Aviso: los artículos de «Análisis desde la fe» incluyen spoilers. Pretenden ser ayudas para cinefórums, para aquellos que ya hayan visto la película. Si no la has visto, no sigas leyendo.
La tercera entrega del Capitán América es, en toda ley, la tercera entrega de Los Vengadores, pues, como todos habéis visto, la película no es sólo sobre el supersoldado, sino que aparecen todos sus compañeros -salvo Thor y Hulk-. Eso hace, no obstante, que si no tienes frescas Capitán América: El soldado de invierno y Los Vengadores: la era de Ultrón, no te enteras del hilo… Los puristas critican que, respecto al comic original de Civil War, la trama apenas retiene el título: no es una guerra civil entre toooodos los superhéroes del universo Marvel, sino, más bien, una pelea entre amigos, que obligan al resto de sus amigos a elegir bando. Pero dejémoslo estar.
A mí, Civil War me encantó, no sólo por el tema visual –decir que es espectacular es un tópico- sino, sobre todo, por las reflexiones que plantea. La excelente crítica del gran Guillermo Altarriba en Cinemanet sostiene que la película contrapone «libertad vs seguridad». Por supuesto, es una línea claramente válida de reflexión, y muy fructífera. Pero a mí la reflexión me surgió más bien en la pregunta sobre el fundamento último de la moral de cada persona. ¿Qué es lo que determina que mi acción sea calificada como “buena”? ¿Cuál es la instancia última que mueve mis actos?
Así pues, mi tesis personal es que la cinta propone un profundo debate moral. Y, a su vez, permite un magnífico análisis y discusión sobre teología moral. La película contrapone a quienes tienen como fundamento último del bien la obediencia a una Ley -Iron Man- y a quienes tiene como fundamento último del bien el seguimiento de la propia conciencia autónoma -Capitán América-.
Que sea Iron Man quien sostenga la primacía de la ley es sorprendente, porque en La era de Ultrón toma justo las opciones opuestas: yo soy guay, más listo que nadie, y puedo hacer un megadefensor del mundo mundial; y, porque puedo, lo hago, saltándome toda otra consideración -de ahí Ultrón y, luego, Visión-. Quizá el palazo que se lleva con Sokovia es tan gordo que cambia de perspectiva, porque aquí sostiene justo lo contrario: no podemos hacer lo que queramos, necesitamos un control, alguien que nos respalde, que nos resguarde y a quien obedecer, porque las responsabilidades de nuestras acciones son inmensas.
La ley debe ser el fundamento último de mi acción, la que garantiza que lo que hago es bueno -insisto: ¡le pega tan poco esto a Iron Man, y, sin embargo, es quien lo promueve!-. Stark -y sus compañeros, especialmente Máquina de Guerra- lo resumen, en varias escenas, en una frase simbólica: “hago lo que se debe hacer”. La responsabilidad la entienden como “responder ante alguien”, ante otro. Rendir cuentas.
En frente tenemos al Capitán América, que tras sucesivas sospechas acerca del mundo en el que se ha despertado -que se perciben en diálogos en El soldado de invierno y La era de Ultrón-, ha tirado la toalla de que haya una democracia verdadera y buena en el mundo, y -en cualquier caso- nada puede estar por encima de su propia conciencia.
Soy yo quien decido hacer lo que yo considero correcto, lo que creo que está bien, y no puedo hacer depender mis elecciones morales de lo que la ley me diga o no, porque la ley -en el fondo- está sometida a otros intereses, no al bien. Rogers no quiere ser pieza en el juego de otros, cree que la obligación de rendir cuentas ante alguien es, en el fondo, una exención de la responsabilidad personal, una exculpación, una renuncia a decidir. La responsabilidad es saber que la decisión ha sido tuya, y cargar tú con su peso.
Como se puede ver, son dos opiniones extremas, que llevan al conflicto. En el fondo, la reflexión moral de la cinta se construye desde unos postulados falsos, que son los mismos que sostienen la cosmovisión actual y que darían pie a un encendido debate sobre teología moral en el postvisionado -o una clase magistral sobre los fundamentos de la moral, según el contexto-.
En primer lugar, el falso postulado de una concepción de la ley como un agente coercitivo externo, opuesto a mi libertad. Si obedezco las leyes, no puedo ser libre. Esta aporía nace de una concepción de la libertad como mera posibilidad de elegir. Cuanto más restringido tengo el ámbito de elecciones, menos libre soy. Una concepción así concluye que la obediencia es servilismo, y, llevado al campo de la fe, Dios no puede ser libre, porque no puede elegir nada distinto del bien.
Pero, claro, si asumimos que la ley es emanada de un consenso político, de una voluntad, entonces esa voluntad se opone a la mía y me coacciona. Se pierde, de este modo, la referencia a la Verdad que la misma ley debe tener. Un mandato tiene “fuerza de ley” cuando es conforme a la verdad de las cosas e ilumina mi propio conocimiento de la Verdad. Pero esta concepción honda ha sido abandonada por nuestra época, concentrada en un iuspositivismo estricto, útil. Por esto el Capitán América no puede entender la obediencia a unas leyes como una vía de acceso a la Verdad. Ojo. ¡El capitán América! ¡El soldado patriota, el símbolo estadounidense! Impresionante.
En segundo lugar, tenemos el falso postulado de una concepción de la conciencia como un ente autónomo, que no responde ni se sujeta a nada. Lo que mi conciencia me dicte es lo que tengo que hacer. Sin plantearme demasiado cuales son los criterios con los que he forjado mi conciencia, si responden a la realidad de las cosas, a su Verdad, o sólo a mis impulsos o afectos. Esto es lo que resulta SUPER interesante: ¿quién supervisa mi conciencia? ¿Quién asegura que mi conciencia se atiene a la Verdad? Aunque esta reflexión no la propone la película, claro.
El pensamiento actual, acérrimo defensor del individualismo, absolutiza la libertad y la moral personal, privada, autónoma. Pero ¿y si mi conciencia está mal formada? La cinta, al igual que nuestra sociedad, no se plantea cual es la fuente que ilumina, que ahorma, que llama a la conciencia hacia el bien. Pero la reflexión postvisionado puede sacar eso a relucir.
Ok, aceptemos al Capitán América como ganador en el combate de ideas -como hace la película, de hecho: es él quien tiene finalmente “razón”; y como hace nuestra sociedad, por supuesto-. Entonces ¿lo que yo decido es lo bueno? ¿Lo que me dicta la conciencia es lo que tengo que hacer? Y si mi conciencia me dice que tengo que poner explosivos y volar un avión, un tren o un centro comercial… ¿eso es bueno? No, claro, nadie dirá eso… pero ¿con qué fundamento se niega? Si establecemos la primacía de la conciencia autónoma, no hay argumentos de razón para contrarrestarlo.
La cuestión es que la conciencia no es autónoma. Debe venir ahormada por la Realidad, por la Verdad de lo que es el hombre, su dignidad irrepetible y única individual, por el Bien que existe en las cosas. Para los creyentes, en última instancia, por Dios, pero los creyentes también creemos que Dios actúa por «causas segundas» y que ha dejado Su huella en la realidad. Por eso no tenemos miedo a buscar la Verdad de las cosas, y lo hacemos. Y por eso puedo sostener que la conciencia que no se fundamenta en la Verdad sobre el mundo, sobre el hombre, sobre el Bien, será una conciencia que nos llevará también al desastre. Este es el «hilo» que le falta a Civil War, y que podemos sacar nosotros.
Muy interesante en este debate es la mirada de Wanda, la Bruja Escarlata. Una mujer que tiene pánico a las consecuencias de sus actos. Y por eso no se decide a actuar. A ella la ley no le da tranquilidad sobre sus acciones, y su conciencia está atenazada por el miedo. Menos mal que la visita de Ojo de Halcón le hace caer en la cuenta de algo esencial: “no puedo controlar su miedo -del mundo-, sólo el mío”. Wanda descubre que el miedo no puede paralizarla. No es hipócrita, claro que tiene miedo. Pero decide que debe sobreponerse a éste. Es muy distinto decir “no tengo miedo” a decir “no voy a ceder al miedo”. Porque el miedo tiene algo positivo: te hace prudente.
Hay un tercer postulado en la cinta, que toca otro tema distinto. Es la cuestión de la venganza. La pareja protagonista de este conflicto serían Black Panther y Zemo, el malo malísimo. El discurso de Black Panther al final lo explica y resume muy bien: tanto Tony Stark como Zemo se han dejado consumir por la venganza hasta destruirse. Y él no quiere que le pase eso. PERO, cuando Zemo intenta suicidarse, él le retiene diciéndole “Los vivos no han terminado contigo”.
Y ahí lo estropea todo, porque demuestra que, en el fondo, la concepción de justicia en que se mueve la película -y nuestra época- no es la de aquella que busca el bien, la redención de la persona, sino la que busca el “ojo por ojo”, el “sufrirás las consecuencias”, el “aún no he acabado contigo”, porque “no has pagado por tus crímenes”, no has sufrido lo suficiente para que me sienta compensado. Y esta concepción, si se mira con detenimiento, inunda la película…
En resumen. Posiblemente es la película más “honda” en reflexiones antropológicas de todo el universo cinematográfico Marvel hasta ahora. Y mira que me encantan, pero no he visto en ninguna de las anteriores un tema antropológico tan profusamente tratado como el conflicto ley/conciencia que en esta cinta abordan. Ojalá sigan así… aunque Spider-man: Homecoming me ha decepcionado, pero eso es otro cantar.