de medios, o por respeto a la libertad individual, o por no querer condenar a alguien que sólo es sospechoso, finalmente no se actuó contra ellos ¿Hasta qué punto sabían que eran un peligro potencial? ¿Cuántos han de morir por respeto a una ley demasiado exigente?
La ética de los políticos no puede ser la misma que la de los ciudadanos, quienes ostentan responsabilidades han de tomar decisiones más allá de sí mismos. Como en el caso de un padre o de una madre, que forzosamente ha de decidir por su hijo. Los políticos y sus gobiernos no han actuado bien en muchas ocasiones, pero eso no significa que no tengan que actuar.
En la película «Mi nombre es Khan» aparecen muchos controles y sospechas al parecer infundadas; eso está mal, pero no significa que no deba haber una vigilancia. Además, la vigilancia no lo es todo porque la mayoría de crímenes no pueden predecirse con la seguridad necesaria como para detener al sospechoso. Entonces llegan las medidas extraordinarias: la guerra y los bombardeos. La película no trata demasiado estos asuntos, en los siguientes artículos hablaremos de este punto. No obstante, la película merece la pena, más que por la tolerancia que propone, por catárquica: la cuestión del amor en las buenas y, sobre todo, en las malas no puede dejar indiferente a nadie.