Este análisis es la continuación de este otro, donde Rafa Monterde analizaba a fondo la antropología detrás de Blade Runner. En este caso, se centra en su secuela, Blade Runner 2049. Si no has leído el texto anterior o no has visto la película, ¡te recomendamos que empieces por ahí!
La historia continúa
Uno de los aspectos definitorios de una obra maestra es que suele quedar abierta, planteando todo un mundo de interrogaciones y suposiciones. Es el caso de Blade Runner (1982). ¿Qué les ocurrirá a Rick Deckard y Rachael? Muerto Tyrell, ¿qué sucede con los replicantes: siguen produciéndose y mejorándose? ¿Qué le sucede a nuestra degradada Tierra? Denis Villeneuve —el director francocanadiense de filmes entre los que destaca La llegada (2016)— ha tratado de dar respuesta a alguna de estas preguntas con su Blade Runner 2049. Villeneuve toma el relevo de Ridley Scott, con Harrison Ford como nexo entre ambos filmes.
Dejando aparte otras consideraciones acerca de su calidad cinematográfica, la nueva Blade Runner nos sumerge de nuevo y de lleno en el universo de los replicantes, haciéndonos recapacitar sobre la condición humana y, en particular, sobré qué es lo que hace humanos —valga la redundancia— a los humanos: cuál o cuáles son sus características diferenciadoras de otros seres vivos (o que, al menos, mimetizan la vida).
En el anterior artículo se reflexionó acerca de la existencia de las emociones como esa característica esencial definitoria de lo humano. Por eso, en el test que permite determinar si se está ante un replicante, la inexistencia de cambios en su rostro —en concreto, en sus ojos— que delaten alguna emoción es crucial. Los Nexus-6, los humanoides dotados de grandes capacidades -sobre todo, de fuerza física, agilidad, elasticidad, etc.- que los torna muy adecuados para realizar trabajos peligrosos en calidad de esclavos en las colonias exteriores de la Tierra, tienen un límite que no es sólo la corta caducidad de su existencia, sino su incapacidad de sentir.
El tema, el meollo del filme Blade Runner, es que, yendo más allá de lo previsto en su diseño, al menos dos de tales Nexus-6 —que han de ser retirados por los Blade Runners, como Ford en el film— parecen haber evolucionado y desarrollado su esfera afectiva. En efecto: Roy Batty —el líder de los Nexus-6 que han de ser retirados por Deckard— siente miedo, experimenta emociones fortísimas, al saberse finito: al conocerse a sí mismo como un ser artificial con una fecha de caducidad cercana.
Como a la mayoría de los seres humanos, la muerte le lleva a preguntarse por el sentido de su existencia: todo lo por él conocido y experimentado, ¿se perderá con su muerte? Las palabras de Roy instantes previos a morir son ilustrativas:
«Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo.
Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos C brillar en la oscuridad, cerca de la Puerta de Tannhäuser.
Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
Es hora de morir»
Roy siente miedo. Siente una profunda emoción y, con su monólogo, sintetiza la gran preocupación humana: el sentido de la vida. Cuanto he vivido, ¿de qué servirá… a menos que haya otro tipo de vida más allá de la muerte? Roy, en suma, no sólo es mucho más fuerte y ágil que cualquier ser humano. Siente. Y eso significa que ha saltado las barreras de su diseño como ente artificial.
Y, algo más —me atrevería a añadir— en que la crítica al uso no ha reparado: Roy no sólo experimenta emociones y, en concreto, la emoción del miedo. Roy es compasivo: cuando puede matar fácilmente al retirador que lo ha perseguido, Deckard -genialmente interpretado por Harrison Ford– en una pelea ambientada en un entorno nada común, lo deja vivir. Y es él quien muere. En ese momento libera una paloma que asciende al cielo. Claramente —creo que es lo que significa esta escena— Roy tenía alma, al menos en el contexto del film.
Pero, si Roy siente miedo, Rachael —asimismo replicante— siente las profundas emociones que acompañan al sentimiento del amor. Rachael se enamora de su retirador. Y ni el miedo de Roy, ni el amor de Rachael estaban —repito— previstos en sus diseños. Han saltado por encima de las barreras que los separaban de los seres humanos. De este modo, una de las grandes características definitorias de lo humano es compartida por los bioartefactos.
Por eso, si se quiere mantener el orden en el nuevo mundo —en la distopía generada por la aplicación irreflexiva de las tecnologías que aparece en el Blade Runner de 2019— es preciso restablecer tales barreras y retirar este tipo de humanoides (replicantes) del mercado. Tal retirada no se produce en el caso de Rachael ni de quien parece ignorar su propia condición de replicante: el retirador, el Blade Runner. Deckard y la sofisticada replicante Rachael huyen. Y así concluye el filme de Ridley Scott.
La nueva historia de Blade Runner 2049 comienza treinta años después de la fuga de Rachael y Deckard. Tiene como nuevo protagonista a K (Ryan Gosling), un Blade Runner encargado de investigar un caso inquietante y misterioso que guía toda la historia.
La Tyrell Corporation era la compañía encargada de la producción de los replicantes en el filme de 1982; en Blade Runner 2049 es la Wallace Corporation. La nueva compañía está dirigida por Niander Wallace (Jared Leto), un genio de la biología sintética que ha reeditado la industria de los replicantes con los nuevos modelos Nexus-9, que, como los Nexus-8 —último modelo de la Tyrell Corp.—, tienen vida prolongada. Del mismo modo que Tyrell, Wallace persigue un sueño posthumano: crear un ser perfecto, de vida auténticamente libre de toda limitación. Sin embargo, su deseo se ve impedido por algo importante: sus replicantes son todos artificiales, ninguno es fruto de la generación natural.
Aquí radica la diferencia esencial entre los humanos y los replicantes. Si en el Blade Runner de Scott la diferencia consistía en sentir emociones, saltada esa barrera entre replicantes de vida prolongada y humanos, ¿queda alguna otra diferencia esencial entre unos y otros? La respuesta en Blade Runner 2049 está muy clara: unos, los humanos, nacen naturalmente y los replicantes son producidos artificalmente, son no-nacidos. Como productos, carecen de derechos y pueden ser usados a su antojo por los humanos, a pesar de ser más perfectos y capaces que ellos. Lo que hace que un humano sea auténticamente humano es, en suma, el hecho de ser hijo-biológico-de-alguien.
El meollo de Blade Runner 2049 (en adelante, 2049) consiste, pues, en la generación de nueva vida y cómo obtener las reglas biológicas para hacerlo. La gran ambición de Wallace, por tanto, es crear una nueva especie y para ello necesita “asaltar el Edén y recuperarlo”, como dice en un momento de la película. Lo que mueve toda su investigación científica es, por decirlo de algún modo, desvelar el secreto del Árbol de la Vida.
El milagro: un niño nos ha nacido
La gran cuestión que nos ocupa en 2049 es la natividad. El nacimiento natural es visto como el gran tesoro, la gran diferencia entre humanos y replicantes, entre seres nacidos y entes producidos. El orden social descansa sobre esa diferencia en el mundo de 2049. Y lo que diferencia a unos replicantes de otros es que unos son fugitivos y otros obedecen. La conversación que mantiene el agente K con Sapper Morton (Dave Bautista) al principio de la película ayuda a entender por qué ocurre tal cosa: por qué unos replicantes son sumisos y otros no.
El viejo Nexus-8, cuando está a punto de ser retirado, le pregunta a K: “¿qué se siente al matar a los tuyos?”. Después K le dice: “yo no retiro a los míos porque nosotros no huimos”. A lo que Sapper, tras decir que los nuevos replicantes se conforman, le dice que eso es “porque nunca habéis visto un milagro”. ¿De qué milagro está hablando? Del que está a punto de descubrir K tras retirar a Sapper: encuentra enterrados unos huesos junto a un árbol[i] viejo y blanquecino situado frente a la casa del Nexus-8.
El milagro sale a la luz cuando al analizar los restos óseos en la comisaría se comprueba que son de una replicante que estuvo embarazada. Algo que podría cambiar de manera radical las reglas del juego social de 2049. Si los replicantes pudieran procrear, se verían libres de la dependencia que tienen de los humanos. Los humanos dejarían de ser sus creadores. Podrían formar una nueva sociedad. Y lo cierto es que, al parecer, ya la están formando: los enterramientos son parte de los primeros signos de civilización humana. Un enterramiento da a entender el valor que se da a la vida perdida.
Es una manera de guardar la memoria de esa persona, de tener conciencia de ella a pesar de su ausencia y de prepararse para la muerte, donde se espera volver a encontrarla. Los replicantes, al enterrar a sus muertos, muestran arraigo y pertenencia a sus seres queridos. Lo que nos da una señal clara de su humanidad. Además, lo más sorprendente no es sólo ese arraigo, sino el milagro de la natividad de un nuevo replicante. Es el comienzo de un mundo nuevo, posibilitado por esa pareja de replicantes que fueron capaces de amarse y de superar apoteósicamente sus diferencias: Rachael y Deckard. Ellos son los autores del milagro[ii].
Carl Schmitt decía que la noción equivalente a la del milagro en política era la de «estado de excepción» (2009). Asimismo, aquel que podía decidir sobre el estado de excepción era el soberano. El soberano tenía la capacidad de decidir sobre el estado de excepción a ejemplo del Creador de la Naturaleza, que como Señor de la misma podía contemplar una situación excepcional —el milagro— para saltarse las leyes de la Naturaleza, si era su voluntad hacerlo.
En consonancia con el planteamiento de Schmitt, el milagro de la natividad de un replicante capacita a estos entes —hasta entonces, producidos— para ser soberanos y, consecuentemente, autónomos. La teniente Joshi (Robin Wright) comprende perfectamente el problema y, por eso, le encarga a K la misión de encontrar y retirar al replicante nacido para que no se produzca el caos social al conocerse la noticia. La misión deja perplejo a K durante un instante, pues le dice a Joshi: “nunca he retirado nada que haya nacido”. Tras preguntarle Joshi cuál era la diferencia con aquellos replicantes que había retirado antes, K aclara que los que nacen tienen alma[iii]. Es importante tener en cuenta que el tema del alma inquieta a K a lo largo de la historia, como se verá.
La noticia de la natividad de un replicante llega a oídos de Wallace, que se esfuerza por encontrarlo antes que K o de usar su investigación en beneficio propio. Quizá ese niño esconda el conocimiento perdido de Tyrell y le permita reconquistar el Edén y desvelar el secreto del Árbol de la Vida. Por fin lograría el objetivo de crear la vida de manera auténtica y ser el soberano total de los replicantes. La creación de vida es un conflicto de poder, una ambición que busca divinizar la voluntad humana y otorgarle un poder absoluto, como se puede ver.
Hablando con Luv (Sylvia Hoeks), su mejor replicante, Wallace le dice: “Un ángel[iv] jamás debería entrar en el Reino de los Cielos sin un presente. ¿Puedes al menos pronunciar «un niño nos ha nacido»?”. La pregunta que Wallace le hace a Luv es de vital importancia. Es una cita textual de la Sagrada Escritura, en concreto del libro de Isaías 9, 5: «un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Biblia de Navarra, 2008). El sentido religioso de la pregunta de Wallace es explícito.
El replicante nacido es la buena nueva del mundo de 2049. Anuncia realmente un acontecimiento radical, apoteósico. Gracias a ese niño, Wallace podrá obtener el poder de crear vida, otorgando a los replicantes la capacidad de ser fecundos y procrear por sí mismos. La “tierra estéril, vacía y salobre” que es el vientre de sus replicantes se volverá fértil gracias al conocimiento perdido que Tyrell dejó escondido en el linaje de Rachael.
Del mismo modo que las palabras del profeta Isaías se pronuncian en Navidad para anunciar el nacimiento del Rey de reyes en la liturgia cristiana, Wallace las usa para dar a entender que el tiempo de la espera de ese mundo en el que los replicantes serán completamente iguales a los humanos —pero superiores en muchas de sus capacidades— ha llegado. Sobre todo porque así él se consumará como el creador al que aspira ser: aquel que, con el poder de su conocimiento, ha dado la vida nueva y construye un mundo nuevo. Wallace no solamente podrá conquistar los nueve mundos que ya ha conquistado con sus “ángeles”, sino que será capaz de “conquistar las estrellas”, como él desea. La gnosis proporcionará a Wallace el poder transformador que ambiciona.
«Un niño nos ha nacido». Wallace hace suyas las palabras del profeta para declarar que, por fin, va a hacerse realidad su reinado: él habrá logrado con ello convertirse en el nuevo soberano capaz de realizar ese «estado de excepción» que es el milagro de una vida nueva, será el padre auténtico de los replicantes. Es la mejor exposición cinematográfica de la idea del posthumanismo hecha hasta el momento[v].
De K a Joe: la fe que libera
Hay una característica común en las historias de Blade Runner: muestran la transformación del protagonista como alguien que pasa de vivir cumpliendo estrictamente con el deber que le es impuesto a hacerlo según los dictados de su corazón. Lo más destacable de esa transformación es que radica en la relación con los otros. A través de los demás es como el Blade Runner descubre cómo ser él mismo.
Como la de Deckard, la historia de K es la de alguien que cambia gracias los otros. Y eso lo vuelve tan humano como cualquier -valga la redundancia- humano: nunca hay un “yo” sin un “tú”. Lo que hay es, siempre, un nosotros. Ser persona implica ser radicalmente co-existencia[vi]. Otro asunto es que realmente puedan considerarse los bioartefactos como personas. Supuesto que permanece en el espacio de la hipótesis, pues no se ha dado la situación de hecho en la realidad para abrir ese debate, o al menos aquí se desconoce.
Ahora bien, a nivel bioético es realmente problemático llegar a una situación así, pues supondría que se ha instrumentalizado la naturaleza humana hasta el punto de transformarla desde su raíz genética. Si eso ocurriera, implicaría una vulneración de la dignidad de la persona: se la habría usado como un medio, como una cosa.
Volviendo a la película, el primer encuentro que tiene K es con Sapper, el Nexus-8 al que tiene que retirar al comienzo de la película. Al contemplar a Sapper y su estilo de vida, uno podría dudar sobre si es un replicante o un humano. Para empezar, tiene un hogar, una granja en la que cultiva. En sus invernaderos crecen organismos sintéticos ricos en proteínas, pequeños gusanos de la Wallace Corporation. Sapper tiene un empleo, trabaja por voluntad propia. No realiza la misión para la que fue diseñado.
Además, cuando K entra en la casa le pregunta a qué huele lo que está cocinando. Sapper le responde, tras ponerse las gafas —símbolo de conocimiento—, que son ajos que cultiva para consumo propio. Podemos ver en el viejo Nexus-8 señales claras de cultura. Pero lo que más marca a K en este encuentro es que Sapper tiene un ideal: ha visto un milagro y gracias a él vive de otro modo.
Ese milagro es lo que hace que los replicantes crean en algo más y hace que cambien sus destinos. La conversación que mantienen el Blade Runner y el Nexus-8 antes mencionada es la clave de la transformación de K. El milagro, esa acción divinizante en 2049 que acaba con la diferencia esencial entre humanos y replicantes, opera a su vez otro milagro en los replicantes que creen en él, como se verá en este apartado.
La teniente Joshi sabe perfectamente el problema social que supone ese milagro. Por eso le dice a K: “no has visto nada”. Joshi busca asegurar la fidelidad de K diciéndole eso. Este momento es muy importante para él, porque es la primera vez que delibera en su interior si debe cumplir, o no, una orden de su superiora. Nunca ha retirado nada que haya nacido. “¿Acaso te niegas?”, le pregunta Joshi. A lo que K responde: “no sabía que tuviera esa opción”. Después ella le dice que a él no le ha ido tan mal sin alma. Cosa que está por ver. Pues el hecho de que K pueda deliberar sobre la toma de decisiones pone en claro que quizá no sea tan fácil concluir que K carezca de ella.
¿K tiene alma? ¿Es algo más que un mero artefacto en manos del orden establecido? Esa es la cuestión que guía la vida de K desde ese momento. Pero K tiene dudas. Para tener alma —se considera— debe ser un nacido. La investigación que tiene entre manos es la que le acaba llevando a buscar su origen.
El encuentro de K con Luv, la replicante de Wallace, en la sede de la Corporación es una de las escenas más reveladoras. K reconoce que Luv es una replicante. En eso consiste su trabajo. A lo que le dice que al haberle puesto Wallace un nombre[vii] significa que ella es especial. Después, Luv conduce a K a los archivos donde quedan los registros de la Tyrell Corp. y le muestra un fragmento del interrogatorio de Deckard a Rachael cuando se encuentran por primera vez en la película anterior[viii].
K dice que la atracción entre Rachael y Deckard es evidente, que se gustaban. Acto seguido, Luv le dice a K que “es estimulante que te hagan preguntas personales, uno se siente deseado”, manifestando la atracción que siente ella hacia él. Y le interpela con una nueva pregunta, intentando despertar el deseo de K: “¿le gusta su trabajo, agente?”. Entonces K evita la pregunta diciéndole que le dé las gracias a Wallace, rechazándola. Esta conversación es muy importante, pues supone un cambio en Luv, que pasa a tener una actitud hostil hacia K.
K no rechaza a Luv por falta de sentimientos, sino porque él guarda su afecto para Joi (Ana de Armas), la chica holográfica con la que vive. A pesar de que Joi sea un ente digital, tiene, como K, sentimientos hacia él y lo cuida. Por ello, K no solamente rechaza a esa replicante, también rechaza a Mariette, que es una replicante prostituta, y a la misma teniente Joshi, que en un momento de la película parece que se siente atraída por él. La relación de K y Joi es muy importante, porque es ella la que le ayuda a ser alguien y él a ella.
En la primera escena en la que aparecen juntos, ella está conectada a la casa y él le regala un emanador. Este aparato le permite a ella ir con K a todas partes, de modo que pueden estar juntos todo el tiempo. Lo más significativo de este momento es el hecho de que él le regale algo: el regalo es símbolo del valor que se le da a alguien. Además, a partir de este momento la relación entre ambos es mucho más íntima, a pesar de que ella no tenga cuerpo.
El papel que desempeña Joi para K es radical. Por una parte, le acompaña en su investigación y, por otra, es la que le ayuda a comprender que el caso en el que está trabajando no le es ajeno: está investigando su propia identidad. Ella da sentido a sus recuerdos. A uno de ellos en especial, de su infancia, en el que está huyendo de un grupo de niños que intentan quitarle su juguete, un caballo de madera que esconde en un horno de una fábrica.
K está convencido de que ese recuerdo solamente es un implante que le han puesto para tener un pasado. Pero llega un momento de la película en el que se da cuenta de que su recuerdo no es una ficción: K encuentra la fábrica en la que acontece su recuerdo y descubre que el caballo que veía en su memoria es real, existe, y es entonces cuando le asalta de manera definitiva la pregunta sobre su origen. El motivo es que, anteriormente, había descubierto junto a Joi que el niño que busca tenía una gemela genéticamente idéntica que, supuestamente, murió en un orfanato.
Ella le sugiere que quizá ese niño que busca sea él mismo y que, por ello, no sea un no-nacido, sino hijo de mujer, deseado y amado. A partir de este momento K empieza a pensar que es posible que lo sea, sobre todo cuando encuentra el caballo de su recuerdo en la fábrica donde estaba escondido, que es el orfanato donde vivieron los dos niños. Tras el hallazgo, K y Joi tienen una conversación en su casa en la que hablan sobre su origen y la posibilidad de que sea él ese niño. Entonces Joi le dice que por ello K podría tener una madre que le puso un nombre y le llama “Joe”[ix].
K comienza, pues, a ser Joe desde entonces. Es un quién, alguien con personalidad propia -en el mundo de la película, claro-. Algo que le inquieta, porque entonces ello supone que tiene alma y que puede elegir. Pero el espíritu detectivesco de K le lleva a preguntarse por los implantes de sus recuerdos y busca a la doctora Ana Stelline, la fabricante de recuerdos para los replicantes que trabaja para Wallace.
Ana le dice que su objetivo es crear recuerdos que parezcan lo más reales posibles para que la vida de los replicantes sea menos dura. De modo que los recuerdos que ella hace parecen auténticos. Y añade: “si uno tiene recuerdos auténticos, tiene respuestas humanas reales”. Durante la conversación aclaran que para distinguir un recuerdo real de uno creado hay que fijarse en las emociones, que son la clave para recordar. Después ella le descubre que su recuerdo no es un mero implante, sino que es un recuerdo real de algo que ocurrió. K, al saberlo, se deja llevar por la rabia, pues comprende que lo que él guarda en su interior es real y que la posibilidad de que él sea ese niño que busca es casi una certeza.
Al salir del laboratorio de Ana, K es detenido y llevado a comisaría, donde no supera los test emocionales[x], pues en su interior todo ha cambiado. La teniente Joshi le retira del servicio y deja que K se vaya, dándole la opción de decidir. A partir de entonces, K está convencido de que es Joe, un nacido de mujer, y va en busca de Deckard porque cree que es su padre. Joe, pues, se siente libre.
De este modo la fe de Joe, alimentada por la intuición de Joi, lo libera de ser un Blade Runner y le permite tener el sentimiento de saberse amado, deseado, desde su origen, transformando su viejo yo (K) en uno nuevo totalmente libre del primero. Su libertad se basa en la fe que él tiene en sí mismo, en ser hijo, y comienza un nuevo camino que da la vuelta a toda la historia de 2049. De esta manera, creerse hijo se convierte en un acontecimiento apoteósico en la vida de Joe, pues empieza a experimentar cómo es vivir con un alma libre.
Deckard: el amor escondido
Joe, pues, va en busca de Deckard para encontrarse con el que cree que es su padre. Las pistas le llevan a una ciudad desértica, sobrecargada, al parecer, de radioactividad, donde es casi imposible que haya vida. Sus dudas se disipan cuando encuentra unas colmenas de abejas en los que alguien practica la apicultura. Poco después encuentra a Deckard viviendo en un casino que ha convertido en su hogar, porque le atrae un piano que suena en el interior del edificio[xi].
La primera frase de Deckard en la película es esta pregunta, que es una cita de La isla del tesoro: “¿No tendrías por ahí un pedazo de queso?” (Stevenson, 2011)[xii]. Tras pelear con él y convencerle Joe de que no lo persigue, mantienen una conversación en la que Deckard le cuenta la historia de cómo huyeron Rachael y él para no ser retirados.
En la habitación de Deckard, después de servirle una copa de whisky a Joe y preguntarle por su nombre, el primero le dice que el nombre de la madre del niño que tuvieron es Rachael y le explica que la abandonó y se mantuvo oculto para que no los encontraran. Así se aseguró de que no hallaran a su hijo. En esta conversación, Deckard dice una frase muy reveladora: “a veces, para amar a alguien debes ser un desconocido”.
La conversación entre Joe y Deckard es tremendamente significativa, aunque la creencia de Joe de que Deckard es su padre se disipe más tarde y descubra que en realidad él es un replicante más. Sucede después de que los encuentren los agentes de Wallace, liderados por Luv, y secuestren a Deckard. Momento en el que Luv destruye el emanador de Joi y Joe pierde a la mujer (holográfica) a la que ama. Es una escena conmovedora, porque Joi, antes de que Luv aplaste el emanador, se despide de Joe diciéndole que le quiere.
Hay un grupo de replicantes que conforman la resistencia contra el orden establecido y son los que socorren a Joe, sanándole las heridas. Freyssa (Hiam Abbass), la líder del grupo y antigua compañera de Sapper, le pide que mate a Deckard para salvaguardar a los replicantes de Wallace arriesgando su vida, porque “morir por una buena causa es lo más humano que podemos hacer”. Freyssa después le descubre a Joe que él no es el hijo de Rachael, sino que en realidad la niña a la que se había dado por muerta es su hija auténtica, que aún está viva y que es ella la que liderará a los replicantes en la lucha final.
La perplejidad de Joe es clara y Freyssa le dice: “¿Creías que eras tú? Ah, claro. Todos lo hemos deseado, por eso creemos”. Entonces, Joe comprende que los recuerdos de su infancia no eran suyos, sino que eran los de Ana Stelline, que es la hija de Rachael y Deckard. No obstante, a pesar de que el conocimiento de la verdad sea doloroso para Joe, las palabras de Freyssa ponen de manifiesto el poder del deseo de querer ser hijo: ese es el credo que permite a los replicantes ser libres. El acto de fe es, así, una acción apoteósica, la fuente de la libertad auténtica. El ocultamiento amoroso de Deckard, ese sentimiento paterno de protección, y la búsqueda de la familia revelan la verdad de la identidad filial al alma libre de Joe[xiii].
El sacrificio como apoteosis
El desarrollo final de la historia está marcado por las palabras que Sapper y Freyssa dirigen a Joe. En su interior resuena “porque nunca habéis visto un milagro” y “morir por una buena causa es lo más humano que podemos hacer”. El milagro acontece en su corazón: Joe decide rescatar a Deckard poniendo en riesgo su vida. Después ataca el convoy que custodia a Deckard, derribando las naves que lo protegen y obligando a la de Luv a hacer una aterrizaje forzoso en la orilla del mar. Comienza un combate entre los dos replicantes, mientras Deckard está esposado al asiento de la nave.
La perfección del diseño de Luv es evidente cuando acaba hiriendo de muerte a Joe en el costado. Entonces, ella le dice que es el mejor ángel y vuelve a la nave, que se hunde, para llevarse a Deckard. En ese momento, Joe, sangrante y moribundo, saca fuerzas y ataca de nuevo a Luv, ahogándola en el mar: la pasión por la libertad y el amor por Joi permiten a Joe llevar a cabo su venganza. Se pone de manifiesto que la fuerza interior del alma es superior a la configuración genética.
Tras esto, Joe lleva a Deckard hasta el laboratorio de Ana Stelline. Al llegar al edificio, Joe entrega a Deckard el caballo de madera[xiv] y le dice que vaya a conocer a su hija. Joe se queda fuera, en las escaleras de entrada del edificio, contemplando los copos de nieve que caen sobre la palma de su mano, dejando que la sangre fluya por su costado mientras se tumba en las escaleras. La escena acaba con el encuentro de Deckard y Ana.
Casi puede identificarse la imagen de Joe con la de Cristo, pues ambos tienen el costado abierto. Del de Cristo fluyen sangre y agua, que representan el don del Espíritu Santo, que se derrama sobre la humanidad para su salvación. Del mismo modo que Joe realiza el sacrificio de sí mismo y deja que su sangre fluya finalmente para que Ana pueda ser la nueva líder de los replicantes y conducirlos al mundo nuevo que tanto anhelan.
De nuevo, se transforma y se asume una imagen cristiana para usarla en el film, dándole un sentido diferente, pues el sacrificio de Jesucristo y el de Joe no son el mismo en modo alguno: es evidente que Joe no redime a nadie de sus pecados, a lo sumo se salva a sí mismo de ser indiferente cuando se le pide ayuda. Sin embargo, la entrega de sí mismo que hace Joe es el fruto maduro de su libertad: muere para que otros tengan futuro y puedan vivir en libremente. La acción de Joe, vista a la luz de lo que es ser persona, muestra que la verdad de la libertad consiste en ser un don para los otros.
Conclusión
Así con todo, tras analizar Blade Runner y Blade Runner 2049, ¿podemos dudar de que los replicantes son la apoteosis de lo humano? ¿No contiene esta historia las emociones y los valores más altos de la humanidad, como el miedo, la lucha por la supervivencia, el amor a los otros y el sacrificio? Están encarnados en los replicantes, que son, de hecho, diferentes a nosotros.
Sin embargo, ¿podemos decir que no nos hemos identificado, al ver estas películas, con las emociones que sienten ellos? ¿Acaso esto no es una muestra de simpatía? O quizá sea una apoteosis, pues habremos salido de nosotros mismos y nos habremos elevado hasta la intimidad escondida del corazón de los otros, a pesar de que sean meramente personajes de una ficción cinematográfica.
La magia del cine consigue que simpaticemos con aquello que sabemos que no es real y que penetra en nuestro corazón a pesar de todo. No cabe duda de que esas emociones nuestras sí que serán reales y que harán que la verdad de esta historia apasionante cobre vida en nosotros. Puede que el fruto de la historia de los replicantes sea que, al final, seamos más humanos de lo que somos ahora…
De todas formas, si los replicantes son más humanos que los humanos, ¿qué añaden a lo humano? La humanidad de los replicantes no se diferencia de la humanidad de los humanos. No supone ningún progreso. Lo curioso es que la historia de Blade Runner muestra qué es lo humano en aquello que no es humano y priva a los humanos de sus auténticas capacidades. Metafóricamente, los replicantes son un ejemplo de virtudes y de simpatía, de lo que es ser persona plenamente. Pero ser más humanos que los humanos no es más que ser humano de manera plena.
Por ello, quizá sea más necesario profundizar en el conocimiento y perfeccionamiento de la naturaleza humana y no transformarla, tal como se propone en el transhumanismo y el posthumanismo. ¿Cómo puede obtenerse lo que es más humano eliminando lo humano? La contradicción posthumanista es clara. Aunque ello no quita que, a pesar de que Blade Runner sea la mejor exposición cinematográfica del transhumanismo, puedan tomarse los rasgos más humanos de los replicantes para reflexionar y profundizar en el conocimiento de aquello que nos hace mejores personas.
Bibliografía
Biblia de Navarra. (2008). Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra (EUNSA).
Choza, J., & Montes, M. J. (2001). Antropología en el cine II. Madrid: Ediciones del Laberinto.
Diéguez Lucena, A. (2017). Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano. Barcelona: Herder.
Sanmartín Esplugues, J., & Gutiérrez Lombardo, R. (2017). Técnica y ser humano. Ciudad de México: Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano.
Schmitt, C. (2009). Teología Política. Madrid: Trotta.
Stevenson, R. L. (2011). La isla del tesoro. Madrid: ANAYA.
Notas
[i] El árbol es un símbolo esencial en la película. Sobre todo porque el mundo de 2049 es desértico y está hiperindustrializado. Pocos son los que conocen la naturaleza, pues ya no queda vegetación natural, o al menos eso es lo que se da a entender en la película.
[ii] Esta nueva pareja de replicantes se convierte en una transformación de la imagen de Eva y Adán: son la primera pareja posthumana y una transformación del imaginario religioso del judeocristianismo.
[iii] Personalmente, como ya he dicho, creo que la imagen de la paloma ascendiendo al cielo a la muerte del replicante Roy está indicando que ya tenía alma.
[iv] Wallace se refiere a los replicantes como ángeles. Lo que nos da a entender que son seres más perfectos que los seres humanos.
[v] Muy recomendable, para informarse sobre la actualidad de la corriente transhumanista, el trabajo de Antonio Diéguez: Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano (Diéguez Lucena, 2017).
[vi] Que la co-existencia es radical significa que el ser de la persona es relación de suyo. Es decir, la persona es relación o no es. Concebir la persona de manera individual, atómica, es un mal punto de partida. Es tratarla como un ente más. Como mera sustancia pensada. Se oculta, si se parte de la soledad, la raíz verdadera del ser personal humano: una relación radical interpersonal, inconcebible de otra manera si se quiere guardar la verdad de la realidad personal. Dicho de otra manera, la relación en el orden del ser personal es el a priori estricto que no se puede eludir para saber qué es la persona.
[vii] Al nombrar algo el ser humano hace que forme parte de su realidad, de su mundo.
[viii] Este es un guiño cariñoso al primer filme. Al contemplarlo, los seguidores de la sala conectan con la primera película rememorando aquella escena, en la que los dos replicantes sienten la atracción que hay entre ellos.
[ix] En este sentido, Joi, que es un ente artificial, humaniza a K dándole un nombre. A partir de este momento pasa a llamarse Joe.
[x] Como en la primera película, en 2049 se realiza el test para ver las alteraciones emocionales de los replicantes, que garantiza la estabilidad de su diseño.
[xi] En la anterior película, el momento en el que Rachael y Deckard manifiestan su amor es cuando ella toca el piano y Deckard descubre que ella conoce la melodía que él tiene implantada en sus recuerdos. El hecho de que Joe escuche el piano al encontrar a Deckard es relevante por ello. La música es cauce de las emociones y de la identidad personal.
[xii] Esta cita es del capítulo XV de La isla del tesoro y la pregunta la realiza Ben Gunn cuando lo encuentra Jim, pidiendo un poco de comida como la que comen los cristianos, pues hace años que no come como los ellos y desea volver a alimentarse como la gente civilizada.
[xiii] Entendida siempre, claro está, dentro de esta ficción cinematográfica y sin suponer que realmente sea posible replicar o crear una persona de manera artificial.
[xiv] El simbolismo del caballo de madera está por aclarar. Una posible interpretación es que el caballo es el propio Joe, que, como el caballo de Troya, tenía dentro de sí mismo la clave para lograr la victoria de los griegos, que en este caso serían los replicantes.
Es un buen análisis de la película enhorabuena por el resumen.
Buen análisis parece de lo mas friki puesto que es SciFi pero tiene tanta profundidad que nos orilla a llegar a estos blogs para tratar de entender la visión del film lo que representa y demás, enhorabuena y gracias por el análisis.